EL DIAMANTE (Parte 2)
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EL DIAMANTE (Parte 2)
EL DIAMANTE
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Novela
Al poeta cordobés Edmundo Gaudin
quien tenía el Diamante
Por Alejandra Correas Vázquez
6 — SUSURROS
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—“Anoche regresó el trueno sobre la sierra y unió las horas en su conmoción nocturna. Adentro estaba yo con mis niños buscando el sueño. Pero tu nombre danzaba en mi mente, y a la mañana me levanté melancólica... Por ello he venido hoy a susurrarte”
—“Perdimos el Diamante... así fue, Alicia.”
Rolando estaba semidormido con la cabeza apoyada en la almohada. Se volvía numerosas veces sobre la cama, de izquierda a derecha, pero el zumbido persistía.
—“¡Qué quieres!”— le gritó al fin
—“Me has abandonado...”— le respondió la voz de la joven manifestándose tras el zumbido
—“No me seguiste, Alicia”— contestóle él, enérgico
—“Te hubiera seguido, pero no me llevaste”
—“Estabas adherida al círculo. Por aguardarte retardé mi partida. No un noche ...aquella noche... sino más tiempo. Te aguardé lentamente, pero cada vez que te presentabas a mi lado traías un extremo de tu mano aferrada al círculo. Mi anhelo recibía sólo una parte de tu propio ser. Era un Diamante que sobresalía en pequeño espacio sobre la superficie de la tierra.”
—“Son mis uniones familiares... a las que preservo”
—“Son tus tutelas. Y con ellas me encontré de nuevo atado a un círculo cerrado, que yo, ya había superado dejándolo atrás. Emociones para mí agotadas. Repitiendo esquemas olvidados que nuevamente caían sobre mí ¡Por el delito de amarte” Y el amor cuando existe y es positivo, no puede exigir la anulación de uno mismo”
—“Pero me has abandonado...”
—“Sí. Sin duda. Pero estando juntos me transferías todos tus temores. Oponías cientos de vallas ¡Y yo me sumergí en el drama que transportaba desde lejos!”
—“No lo deseaba, no lo busqué, Rolo”
—“Y entre ambos dejamos que el amor ofrendado se disolviera en la nebulosa de los caminos”
—“Pero me has abandonado ... Nada lo cambia”— insistió Alicia
—“Sí. Sin duda”
—“Mis vallas eran parte de una fortaleza familiar que creí importante preservar ¿Fue delito?”
—“Ya me lo dijeron anteriormente... Si. Sin duda”— expresó Rolo con sorpresa
Sobre la atmósfera adormilada que lo rodeaba, la voz de su joven esposa se desvaneció dejando sólo un susurro. En esa semiconciencia Rolando creía entrever una luz diminuta expulsando colores vivos hacia los costados. Cada color era una faceta del Diamante desparramada por el dormitorio. Y él recogía aquellos talismanes preciosos, pero comprobando que no lograba reunirlos a modo de reconstituir, la joya de origen. El sueño le cubrió los ojos mientras su mano acariciaba en mensaje multicolor del Diamante.
—“Me has abandonado...”— volvió ella a susurrarle
—“Sí. Sin duda. Tengo las manos llenas de partículas humanas. Las de cada mujer que me ha acompañado en este cuarto”— contestóle Rolo
—“¿Son muchas?”
—“Suficientes ¿O creías que un varón no siente la soledad? Siempre se halla compañía pasajera”
—“Pensar en ellas ...me produce vértigo”— respondióle Alicia
—“Sí. Sin duda”
—“Aquella mañana te vi partir. Fue un dolor instantáneo, inadvertido. Luego un frío que corrió por mis entrañas. Una herida. Esta angustia oprimida aquí en mi pecho. Ni luz. Ni noche. Ni recuerdos”
—“Comprendo todo Alicia. Fue duro ¿Pero podrías también comprenderme a mí?”
—“Lo intentaré ... a ello he venido a susurrarte entre la nebulosa del sueño. Tengo que explicarte, en esta intimidad nueva”
—“¿Intimidad? No teníamos intimidad, Alicia, ni privacidad”
—“Te escucho Rolo ... Tu voz susurra mi desvelo”
—“La verdad llamó a la puerta de tu casa en la plenitud del verano. Las persianas estaban entornadas. Un sol creciente arrojabas fuego sobre los caminos serranos. El Río San Antonio traía ora sequía, ora turbulencia. Aún no llegaba desde las altas Cumbres la creciente anhelada. Los talas frondosos resecábanse sobre las laderas y el basalto se recortaba combo, entre las playas de arena. Sed. Pesadez. Cuando llegué a buscarte, Alicia... ¡Yo era un caminante que pedía un vaso de agua!”
—“Está tibia ...te contesté... No ha quedado un solo jarro fresco”
—“Me basta, llegando de tus manos ...dije yo”
—“Y entonces ¿Por qué me abandonaste?”
—“Lo hice. Sin duda”
—“Dejaste detrás de ti a tu esposa y tus hijos ¿Lo has olvidado Rolando”
—“No, en absoluto. En el interior de la casa nuestros hijos jugaban con globos de colores. La sed de los hombres aún les es desconocida. Recorrí por mucho tiempo cada una de aquellas habitaciones, comprobando que la penumbra cubría ese interior. Una paloma aleteaba detrás de sus barrotes y nuestros niños la alimentaban colocándole migajas en el pico. Todos éramos allí prisioneros”
—“Pero me has abandonado... y ello tampoco se justifica”
—“Sí. Sin duda. Pero estando allá contigo, Alicia, te comenté: ...Faltan luces”
—“¡Aquí se encuentran! ...te dije oprimiendo el botón de los tubos de mercurio, y una luminosidad cubrió nuestras caras”
—“No son suficientes, y son muy opacas ...te volví a indicar”
—“No tengo otras, Rolando”
—“¡Sí las hay! Afuera el rayo solar deslumbra la visión de los caminantes. Sus luces refulgen chocando contra los rostros, y grandes sombras se proyectan junto a los sauces. La sierra resplandece de hermosura y el Río San Antonio serpentea, ora cristalino, ora turbulento, entre las rocas de basalto ¿Por qué te encierras Alicia, rodeada de paisajes?”
—“¡Qué importa ya! ... Si igual me abandonaste, Rolando”
—“Sí. Lo hice. Sin duda”
—“¿Aceptas, entonces mi reclamo?”
—“Lo acepto... Pero yo trataba de explicarte mis anhelos en ese instante último. Me acerqué a tu lado buscando un refugio acogedor. Fresco en estación cálida. Tibio en estación fría. Pero la opacidad artificial de tus luces mercuriales, donde te ocultas para no mirar hacia afuera, me rechazaba. Entonces te dije: ...El sol va subiendo. Me voy”
—“Era el final de vacaciones ...Y me abandonaste”
—“Abrí la puerta. El horizonte mostraba aún los pigmentos del verano. Las ramas de los árboles inclinaban sus frutos a los viandantes”
—“Dos manos solas, las mías, de mujer abandonada, no me permiten recoger la energía de los rayos solares que cubren la serranía”— reclamó Alicia
—“Te dije ...Me voy... Y esperaba que me siguieras”
En la inconsciencia adormilada, Rolando soñaba con Alicia y creía verla rozagante de belleza. Como el primer día. Quizás el segundo y hasta el último día en que vivieron juntos. Pero siempre distante. Inmutable. Ella lo miraba con esa faz incierta que crean los ensueños.
—“Ya ha pasado el verano, Alicia”— le dijo él posando sobre la joven su mirada melancólica
—“¿Y qué llega detrás de él?”— preguntóle ella
—“Viene la estación de las siembras. Pero las habitaciones de tu casa, donde te encierras en forma de claustro, no te permitirán contemplar la labor de los hombres que respiran el aire natural de la sierra. Por ello me voy”
Ella veíalo alejarse entristecida. Hubo silencio. Rolo volvió la cabeza y la divisó totalmente sola. El ensueño continuaba y Alicia materializada dentro de aquella fantasía, bajó de un impuso rápido el zócalo de su casa, para colocarse a su lado. Y juntos por fin, como tanto él había deseado, se encaminaron hacia la calle bajo la tenue hora vespertina. Libres al fin de tutelas.
Los niños estaban apoyados sobre los vidrios de la ventana mirándolos con sorpresa. Los globos de colores cayeron de sus manos deslizándose entre las plantas, para deshacerse por completo. Una caricia de la noche esparció los pigmentos.
El nuevo amanecer los sorprendería entrelazados. Mientras el ensueño continuaba sobre el paisaje serrano, el viento llevábase las hojas doradas del otoño. Residuos gastados que se volatilizarían con el aire. El tronco del plátano despojóse de su corteza y Alicia la recogió en sus manos. Quiso ella exprimirla como un recuerdo, pero fue desmenuzándose entre sus dedos, dejándole la palma muy blanca y vacía.
Alicia apoyó su cabeza contra el pecho de Rolando, demostrándole esa confianza que él siempre esperara de ella. El vierto serrano soplaba, esparciendo la “cola del Zonda” que llegaba desde las Altas Cumbres. Los rayos del nuevo sol entibiaban levemente sus facciones. Los surcos del sembrado lindero al camino se abrieron, ofreciéndoles el choclo carnoso y maduro, con su melena al viento.
En la lejanía del sueño, la nube del invierno avanzaba cubriendo la calle arenosa. Las ramas del tala retorcido mostraron sus uñas espinosas, y cada una de ellas transformóse en brazos, portadores de manos reclamantes. Las “tutelas” volvían a atacarlos.
—“¡Alicia!”— gritáronle en conjunto
Alicia escuchó aquellas voces que siempre la dominaran, pero que ahora desoyera dándoles la espalda. Y quedó tiesa e inmóvil. Volvió hacia atrás la cabeza... y entonces dejó la mano de Rolo que la conducía, recogiendo el abrazo espinoso.
El la observó mientras ella se alejaba. Ausente a todo llamado suyo. Distante a todo reclamo. Entonces alzó con su puño viril una parte de la tierra serrana, apartada de los surcos por medio del arado, y marcó con esa masa fértil el nombre de su amada sobre el tronco desnudo del primer árbol.
Pero ella ya estaba muy lejos. La envolvieron numerosas manos tutelares, y ya él no la vería más a su lado. Su sueño semejaba su realidad. El hielo se extendió por el sendero. Rolando quedó en imagen sobre el recuerdo.
—“¡Me dejaste partir solo, Alicia!”— gritó el muchacho entremedio del sueño
—“No ...No estás solo... Ya no lo estás. Hoy llamó alguien a tu puerta”— susurróle de nuevo la voz de ella
—“¡Azucena! Tal vez su visita sea sólo un mensaje de tu lado”
—“No. Lo sabes bien. No es hermana mía. Vivió con nosotros, con mi familia, pero sólo fue mi huésped. Hemos sido amigas, pero ella no tiene uniones”
—“Es cierto. Pero mi presencia puede traerle también, una sensación de cerrojo”— expresó él con firmeza
—“¿Cuál cerrojo? ¿El hogar que no tuvo y encontró entre nosotros?”— contestóle ella muy airada
—“También puede ser una carga muy pesada ¿No lo has pensado?”
—“¿Cómo? ¿De qué forma?”
—“Cuando no es propio. Cuando se convierte en una deuda por falta de derechos. Cuando encierra”— expresóle Rolando
—“Pero ...¡Ella es tan libre!”
—“La libertad de los huérfanos, Alicia. Pues Azucena dormía con ustedes, tu familia, y se alimentaba. Por ello no era libre ...ahora lo será”
—“¿Sabrá agradecer también?”
—“¡Qué corta es tu conciencia de la libertad!”
El sueño como dueño de toda la escena, comenzó a emitir ideas por sí mismo: ...El ser llega desvalido al mundo. Gimiendo e inválido, con menos posibilidad que un potrillo. Es un gurí inerte, dependiente, incapaz por sí mismo de aprender a caminar o hablar. Crece. Come. Y luego no tiene derecho a la vida, pues más tarde se le cobrará la mercancía.
Pero algunos reclaman una cuota mínima o máxima de derecho vital. Pequeña. Grande. Según los caracteres. Un soplo de propiedad sobre sí mismos. Hay quienes no quieren negarse a cumplir su propio destino. Que lo reclaman con justeza.
—“¿Crees que Azucena pudo amarlos?”
—“¿Amarnos? Le dimos amparo, debe reconocerlo ¿Eso no es amor?”
—“Se trata de algo distinto. Hablo de otro amor, el que talla un Diamante ¿Puedes advertirlo? Ella estaba ya allá, con ustedes, dentro de tu familia, cuando yo llegué para quedarme a tu lado. Vi la escena y su significado ¡Ustedes no estaban obligados con ella! ...Pero ella quedaba obligada con ustedes... Dura condición ¿Pudo amarlos? ...Libremente”
—“Sólo se le pidió reconocimiento...”— expuso Alicia
—“¿Era eso?”
—“¿Qué otra cosa podría ser? Sólo reconocimiento”
—“Una carga muy pesada ...que creo ya cumplió. Las deudas tienen un final, puesto que no parten del amor o la amistad. Tienen un plazo. Caducan”
Y las imágenes de rolando volvieron a llevarlo por los laberintos del sueño. Deslizábase ahora por una planicie gris perla, entonada en celeste, como si el cielo de la mediatarde se reflejara en ella.
—“Caducan. Todo caduca”— iría repitiendo como una sordina
Iban ellos dos,, nuevamente juntos por la misma ruta y en cada brazo de sus derechas se asentaba una paloma. Cuando la primera paloma voló lejos de ellos... era la de Rolo.
—“Todo caduca”— insistía la ficción del sueño
Alicia no la vio. Estaba contemplando su ave blanca y pura. No vio ese brazo ahora desnudo. No vio el camino que se bifurcaba, y no lo vio a él, lejos suyo, buscando a su paloma prófuga.
—“Todo caduca”— repitió el genio del sueño
Aún continúa sin ella. Un enjambre de caras nuevas cubrió la visión de Rolando cambiando su escenario. Alguien le interpuso una rama. Mientras que un ombú gigantesco precipitóse a tierra, con las raíces desgarradas. Y atravesándole el camino le obligó a buscar un atajo... distante. Un sendero nuevo, sin viento y sin nostalgia.
Los caminos de ambos son ahora diferentes. Sus brazos ya no lucen palomas. Sus niños los miran, y ellos son mariposas.
—“¡Me dejaste partir solo, Alicia!”— gritó él nuevamente
—“No me llevaste, Rolo ...Pero le abriste tu puerta a una visita”
—“Me han visitado aquí muchas mujeres y no te olvido ¿Por qué insistes en esta visita?”
—“Así lo he creído yo al verla partir ...Iba detrás tuyo”
—“¿Qué le reprochas a Azucena?
—“Su visita”— insistió Alicia
—“¿Y qué quieres de ella?”
—“Reconocimiento”— respondió ella con firmeza
—“¿Era eso? ¿Ni tan solo yo?”— dijo exaltado el muchacho
—“¿No es válido acaso?”
—“No lo veo así. Ella al recibir de ustedes alimento, guantes de diversos colores, preciosas prendas para cubrir el cuerpo. Comodidad y hasta elegancia ...al recibirlas ¿No tenía Azucena más derecho a su identidad?”
—“Te expresas con mucho rigor”
—“No, ya no lo tenía. La inversión fue buena, igual al porcentaje de los usureros ¡Error! Una generosidad sencilla, un acto pequeño, la hubiese mantenido unida por el amor. Eran vestidos demasiado caros ¡Se anudaban como serpientes!”
—“¡Quizás! ... ahora sé que no has de volver. Y no queda más tiempo disponible para nosotros ¡Lo hemos agotado! Sigue durmiendo, no voy a susurrarte más. El sueño es más suave que mi voz”
OooooooooO
¡Siempre hay tiempo!
Mientras que el vacío de nuestra casa fue continuo. Dentro de ella, se apagaron los ecos musicales de un idilio que nos reunió, entre las guirnaldas de los danzarines. Como máscaras de un carnaval añejo arrojadas sobre las baldosas del patio.
¡Y al amanecer nos contemplamos como dos extraños!
Pues las risas dulces e ingenuas de los niños que tuvimos, no devolvieron a nuestros ojos los colores engañosos que nos fascinaron. Y el anochecer nos hallaría caminando por la otra orilla.
¡Pero vendrá un nuevo tiempo!
Cuando el astro rey incline sobre cada uno de nosotros sus manos. Y la pupila brille junto a la corola con majestad de vida.
7— MICA Y DIAMANTE
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—“¡Hola Rolo! Venía a saludarte”— le dijo ella al transponer la puerta del taller de cerámica
—“¡Hola Azucena! Adelante...”
Sobre las mesadas de mármol destinadas al trabajo, los ceramistas iban colocando numerosas piezas, todavía calientes, provenientes de la primera hornada. El caolín jujeño y la greda roja cordobesa, combinadas o puras, no tenían aún color. Y la forma desnuda del bizcocho resaltaba las líneas esenciales impresas con el modelado.
—“¿Cómo se encuentras todos ustedes?”— preguntóles Azucena
—“Hace un momento estábamos preocupados, pues creíamos que algunas piezas habrían sido colocadas antes del tiempo de secado en el horno. Pero todo anduvo bien”
—“Es toda una suerte, me da mucho gusto”
—“Ahora me encuentro tranquilo y podemos hablar... Salgamos al patio que aquí hay calor sofocante y humedad”
Un sol débil inundaba las baldosas del patio. El tiempo había homogeneizado su color. Numerosos moldes de yeso hallábanse desparramados o apilados en ese lugar, protegidos por un alero de zinc ante las eventualidades climáticas. Un tanque de cemento contenía arcilla.
Pero aún así, quedaba espacio para una plática de dos. Hacia el fondo de aquella casona vetusta, de barrio San Vicente, cimbaba la higuera.
—“¿Sabes Rolo? Hace unos día— le comentó ella — caminé por las orillas del Río San Antonio. Pero me mantuve alejada de aquella casa”
—“¿Por qué fuiste hacia allá?”
—“Porque en su naturaleza encuentro algo prodigioso”
—“¿Tanto así?”
Y así era para ella. Esa aridez del suelo. El caudal temible del río en sus crecientes. El seno turbulento. La fuerza del agua que choca contra las piedras de basalto del borde. La mansedumbre final y su transparencia cristalina ¡Todo ello tenía para Azucena en su conjunto, un poder cautivante!
Río San Antonio, piedra y arenal. Basalto y agua. A veces mortal. El paisaje indómito que ellos habían dejado atrás. Poco antes de partir habían visto a un turista que se arrojó entusiasmado al agua cuando comenzó la creciente. Lo sacaron entre varios vecinos de alli anudando unas mangueras. El turista se sostenía del extremo pero la fuerza del agua en correntada, por momentos le hacía dar movimientos de abanico. Cuando al fin emergió lleno de magullones, le dijeron:
—“No es peligroso el caudal, sino las piedras”— y lo aprendió para siempre
—“Comienza con una espuma de apariencias inofensivas”— comentó él
—“Luego fluye en torrente”— confirmó ella
—“Cuando yo era niño aquella serranía reseca que cruza ese río caudaloso, estaba tapizada de mica. Trozos grandes como baldosas, negras o blancas, cubrían las laderas, y al caminar a la siesta bajo la resolana, relucían como millares de espejos arrojado del cielo”— recordó Rolando
—“Hoy no quedan ya... Sólo algún polvo de mica como recuerdo”
—“¡Aquel fue mi primer Diamante! Era una visión deslumbradora”— expuso el muchacho con entusiasmo
—“¡El hombre tiene cualidades cleptómanas con la naturaleza!”
—“Sin duda. Pero está vivo en mi retina aquel esplendor espejado... Y luego desposeído por la mano del hombre. Porque mutuamente, hombre y naturaleza no se respetan. También debe ser propio de aquella zona donde ambos luchan tratando de imponerse. En aquel tiempo de mi infancia yo iba allí de veraneo... luego me fascinó la idea de permanecer todo el año, uniéndome con Alicia”— dijo Rolo
—“Fue parte de tu elección y fascinación por ella”— respondióle Azucena
Ambos callaron recordando aquel paisaje con su Río San Antonio que da beber a la ciudad de Córdoba. Una aridez hasta humana, pero dueña de un sortilegio particular que los hacía retornar siempre. El río se encajona aguas arriba y alcanza muchos metros de profundidad. Luego avanza arrastrándolo todo: Cercos. Carpas. Juguetes. Sombrillas. Mesas ...e incluso... Autos. Todo lo que hizo el hombre con sus manos. Es un abismo.
—“También con el mismo vigor y rigor trata a sus visitantes... No me fue grato el regreso”— comentó Azucena
—“¿Ibas sola?”
—“No. No iba sola. Me acompañó un amigo”
—“Pude comprenderlo cuando te vi entrar... Los caminos siguen abiertos, pero el mío te está vedado desde tu interior ¡Y ya no quiero ofrecértelo más como esperanza! Nosotros dos nos hemos alejado demasiado ¿Verdad Azucena?”
—“¿Lo crees?”
—“¿Estoy en lo cierto?”
En ese momento llegó desde el interior otro de los ceramistas comenzó a seleccionar la moldería. Rolando acudió en su ayuda al observar que algunas piezas de yeso tambaleaban, y podrían caerse de sus pilas. Azucena quiso también colaborar.
—“Has visto el cielo, Rolo?”— le dijo ella cuando terminaron esta tarea
—“Tiene un hermoso color”
—“Está abierto y me aguarda. Siento encanto al salir hacia el día y la luz, en nuestra ciudad todavía invernal e iluminada por el tibio sol de agosto”
—“El sol de los barriletes”
Ambos jóvenes quedan en silencio por un largo tiempo, y luego comentan que Córdoba luce feliz en esa mediamañana, a pesar de la violencia dolorosa que sacude sus calles. La Cañada sigue su curso. Los caminantes se dirigen hacia ella y asomados a su borde de piedras blancas, le preguntan... pues tienen incógnitas sobre su devenir citadino, dentro de tanto conflicto. Pero el canto del agua en forma de hilo cristalino, que corre por su fondo, no les responde con palabras. Su murmullo es el mismo de siempre, pero en su superficie flota la Esperanza. Pensando en ella, Azucena dice:
—“La Cañada no tiene aguas portentosas, sólo una hebra brillante y solitaria de agua, pero me asomo a ella y veo flotar mi esperanza. La saludo desde la otra orilla, respiro el aroma a ramas de las “Tipas”... y luego regreso hasta mi casa”
—“¿Ya te vas?”
—“Siempre me voy, Rolando... aunque venga a buscarte en forma repetida ¡Pues yo soy como La Cañada! Un largo camino serpentino atravesando Córdoba”
—“¿Otra vez partes?”— insistió él
—“Voy hasta La Cañada. Las “tipas” frondosas de sus bordes me saludan siempre, aunque ahora se hallen sin sus hojas. Las piedras lucen para mí sus formas de años. Y muy a la distancia las serranías me divisan sola. Sí, sola”
—“Siempre sola, caminando ...para evadirte. Te vi hace un momento ayudarnos con entusiasmo. Sí. deseabas hacerlo por nosotros, por gusto propio... ¿O por fuga? ...para no responderme”— preguntóle el muchacho
Nuevamente se produjo un silencio, espeso, pero más corto. El patio bañado de sol daba contenido a sus figuras juveniles. Desde interior algunos cánticos de tonadas folclóricas, llegaban hasta ellos. Esa serenidad y aquellas notas musicales, hicieron que Azucena quisiera expresarse y abriera su trama interior, siempre tan oculta.
—“Pero... ¿Puedes escucharme? Frente a ti, Rolando, me hallé como prisionera de un imán, cuando nos conocimos”
—“Quería escuchártelo decir, pues lo suponía”
—“Pero venías en pos de Alicia y no de mí”
—“¿Fallé en mi elección? Es el corazón el que manda”— aclaró él
—“Sin embargo con tu llegada aquel círculo de familia, tan hermético, cobró una nueva vida y se decoró con tus niños. Eso me bastó. Yo deseaba que permanecieras allí, junto a ella ¡Pero que permanecieras! Que no te marcharas nunca”
—“¿Eras auténtica en aquel momento? ¿O yo fui una novedad, una variación, ante la monotonía?”
La pregunta de Rolando no fue respondida. Ella recordaba que había buscado en los valles. En las quebradas de aquellas serranías que la vieron recorrer alegre en otro tiempo... Y sólo encontró un paisaje moribundo, detrás de su partida. Pero no se lo dijo.
Rolando contempló a Azucena en forma de intriga, como si el escenario que lo rodeaba con cerámicas y moldería, se hubiese anulado. Ella era así. Un rostro nuevo. Un color nuevo. Fresco. Un pétalo que amanecía teñido de violeta para cambiar de color en dirección al mediodía. Azucena. Móvil. Cambiante. Fluctuante. Inestable... siempre.
—“Pero nunca te quedas”— presionó Rolo
—“¿Es necesario?”
—“Tampoco hablas de amor, nunca”
—“¿Hace falta?”
—“¡Qué difícil es para mí el Diamante!”
—“No lo conozco ¿Cómo es?”— inquirióle ella
—“No es definible con palabras”— respondióle él
El Diamante. Colores hermosos y variados, rebosantes de facetas novedosas. Porque no es el amor. Es una experiencia distinta. Al verlo en su dimensión y en su dinamismo, vuelve el mundo sonoro y ambiental hacia las personas. Posee su propia prisa. Todo lo estático se transmuta. El amor sigue donde está. El Diamante es diferente. Es más complejo de lo imaginado, cuando se lo ha tomado de un extremo.
—“Me pregunto ¿Será tan difícil como bello? ¿Y su belleza será tan intensa que habremos olvidado los esfuerzos que nos llevaron hacia él?”— dijo Rolando en voz alta como pensando para sí
Bajo la atmósfera que lo envolvía en el taller de cerámica, la voz de Azucena iba desvaneciéndose para retornar por su huella. Estaban en ese momento en un camino común, de dos, que duraba un instante. Muy poco después ella cruzaría la otra calle en dirección al centro de la ciudad. Como otras veces. Como lo hizo desde el primer día en que arribó a buscarlo. Que partió detrás de él... pero sin detenerse nunca.
¿Dónde estaba? ¿Y dónde pues de verdad hallábanse ambos? Unidos siempre en un vínculo no especificado, sobre un desfiladero angosto y largo donde el horizonte se extendía, hacia la sierra virgen, bella y portentosa.
Allá Alicia: lo inmutable ... Aquí Azucena: lo inestable.
—“Rolando, cuando nos conocimos tu mirada penetraba en mí, pero yo me resistí a adherirla con un llamado afirmativo”— explicóse ella
—“Lo advertí. Pero yo iba en busca de Alicia”
—“Te sonreí con agrado, pero salté luego hacia un atajo. Retuve mi perla en la mano sin brindártela, pues deseaba que nunca partieras de allá”
—“Yo nunca te he rechazado, Azucena— expresó el muchacho —Mas aún... Creo que te estoy aguardando, quizás desde el comienzo”
Ella miró hacia las mesas con moldería y acercándose fue rodeando ese espacio como si estudiara cada una de las piezas. Las tocaba con cuidado una a una, y luego volvióse hacia él, para decirle:
—“Te has sugestionado con mis palabras”
—“No. Este debe ser mi descubrimiento más reciente. No lo había comprendido bien hasta ahora. Hasta este día”
—“No es nueva mi presencia a tu lado, Rolo”
—“No, pero es distinta, Azucena... Las veces que te tuve en mis brazos desde tu llegada, me extrañó nuestra mutua ternura”
—“¿Porqué? Los dos las esperábamos ...Yo al menos”
—“Porque no es común, al menos para mí, cuando no hay una propuesta de continuidad. Una media palabra de amor siquiera...”
—“Has tenido demasiado de ello, desde que te apartaste de Alicia, yo misma lo he advertido en mis visitas a este taller con todas sus cerámicas”
—“Es cierto. Pero no era mi interés propio, salieron al cruce como siempre sucede. Mi vida estuvo envuelta todo este tiempo en demasiadas emociones táctiles”— reconoció él
—“¡Es la eterna nebulosa que nubla los sentimientos!”
—“Sin embargo, un momento de alegría tuyo, me ha sido siempre bello. Si. Me intereso por tu vida ¡Y no solamente por la similitud de dos almas en exilio!”
—“Sin duda, casi inadvertidamente, nos hemos asomado buscando un límite común, compartible entre ambos, tanto como antes buscábamos el nuestro propio”— razonó Azucena
—“Si así fuera... Todavía no lo hemos alcanzado plenamente, porque el Diamante aún está lejos de nosotros”
Un silencio envolvió a ambos jóvenes luego de estas palabras, mientras del interior del taller llegaba como sordina, la actividad de los ceramistas. Estaban envueltos en una bruma de ansiedad. Jóvenes y solitarios, esperando algo de ellos mismos. Algo para brindarse y recibir, distinto a las emociones inmediatas que ya se habían brindado. Algo que poseían en su ser y que sin embargo retuvieron siempre, como si les fuesen a arrebatar una joya incalculable de su arca.
—“Cuando arribé hace ya un tiempo, luego de enviarte una carta como anuncio previo, yo regresaba sola, lentamente, hacia el encuentro de un objeto perdido”— fue recordando Azucena
—“¿Y cuál era ese objeto pedido?”
—“Era mi antigua vida citadina. Partí hacia la sierra siendo casi una niña. Volvía ahora, siendo una mujer”
—“La ciudad de tu infancia estaba ya muy cambiada”— opinó él
—“Completamente, era distinta a todos mis recuerdos plácidos, provincianos. Me encontré con una ciudad politizada. Pero seguía siendo mi solar natal.”
—“Quise servirte de compañía. No lo admitiste”
—“Querías guiarme. Yo me quería guiar sola”
—“¿Siempre sola, Azucena? ...autónoma, sin preguntar nada”
—“Esa noche, una legión de luces nocturnas salió a mi paso junto al límite entre el día y la noche ¡Pero eran fuegos de violencia que incendiaban mi solar natal!”
—“Cuando te abrí la puerta, creo que miré tus ojos frente a frente por primera vez. Antes tus verdes pupilas me rehuían. En ese momento comprendí que te conocía desde mucho antes, de llegar yo hacia allá. Algo así, como de un pasado sin tiempo... Incalculable.”— evocó Rolando
—“Es más difícil este día. Este nuevo día ¿Verdad? Pues es mucho más difícil dar continuidad a una relación, que comenzarla... Por ello me voy”— dictaminó la joven de improviso
—“¿Adónde vas? Así de repente... Es, como si te asomaras de continuo a multitud de ventanas. Podríamos habernos acompañado un tiempo, aunque fuese pequeño ¡Si te hubieras detenido!”
—“No tengo por qué detenerme”— aseguró Azucena
—“Nadie te espera ¡Nadie te ha aguardado hasta ahora!”— insistió el muchacho
—“Es cierto— reconoció ella —No sabía mientras caminaba y buscaba ómnibus por qué me dirigía hacia aquí, tan lejos del centro donde yo vivo, hasta el barrio San Vicente, donde se halla este taller cerámico”
—“¡Por mí! ...eso he creído yo”
—“¡O por mí simplemente! Deseaba sentarme en algún lado. Recién ahora comprendo, que he llegado a un lado... el que yo buscaba sin hallarlo ¡Quizás fuera el Diamante!”
—“Pero no es. Aún no”— aseguróle Rolo
—“Pero algo especial es para mí. Llevo años oyendo mi propio monólogo. Desde que quedé sin padres. Sola. Me he acercado aquí esta mañana para sumar otra voz a la mía, formando un diálogo. Vine buscando comunicación”
Azucena dirigióse en aquel momento hacia una ventana del patio, que daba al interior del taller. Pudo ver tras el vidrio una gran mesada de mármol donde se hallaban algunos bizcochos cerámicos, aún no esmaltados y en reposo, enfriándose luego de la horneada reciente. Dijo entonces:
—“Veo estas piezas blancas que se comunican, diciendo ...¿Qué barnices tendremos?.. Y el pincel les contesta ...Elegimos el rojo. El que tiene la llama. La anhelada. Después vendrán los otros. Pero viviremos nuestro día. El primero”
—“¿Siempre el primer día, Azucena?”
—“Sí. Lo tomamos entre los dedos, es la semilla”
—“La arcilla es maleable— expresó Rolando —responde a nuestros deseos y luego los esmaltes cerámicos la vuelven roja, verde, azul, amarilla, violeta, naranja, blanca, negra ¡Puñado de tierra fértil!”
—“Ese es el lujo del ceramista. Crear con elementos de la naturaleza”
—“Mi libertad es modelar y esmaltar, formar con la materia cerámica, dar vida nueva al barro inerte. Los ceramistas construimos con él, una vida distinta. Quizás sea la nuestra propia impresa en el caolín y la greda... El Diamante.”
—“Maleable. Mutable. Se me parece entonces ¿Verdad Rolo?”
—“Sí. Mutante siempre para huir de ti misma”
—“Es posible. Pero no ¡No seas demasiado cruel!”
—“Nunca lo he sido, sólo realista”
—“Puedo entrever algo distinto, para mí misma, como comprender por ejemplo que tengo las manos dormidas. En cambio aquí todo luce diferente. Alguien ha construido este patio, estas habitaciones, también las mesas de mármol... Y en ellas ustedes transforman la arcilla”
—“Es verdad”
—“¿Es consciente todo esto?”
—“Sí, Azucena. Para ello nos hemos reunido en esta casona de San Vicente donde antes existían quintas de frutales y las viejas familias veraneaban. Según has visto, son varios los talleres cerámicos por esta zona, estas grandes casas lo permiten. Cuando atravieso la ciudad de un costado al otro, desde el Cerro de las Rosas, creo que he cambiado de atmósfera como de vida. No sé si me hallo en el pasado o en el presente... Porque la cerámica es mi presente, y San Vicente es el pasado casi legendario de la Vieja Córdoba”
—“Sí, aquí construyes. Alguien o muchos, construyeron cuánto aquí existe”
Rolando la miró de frente. Estaba cambiada. Pero en sus recuerdos creía verla aún recortada sobre el paisaje de la sierra, donde la conociera. En aquellos días un rayo había partido en dos el tronco de un sauce, y ellos contemplaban las raíces abiertas junto a un montón de madera esparcida. La mula de un serrano se detuvo al lado de ellos, recogiendo aquella carga preciosa para su invierno, y continuó su marcha.
El Río San Antonio en aquellos días lucía cristalino y manso, sin creciente. En el interior suyo numerosas piedras de cuarzo y basalto, blancas y negras, parecieron convertirse para él, recién llegado, en caras humanas blancas y morenas. De pronto él volvió al momento, a la escena real, contemplándose y contemplándola.
—“¿Quieres entrar en este mundo de las formas y colores, de mi mano?”— preguntóle él
—“Es mi preferida”
—“¿Desde siempre?”
—“De tu mano me interné por mundos pasionales y place sentirme guiada por ella ¿Lo has olvidado ya?”
—“Esta es una pasión muy distinta ...Es el arte... Ars Longa Vita Brevis”— explicóle con vehemencia Rolando
—“¿Cómo realizan esta labor?”— insistió ella
—“¿Quieres realmente penetrar conmigo en el mundo de forma y color?”
—“De tu mano como antes”
—“Son necesarias continuidad y constancia ¿Te arriesgas a ello, Azucena?
—“Lo crees imposible para mí?”
—“Me has ofrecido siempre, desde el principio, la entrega y la inconstancia”
Azucena alzó su mirada clara, verde miel y translúcida, hacia el rostro incrédulo de Rolando. Su cabellera larga de un castaño tenue y rojizo, propio de los soles serranos, contrastaba con las baldosas antiguas y desteñidas de aquel patio. Eran muy blancas sus manos, que habían perdido con la vida citadina el bronceado de la serranía, pero más blanco aún era el caolín húmedo dentro de las bateas. Como más roja que su melena, era la greda de los ceramistas.
—“Sí Rolo, yo caminé cientos de calles, desde mi llegada aquí. Solitaria y sin constancia. Quise ofrecer algo de mí, pero me mantuve infértil y siempre móvil. Todos caminaban como yo, se alimentaban y vestían. Pero no había comprendido que el mundo también se construye... Y ahora esta visión me surge de repente”
—“¿Como un grito en el vacío!”— exclamó él dudoso
—“Al contrario. Quiero llenar mi ánfora vacía”
—“¿Cuánto durará, Azucena?”— preguntó Rolando deseoso de saberlo
—“El necesario. Hay en mí mucho espacio para utilizar”
—“¿Será posible esta vez?”
—“Lo pondré todo sin retener mi perla escondida”
—“Tengo intriga por verlo”— aseguró el muchacho
—“Quiero modelar y barnizar. Penetrar en las posibilidades del cromo, el minio, del hierro, el manganeso, el cobalto...”
—“Todos los óxidos y carbonatos de la cerámica te aguardan... al menos ¡Ahora alguien te aguarda!”
—“¡Quizás mi búsqueda sea el Diamante! Pero no. No basta”
Ambos se miraron, quizás por mutua sorpresa. El hacia ella. Y ella como descubriéndose a sí misma. Las baldosas del patio estaban radiantes de sol, pero aquél no era el sol de la serranía y por eso no emitía aroma a peperina. Pero era sol igualmente, con una luz potente que parecía adentrarse en ellos.
—“No. Es más largo el camino— dijo Rolando —Llevo recorriéndolo largo tiempo. Sin embargo, Azucena, creo que uno de los dos lo hallará. Tomará entre sus manos el Diamante, tallará con primor cada una de sus facetas y podrá regresar con él en sus manos, a contemplar lleno de hechizo, pero dueño ya de sí mismo, al Río San Antonio”
—“Tenue. Claro. Cristalino. Calmado. Cambiante. Crecido. Turbulento. Arrasante. Peligroso... ¡Vivo como el Diamante!”
—“¡Y siempre mágico!”— concluyó él
Rolando del Pino. Treinta años. Vibrante. Vivaz y vital. Pero sujeto entre dos amores. Uno estático y otro dinámico:
Alicia, aquélla a la que él realmente amaba. Azucena, esta amiga que lo amaba a él. Una que lo aguardaba a la distancia y no se entregaba. Otra que se entregaba y no permanecía nunca a su lado ¡Solamente por instantes!
Alicia, a cuyo lado estaba él seguro de volver, cuando ambos comprendieran sus circunstancias. Azucena, que era ahora su presente activo, pero fugaz y pasajero, y que sin embargo lo acompañaba en sus angustias las cuales en ambos eran semejantes.
Solo, en definitiva. Pero él estaba seguro de sí mismo, allí, como artista y ceramista, construyendo su vida propia dentro de una ciudad de Córdoba que se autodestruía, en aquella caótica década del 70.
Y se alejaron ambos amigos y amantes de aquel patio, hacia el interior del taller, confundiéndose con los demás ceramistas. Era la mitad de la mañana. Faltaban pocas horas para el mediodía.
Pudieron ellos ver desde adentro, ya sentados junto a las mesadas de mármol donde se amasaba la arcilla, mezclando el caolín con la greda, cómo todo detrás de la ventana abierta al patio, brillaba más tarde con una claridad de luz y de siesta. Azucena percibió el hechizo de las manos en aquellos ceramistas, igual al misterio de sus mirabas absortas en el modelado. Y advirtió entonces que aquello era como un juego encantador, constructivo, que la vida habíale obsequiado en mitad del camino, para guiarla hacia una nueva ruta cordobesa. Un mundo perviviente, a pesar de las duras batallas callejeras de aquellos tiempos.
Ignoraba cómo se detuvo. Ignoraba cómo y cuándo comprendió que la fragancia terrosa de la arcilla, del caolín y la greda, la acompañaban desde lejos, desde su vida en la sierra, desde la naturaleza virgen donde volvióse mujer. Y eran parte y realidad de una multitud de imágenes que ella venía recreando desde el pasado. Porque la arcilla, los óxidos y los carbonatos, eran parte de la sierra. Pero de una sierra distinta, ahora reelaborada por ella.
Afuera del taller de cerámica, detrás de la puerta labrada y antigua que refugiaba a los ceramistas, frente a una calle adoquinada, dominaba la subversión y la represión. Se cubría de fuegos tétricos el escenario de Córdoba... La Docta, la lacerada.
Dramas. Disturbios. Muerte. Violencias y víctimas. Asaltos y asesinatos. Un submundo quería transmutar a un viejo mundo, sin talento —en forma desmedida— y para lograrlo convocaba a la tragedia para sí y para todos. No tenían genialidad ni subversivos ni represivos. Pero había sí, mucho dolor. Mucha pérdida para todos y mucho desgaste para Córdoba.
Una ciudad universitaria, mediterránea, alejada de puertos y fronteras. Aislada del mundo, en el Cono Sur sudamericano, donde todo fuera durante cuatro siglos casi un milagro, obra del esfuerzo tenaz de los cordobeses en un medio difícil, desde el comienzo. Cuando su fundación en 1573 donde antes nada existía, sobre un sitio primitivo y salvaje. ¡Cuatro siglos de trabajo! ¡Perdida y desgaste inútil!
Jóvenes imberbes, niños casi, se sentían héroes y eran asesinos. Represores maduros actuaban como salvadores de una sociedad desconcertada, y cometían crímenes. Pero los ceramistas estaban allí, en aquella mañana de agosto, modelando y coloreando, construyendo para la mañana siguiente cuando todo este infierno dantesco fuese pasto de olvido ...Alguno... Uno al menos entre ellos, hallaría el Diamante.
OooooooooO
¡Sonríe! Mira este conjunto de libélulas alrededor del agua de creciente que cubre ahora con furia al Río San Antonio. Pronto descenderá el caudal y su mansedumbre hechizará otra vez las visión del caminante, al contemplar ese espejo cristalino con su fondo de arena y basalto.
¡Construye! Cuando de tu seno surja la primera gota propia de agua. Cuando tu tierra esté preparada, hablaremos nuevamente... Si has creído. Si has percibido. Si tus ojos pueden ya, leer y develar la incógnita del Diamante, entonces te cruzarás nuevamente con su ruta. Pues todos los tuvimos cerca nuestro, al comienzo del camino.
¡Volverá! Pero será el día en que estés preparado para incorporarlo. Tu ser íntimo continúa en ostracismo y aguarda. Puedes ser el elegido. Creélo. Creéme.
OooooooooooooO
FIN
...................
Novela
Al poeta cordobés Edmundo Gaudin
quien tenía el Diamante
Por Alejandra Correas Vázquez
6 — SUSURROS
.........................
—“Anoche regresó el trueno sobre la sierra y unió las horas en su conmoción nocturna. Adentro estaba yo con mis niños buscando el sueño. Pero tu nombre danzaba en mi mente, y a la mañana me levanté melancólica... Por ello he venido hoy a susurrarte”
—“Perdimos el Diamante... así fue, Alicia.”
Rolando estaba semidormido con la cabeza apoyada en la almohada. Se volvía numerosas veces sobre la cama, de izquierda a derecha, pero el zumbido persistía.
—“¡Qué quieres!”— le gritó al fin
—“Me has abandonado...”— le respondió la voz de la joven manifestándose tras el zumbido
—“No me seguiste, Alicia”— contestóle él, enérgico
—“Te hubiera seguido, pero no me llevaste”
—“Estabas adherida al círculo. Por aguardarte retardé mi partida. No un noche ...aquella noche... sino más tiempo. Te aguardé lentamente, pero cada vez que te presentabas a mi lado traías un extremo de tu mano aferrada al círculo. Mi anhelo recibía sólo una parte de tu propio ser. Era un Diamante que sobresalía en pequeño espacio sobre la superficie de la tierra.”
—“Son mis uniones familiares... a las que preservo”
—“Son tus tutelas. Y con ellas me encontré de nuevo atado a un círculo cerrado, que yo, ya había superado dejándolo atrás. Emociones para mí agotadas. Repitiendo esquemas olvidados que nuevamente caían sobre mí ¡Por el delito de amarte” Y el amor cuando existe y es positivo, no puede exigir la anulación de uno mismo”
—“Pero me has abandonado...”
—“Sí. Sin duda. Pero estando juntos me transferías todos tus temores. Oponías cientos de vallas ¡Y yo me sumergí en el drama que transportaba desde lejos!”
—“No lo deseaba, no lo busqué, Rolo”
—“Y entre ambos dejamos que el amor ofrendado se disolviera en la nebulosa de los caminos”
—“Pero me has abandonado ... Nada lo cambia”— insistió Alicia
—“Sí. Sin duda”
—“Mis vallas eran parte de una fortaleza familiar que creí importante preservar ¿Fue delito?”
—“Ya me lo dijeron anteriormente... Si. Sin duda”— expresó Rolo con sorpresa
Sobre la atmósfera adormilada que lo rodeaba, la voz de su joven esposa se desvaneció dejando sólo un susurro. En esa semiconciencia Rolando creía entrever una luz diminuta expulsando colores vivos hacia los costados. Cada color era una faceta del Diamante desparramada por el dormitorio. Y él recogía aquellos talismanes preciosos, pero comprobando que no lograba reunirlos a modo de reconstituir, la joya de origen. El sueño le cubrió los ojos mientras su mano acariciaba en mensaje multicolor del Diamante.
—“Me has abandonado...”— volvió ella a susurrarle
—“Sí. Sin duda. Tengo las manos llenas de partículas humanas. Las de cada mujer que me ha acompañado en este cuarto”— contestóle Rolo
—“¿Son muchas?”
—“Suficientes ¿O creías que un varón no siente la soledad? Siempre se halla compañía pasajera”
—“Pensar en ellas ...me produce vértigo”— respondióle Alicia
—“Sí. Sin duda”
—“Aquella mañana te vi partir. Fue un dolor instantáneo, inadvertido. Luego un frío que corrió por mis entrañas. Una herida. Esta angustia oprimida aquí en mi pecho. Ni luz. Ni noche. Ni recuerdos”
—“Comprendo todo Alicia. Fue duro ¿Pero podrías también comprenderme a mí?”
—“Lo intentaré ... a ello he venido a susurrarte entre la nebulosa del sueño. Tengo que explicarte, en esta intimidad nueva”
—“¿Intimidad? No teníamos intimidad, Alicia, ni privacidad”
—“Te escucho Rolo ... Tu voz susurra mi desvelo”
—“La verdad llamó a la puerta de tu casa en la plenitud del verano. Las persianas estaban entornadas. Un sol creciente arrojabas fuego sobre los caminos serranos. El Río San Antonio traía ora sequía, ora turbulencia. Aún no llegaba desde las altas Cumbres la creciente anhelada. Los talas frondosos resecábanse sobre las laderas y el basalto se recortaba combo, entre las playas de arena. Sed. Pesadez. Cuando llegué a buscarte, Alicia... ¡Yo era un caminante que pedía un vaso de agua!”
—“Está tibia ...te contesté... No ha quedado un solo jarro fresco”
—“Me basta, llegando de tus manos ...dije yo”
—“Y entonces ¿Por qué me abandonaste?”
—“Lo hice. Sin duda”
—“Dejaste detrás de ti a tu esposa y tus hijos ¿Lo has olvidado Rolando”
—“No, en absoluto. En el interior de la casa nuestros hijos jugaban con globos de colores. La sed de los hombres aún les es desconocida. Recorrí por mucho tiempo cada una de aquellas habitaciones, comprobando que la penumbra cubría ese interior. Una paloma aleteaba detrás de sus barrotes y nuestros niños la alimentaban colocándole migajas en el pico. Todos éramos allí prisioneros”
—“Pero me has abandonado... y ello tampoco se justifica”
—“Sí. Sin duda. Pero estando allá contigo, Alicia, te comenté: ...Faltan luces”
—“¡Aquí se encuentran! ...te dije oprimiendo el botón de los tubos de mercurio, y una luminosidad cubrió nuestras caras”
—“No son suficientes, y son muy opacas ...te volví a indicar”
—“No tengo otras, Rolando”
—“¡Sí las hay! Afuera el rayo solar deslumbra la visión de los caminantes. Sus luces refulgen chocando contra los rostros, y grandes sombras se proyectan junto a los sauces. La sierra resplandece de hermosura y el Río San Antonio serpentea, ora cristalino, ora turbulento, entre las rocas de basalto ¿Por qué te encierras Alicia, rodeada de paisajes?”
—“¡Qué importa ya! ... Si igual me abandonaste, Rolando”
—“Sí. Lo hice. Sin duda”
—“¿Aceptas, entonces mi reclamo?”
—“Lo acepto... Pero yo trataba de explicarte mis anhelos en ese instante último. Me acerqué a tu lado buscando un refugio acogedor. Fresco en estación cálida. Tibio en estación fría. Pero la opacidad artificial de tus luces mercuriales, donde te ocultas para no mirar hacia afuera, me rechazaba. Entonces te dije: ...El sol va subiendo. Me voy”
—“Era el final de vacaciones ...Y me abandonaste”
—“Abrí la puerta. El horizonte mostraba aún los pigmentos del verano. Las ramas de los árboles inclinaban sus frutos a los viandantes”
—“Dos manos solas, las mías, de mujer abandonada, no me permiten recoger la energía de los rayos solares que cubren la serranía”— reclamó Alicia
—“Te dije ...Me voy... Y esperaba que me siguieras”
En la inconsciencia adormilada, Rolando soñaba con Alicia y creía verla rozagante de belleza. Como el primer día. Quizás el segundo y hasta el último día en que vivieron juntos. Pero siempre distante. Inmutable. Ella lo miraba con esa faz incierta que crean los ensueños.
—“Ya ha pasado el verano, Alicia”— le dijo él posando sobre la joven su mirada melancólica
—“¿Y qué llega detrás de él?”— preguntóle ella
—“Viene la estación de las siembras. Pero las habitaciones de tu casa, donde te encierras en forma de claustro, no te permitirán contemplar la labor de los hombres que respiran el aire natural de la sierra. Por ello me voy”
Ella veíalo alejarse entristecida. Hubo silencio. Rolo volvió la cabeza y la divisó totalmente sola. El ensueño continuaba y Alicia materializada dentro de aquella fantasía, bajó de un impuso rápido el zócalo de su casa, para colocarse a su lado. Y juntos por fin, como tanto él había deseado, se encaminaron hacia la calle bajo la tenue hora vespertina. Libres al fin de tutelas.
Los niños estaban apoyados sobre los vidrios de la ventana mirándolos con sorpresa. Los globos de colores cayeron de sus manos deslizándose entre las plantas, para deshacerse por completo. Una caricia de la noche esparció los pigmentos.
El nuevo amanecer los sorprendería entrelazados. Mientras el ensueño continuaba sobre el paisaje serrano, el viento llevábase las hojas doradas del otoño. Residuos gastados que se volatilizarían con el aire. El tronco del plátano despojóse de su corteza y Alicia la recogió en sus manos. Quiso ella exprimirla como un recuerdo, pero fue desmenuzándose entre sus dedos, dejándole la palma muy blanca y vacía.
Alicia apoyó su cabeza contra el pecho de Rolando, demostrándole esa confianza que él siempre esperara de ella. El vierto serrano soplaba, esparciendo la “cola del Zonda” que llegaba desde las Altas Cumbres. Los rayos del nuevo sol entibiaban levemente sus facciones. Los surcos del sembrado lindero al camino se abrieron, ofreciéndoles el choclo carnoso y maduro, con su melena al viento.
En la lejanía del sueño, la nube del invierno avanzaba cubriendo la calle arenosa. Las ramas del tala retorcido mostraron sus uñas espinosas, y cada una de ellas transformóse en brazos, portadores de manos reclamantes. Las “tutelas” volvían a atacarlos.
—“¡Alicia!”— gritáronle en conjunto
Alicia escuchó aquellas voces que siempre la dominaran, pero que ahora desoyera dándoles la espalda. Y quedó tiesa e inmóvil. Volvió hacia atrás la cabeza... y entonces dejó la mano de Rolo que la conducía, recogiendo el abrazo espinoso.
El la observó mientras ella se alejaba. Ausente a todo llamado suyo. Distante a todo reclamo. Entonces alzó con su puño viril una parte de la tierra serrana, apartada de los surcos por medio del arado, y marcó con esa masa fértil el nombre de su amada sobre el tronco desnudo del primer árbol.
Pero ella ya estaba muy lejos. La envolvieron numerosas manos tutelares, y ya él no la vería más a su lado. Su sueño semejaba su realidad. El hielo se extendió por el sendero. Rolando quedó en imagen sobre el recuerdo.
—“¡Me dejaste partir solo, Alicia!”— gritó el muchacho entremedio del sueño
—“No ...No estás solo... Ya no lo estás. Hoy llamó alguien a tu puerta”— susurróle de nuevo la voz de ella
—“¡Azucena! Tal vez su visita sea sólo un mensaje de tu lado”
—“No. Lo sabes bien. No es hermana mía. Vivió con nosotros, con mi familia, pero sólo fue mi huésped. Hemos sido amigas, pero ella no tiene uniones”
—“Es cierto. Pero mi presencia puede traerle también, una sensación de cerrojo”— expresó él con firmeza
—“¿Cuál cerrojo? ¿El hogar que no tuvo y encontró entre nosotros?”— contestóle ella muy airada
—“También puede ser una carga muy pesada ¿No lo has pensado?”
—“¿Cómo? ¿De qué forma?”
—“Cuando no es propio. Cuando se convierte en una deuda por falta de derechos. Cuando encierra”— expresóle Rolando
—“Pero ...¡Ella es tan libre!”
—“La libertad de los huérfanos, Alicia. Pues Azucena dormía con ustedes, tu familia, y se alimentaba. Por ello no era libre ...ahora lo será”
—“¿Sabrá agradecer también?”
—“¡Qué corta es tu conciencia de la libertad!”
El sueño como dueño de toda la escena, comenzó a emitir ideas por sí mismo: ...El ser llega desvalido al mundo. Gimiendo e inválido, con menos posibilidad que un potrillo. Es un gurí inerte, dependiente, incapaz por sí mismo de aprender a caminar o hablar. Crece. Come. Y luego no tiene derecho a la vida, pues más tarde se le cobrará la mercancía.
Pero algunos reclaman una cuota mínima o máxima de derecho vital. Pequeña. Grande. Según los caracteres. Un soplo de propiedad sobre sí mismos. Hay quienes no quieren negarse a cumplir su propio destino. Que lo reclaman con justeza.
—“¿Crees que Azucena pudo amarlos?”
—“¿Amarnos? Le dimos amparo, debe reconocerlo ¿Eso no es amor?”
—“Se trata de algo distinto. Hablo de otro amor, el que talla un Diamante ¿Puedes advertirlo? Ella estaba ya allá, con ustedes, dentro de tu familia, cuando yo llegué para quedarme a tu lado. Vi la escena y su significado ¡Ustedes no estaban obligados con ella! ...Pero ella quedaba obligada con ustedes... Dura condición ¿Pudo amarlos? ...Libremente”
—“Sólo se le pidió reconocimiento...”— expuso Alicia
—“¿Era eso?”
—“¿Qué otra cosa podría ser? Sólo reconocimiento”
—“Una carga muy pesada ...que creo ya cumplió. Las deudas tienen un final, puesto que no parten del amor o la amistad. Tienen un plazo. Caducan”
Y las imágenes de rolando volvieron a llevarlo por los laberintos del sueño. Deslizábase ahora por una planicie gris perla, entonada en celeste, como si el cielo de la mediatarde se reflejara en ella.
—“Caducan. Todo caduca”— iría repitiendo como una sordina
Iban ellos dos,, nuevamente juntos por la misma ruta y en cada brazo de sus derechas se asentaba una paloma. Cuando la primera paloma voló lejos de ellos... era la de Rolo.
—“Todo caduca”— insistía la ficción del sueño
Alicia no la vio. Estaba contemplando su ave blanca y pura. No vio ese brazo ahora desnudo. No vio el camino que se bifurcaba, y no lo vio a él, lejos suyo, buscando a su paloma prófuga.
—“Todo caduca”— repitió el genio del sueño
Aún continúa sin ella. Un enjambre de caras nuevas cubrió la visión de Rolando cambiando su escenario. Alguien le interpuso una rama. Mientras que un ombú gigantesco precipitóse a tierra, con las raíces desgarradas. Y atravesándole el camino le obligó a buscar un atajo... distante. Un sendero nuevo, sin viento y sin nostalgia.
Los caminos de ambos son ahora diferentes. Sus brazos ya no lucen palomas. Sus niños los miran, y ellos son mariposas.
—“¡Me dejaste partir solo, Alicia!”— gritó él nuevamente
—“No me llevaste, Rolo ...Pero le abriste tu puerta a una visita”
—“Me han visitado aquí muchas mujeres y no te olvido ¿Por qué insistes en esta visita?”
—“Así lo he creído yo al verla partir ...Iba detrás tuyo”
—“¿Qué le reprochas a Azucena?
—“Su visita”— insistió Alicia
—“¿Y qué quieres de ella?”
—“Reconocimiento”— respondió ella con firmeza
—“¿Era eso? ¿Ni tan solo yo?”— dijo exaltado el muchacho
—“¿No es válido acaso?”
—“No lo veo así. Ella al recibir de ustedes alimento, guantes de diversos colores, preciosas prendas para cubrir el cuerpo. Comodidad y hasta elegancia ...al recibirlas ¿No tenía Azucena más derecho a su identidad?”
—“Te expresas con mucho rigor”
—“No, ya no lo tenía. La inversión fue buena, igual al porcentaje de los usureros ¡Error! Una generosidad sencilla, un acto pequeño, la hubiese mantenido unida por el amor. Eran vestidos demasiado caros ¡Se anudaban como serpientes!”
—“¡Quizás! ... ahora sé que no has de volver. Y no queda más tiempo disponible para nosotros ¡Lo hemos agotado! Sigue durmiendo, no voy a susurrarte más. El sueño es más suave que mi voz”
OooooooooO
¡Siempre hay tiempo!
Mientras que el vacío de nuestra casa fue continuo. Dentro de ella, se apagaron los ecos musicales de un idilio que nos reunió, entre las guirnaldas de los danzarines. Como máscaras de un carnaval añejo arrojadas sobre las baldosas del patio.
¡Y al amanecer nos contemplamos como dos extraños!
Pues las risas dulces e ingenuas de los niños que tuvimos, no devolvieron a nuestros ojos los colores engañosos que nos fascinaron. Y el anochecer nos hallaría caminando por la otra orilla.
¡Pero vendrá un nuevo tiempo!
Cuando el astro rey incline sobre cada uno de nosotros sus manos. Y la pupila brille junto a la corola con majestad de vida.
7— MICA Y DIAMANTE
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—“¡Hola Rolo! Venía a saludarte”— le dijo ella al transponer la puerta del taller de cerámica
—“¡Hola Azucena! Adelante...”
Sobre las mesadas de mármol destinadas al trabajo, los ceramistas iban colocando numerosas piezas, todavía calientes, provenientes de la primera hornada. El caolín jujeño y la greda roja cordobesa, combinadas o puras, no tenían aún color. Y la forma desnuda del bizcocho resaltaba las líneas esenciales impresas con el modelado.
—“¿Cómo se encuentras todos ustedes?”— preguntóles Azucena
—“Hace un momento estábamos preocupados, pues creíamos que algunas piezas habrían sido colocadas antes del tiempo de secado en el horno. Pero todo anduvo bien”
—“Es toda una suerte, me da mucho gusto”
—“Ahora me encuentro tranquilo y podemos hablar... Salgamos al patio que aquí hay calor sofocante y humedad”
Un sol débil inundaba las baldosas del patio. El tiempo había homogeneizado su color. Numerosos moldes de yeso hallábanse desparramados o apilados en ese lugar, protegidos por un alero de zinc ante las eventualidades climáticas. Un tanque de cemento contenía arcilla.
Pero aún así, quedaba espacio para una plática de dos. Hacia el fondo de aquella casona vetusta, de barrio San Vicente, cimbaba la higuera.
—“¿Sabes Rolo? Hace unos día— le comentó ella — caminé por las orillas del Río San Antonio. Pero me mantuve alejada de aquella casa”
—“¿Por qué fuiste hacia allá?”
—“Porque en su naturaleza encuentro algo prodigioso”
—“¿Tanto así?”
Y así era para ella. Esa aridez del suelo. El caudal temible del río en sus crecientes. El seno turbulento. La fuerza del agua que choca contra las piedras de basalto del borde. La mansedumbre final y su transparencia cristalina ¡Todo ello tenía para Azucena en su conjunto, un poder cautivante!
Río San Antonio, piedra y arenal. Basalto y agua. A veces mortal. El paisaje indómito que ellos habían dejado atrás. Poco antes de partir habían visto a un turista que se arrojó entusiasmado al agua cuando comenzó la creciente. Lo sacaron entre varios vecinos de alli anudando unas mangueras. El turista se sostenía del extremo pero la fuerza del agua en correntada, por momentos le hacía dar movimientos de abanico. Cuando al fin emergió lleno de magullones, le dijeron:
—“No es peligroso el caudal, sino las piedras”— y lo aprendió para siempre
—“Comienza con una espuma de apariencias inofensivas”— comentó él
—“Luego fluye en torrente”— confirmó ella
—“Cuando yo era niño aquella serranía reseca que cruza ese río caudaloso, estaba tapizada de mica. Trozos grandes como baldosas, negras o blancas, cubrían las laderas, y al caminar a la siesta bajo la resolana, relucían como millares de espejos arrojado del cielo”— recordó Rolando
—“Hoy no quedan ya... Sólo algún polvo de mica como recuerdo”
—“¡Aquel fue mi primer Diamante! Era una visión deslumbradora”— expuso el muchacho con entusiasmo
—“¡El hombre tiene cualidades cleptómanas con la naturaleza!”
—“Sin duda. Pero está vivo en mi retina aquel esplendor espejado... Y luego desposeído por la mano del hombre. Porque mutuamente, hombre y naturaleza no se respetan. También debe ser propio de aquella zona donde ambos luchan tratando de imponerse. En aquel tiempo de mi infancia yo iba allí de veraneo... luego me fascinó la idea de permanecer todo el año, uniéndome con Alicia”— dijo Rolo
—“Fue parte de tu elección y fascinación por ella”— respondióle Azucena
Ambos callaron recordando aquel paisaje con su Río San Antonio que da beber a la ciudad de Córdoba. Una aridez hasta humana, pero dueña de un sortilegio particular que los hacía retornar siempre. El río se encajona aguas arriba y alcanza muchos metros de profundidad. Luego avanza arrastrándolo todo: Cercos. Carpas. Juguetes. Sombrillas. Mesas ...e incluso... Autos. Todo lo que hizo el hombre con sus manos. Es un abismo.
—“También con el mismo vigor y rigor trata a sus visitantes... No me fue grato el regreso”— comentó Azucena
—“¿Ibas sola?”
—“No. No iba sola. Me acompañó un amigo”
—“Pude comprenderlo cuando te vi entrar... Los caminos siguen abiertos, pero el mío te está vedado desde tu interior ¡Y ya no quiero ofrecértelo más como esperanza! Nosotros dos nos hemos alejado demasiado ¿Verdad Azucena?”
—“¿Lo crees?”
—“¿Estoy en lo cierto?”
En ese momento llegó desde el interior otro de los ceramistas comenzó a seleccionar la moldería. Rolando acudió en su ayuda al observar que algunas piezas de yeso tambaleaban, y podrían caerse de sus pilas. Azucena quiso también colaborar.
—“Has visto el cielo, Rolo?”— le dijo ella cuando terminaron esta tarea
—“Tiene un hermoso color”
—“Está abierto y me aguarda. Siento encanto al salir hacia el día y la luz, en nuestra ciudad todavía invernal e iluminada por el tibio sol de agosto”
—“El sol de los barriletes”
Ambos jóvenes quedan en silencio por un largo tiempo, y luego comentan que Córdoba luce feliz en esa mediamañana, a pesar de la violencia dolorosa que sacude sus calles. La Cañada sigue su curso. Los caminantes se dirigen hacia ella y asomados a su borde de piedras blancas, le preguntan... pues tienen incógnitas sobre su devenir citadino, dentro de tanto conflicto. Pero el canto del agua en forma de hilo cristalino, que corre por su fondo, no les responde con palabras. Su murmullo es el mismo de siempre, pero en su superficie flota la Esperanza. Pensando en ella, Azucena dice:
—“La Cañada no tiene aguas portentosas, sólo una hebra brillante y solitaria de agua, pero me asomo a ella y veo flotar mi esperanza. La saludo desde la otra orilla, respiro el aroma a ramas de las “Tipas”... y luego regreso hasta mi casa”
—“¿Ya te vas?”
—“Siempre me voy, Rolando... aunque venga a buscarte en forma repetida ¡Pues yo soy como La Cañada! Un largo camino serpentino atravesando Córdoba”
—“¿Otra vez partes?”— insistió él
—“Voy hasta La Cañada. Las “tipas” frondosas de sus bordes me saludan siempre, aunque ahora se hallen sin sus hojas. Las piedras lucen para mí sus formas de años. Y muy a la distancia las serranías me divisan sola. Sí, sola”
—“Siempre sola, caminando ...para evadirte. Te vi hace un momento ayudarnos con entusiasmo. Sí. deseabas hacerlo por nosotros, por gusto propio... ¿O por fuga? ...para no responderme”— preguntóle el muchacho
Nuevamente se produjo un silencio, espeso, pero más corto. El patio bañado de sol daba contenido a sus figuras juveniles. Desde interior algunos cánticos de tonadas folclóricas, llegaban hasta ellos. Esa serenidad y aquellas notas musicales, hicieron que Azucena quisiera expresarse y abriera su trama interior, siempre tan oculta.
—“Pero... ¿Puedes escucharme? Frente a ti, Rolando, me hallé como prisionera de un imán, cuando nos conocimos”
—“Quería escuchártelo decir, pues lo suponía”
—“Pero venías en pos de Alicia y no de mí”
—“¿Fallé en mi elección? Es el corazón el que manda”— aclaró él
—“Sin embargo con tu llegada aquel círculo de familia, tan hermético, cobró una nueva vida y se decoró con tus niños. Eso me bastó. Yo deseaba que permanecieras allí, junto a ella ¡Pero que permanecieras! Que no te marcharas nunca”
—“¿Eras auténtica en aquel momento? ¿O yo fui una novedad, una variación, ante la monotonía?”
La pregunta de Rolando no fue respondida. Ella recordaba que había buscado en los valles. En las quebradas de aquellas serranías que la vieron recorrer alegre en otro tiempo... Y sólo encontró un paisaje moribundo, detrás de su partida. Pero no se lo dijo.
Rolando contempló a Azucena en forma de intriga, como si el escenario que lo rodeaba con cerámicas y moldería, se hubiese anulado. Ella era así. Un rostro nuevo. Un color nuevo. Fresco. Un pétalo que amanecía teñido de violeta para cambiar de color en dirección al mediodía. Azucena. Móvil. Cambiante. Fluctuante. Inestable... siempre.
—“Pero nunca te quedas”— presionó Rolo
—“¿Es necesario?”
—“Tampoco hablas de amor, nunca”
—“¿Hace falta?”
—“¡Qué difícil es para mí el Diamante!”
—“No lo conozco ¿Cómo es?”— inquirióle ella
—“No es definible con palabras”— respondióle él
El Diamante. Colores hermosos y variados, rebosantes de facetas novedosas. Porque no es el amor. Es una experiencia distinta. Al verlo en su dimensión y en su dinamismo, vuelve el mundo sonoro y ambiental hacia las personas. Posee su propia prisa. Todo lo estático se transmuta. El amor sigue donde está. El Diamante es diferente. Es más complejo de lo imaginado, cuando se lo ha tomado de un extremo.
—“Me pregunto ¿Será tan difícil como bello? ¿Y su belleza será tan intensa que habremos olvidado los esfuerzos que nos llevaron hacia él?”— dijo Rolando en voz alta como pensando para sí
Bajo la atmósfera que lo envolvía en el taller de cerámica, la voz de Azucena iba desvaneciéndose para retornar por su huella. Estaban en ese momento en un camino común, de dos, que duraba un instante. Muy poco después ella cruzaría la otra calle en dirección al centro de la ciudad. Como otras veces. Como lo hizo desde el primer día en que arribó a buscarlo. Que partió detrás de él... pero sin detenerse nunca.
¿Dónde estaba? ¿Y dónde pues de verdad hallábanse ambos? Unidos siempre en un vínculo no especificado, sobre un desfiladero angosto y largo donde el horizonte se extendía, hacia la sierra virgen, bella y portentosa.
Allá Alicia: lo inmutable ... Aquí Azucena: lo inestable.
—“Rolando, cuando nos conocimos tu mirada penetraba en mí, pero yo me resistí a adherirla con un llamado afirmativo”— explicóse ella
—“Lo advertí. Pero yo iba en busca de Alicia”
—“Te sonreí con agrado, pero salté luego hacia un atajo. Retuve mi perla en la mano sin brindártela, pues deseaba que nunca partieras de allá”
—“Yo nunca te he rechazado, Azucena— expresó el muchacho —Mas aún... Creo que te estoy aguardando, quizás desde el comienzo”
Ella miró hacia las mesas con moldería y acercándose fue rodeando ese espacio como si estudiara cada una de las piezas. Las tocaba con cuidado una a una, y luego volvióse hacia él, para decirle:
—“Te has sugestionado con mis palabras”
—“No. Este debe ser mi descubrimiento más reciente. No lo había comprendido bien hasta ahora. Hasta este día”
—“No es nueva mi presencia a tu lado, Rolo”
—“No, pero es distinta, Azucena... Las veces que te tuve en mis brazos desde tu llegada, me extrañó nuestra mutua ternura”
—“¿Porqué? Los dos las esperábamos ...Yo al menos”
—“Porque no es común, al menos para mí, cuando no hay una propuesta de continuidad. Una media palabra de amor siquiera...”
—“Has tenido demasiado de ello, desde que te apartaste de Alicia, yo misma lo he advertido en mis visitas a este taller con todas sus cerámicas”
—“Es cierto. Pero no era mi interés propio, salieron al cruce como siempre sucede. Mi vida estuvo envuelta todo este tiempo en demasiadas emociones táctiles”— reconoció él
—“¡Es la eterna nebulosa que nubla los sentimientos!”
—“Sin embargo, un momento de alegría tuyo, me ha sido siempre bello. Si. Me intereso por tu vida ¡Y no solamente por la similitud de dos almas en exilio!”
—“Sin duda, casi inadvertidamente, nos hemos asomado buscando un límite común, compartible entre ambos, tanto como antes buscábamos el nuestro propio”— razonó Azucena
—“Si así fuera... Todavía no lo hemos alcanzado plenamente, porque el Diamante aún está lejos de nosotros”
Un silencio envolvió a ambos jóvenes luego de estas palabras, mientras del interior del taller llegaba como sordina, la actividad de los ceramistas. Estaban envueltos en una bruma de ansiedad. Jóvenes y solitarios, esperando algo de ellos mismos. Algo para brindarse y recibir, distinto a las emociones inmediatas que ya se habían brindado. Algo que poseían en su ser y que sin embargo retuvieron siempre, como si les fuesen a arrebatar una joya incalculable de su arca.
—“Cuando arribé hace ya un tiempo, luego de enviarte una carta como anuncio previo, yo regresaba sola, lentamente, hacia el encuentro de un objeto perdido”— fue recordando Azucena
—“¿Y cuál era ese objeto pedido?”
—“Era mi antigua vida citadina. Partí hacia la sierra siendo casi una niña. Volvía ahora, siendo una mujer”
—“La ciudad de tu infancia estaba ya muy cambiada”— opinó él
—“Completamente, era distinta a todos mis recuerdos plácidos, provincianos. Me encontré con una ciudad politizada. Pero seguía siendo mi solar natal.”
—“Quise servirte de compañía. No lo admitiste”
—“Querías guiarme. Yo me quería guiar sola”
—“¿Siempre sola, Azucena? ...autónoma, sin preguntar nada”
—“Esa noche, una legión de luces nocturnas salió a mi paso junto al límite entre el día y la noche ¡Pero eran fuegos de violencia que incendiaban mi solar natal!”
—“Cuando te abrí la puerta, creo que miré tus ojos frente a frente por primera vez. Antes tus verdes pupilas me rehuían. En ese momento comprendí que te conocía desde mucho antes, de llegar yo hacia allá. Algo así, como de un pasado sin tiempo... Incalculable.”— evocó Rolando
—“Es más difícil este día. Este nuevo día ¿Verdad? Pues es mucho más difícil dar continuidad a una relación, que comenzarla... Por ello me voy”— dictaminó la joven de improviso
—“¿Adónde vas? Así de repente... Es, como si te asomaras de continuo a multitud de ventanas. Podríamos habernos acompañado un tiempo, aunque fuese pequeño ¡Si te hubieras detenido!”
—“No tengo por qué detenerme”— aseguró Azucena
—“Nadie te espera ¡Nadie te ha aguardado hasta ahora!”— insistió el muchacho
—“Es cierto— reconoció ella —No sabía mientras caminaba y buscaba ómnibus por qué me dirigía hacia aquí, tan lejos del centro donde yo vivo, hasta el barrio San Vicente, donde se halla este taller cerámico”
—“¡Por mí! ...eso he creído yo”
—“¡O por mí simplemente! Deseaba sentarme en algún lado. Recién ahora comprendo, que he llegado a un lado... el que yo buscaba sin hallarlo ¡Quizás fuera el Diamante!”
—“Pero no es. Aún no”— aseguróle Rolo
—“Pero algo especial es para mí. Llevo años oyendo mi propio monólogo. Desde que quedé sin padres. Sola. Me he acercado aquí esta mañana para sumar otra voz a la mía, formando un diálogo. Vine buscando comunicación”
Azucena dirigióse en aquel momento hacia una ventana del patio, que daba al interior del taller. Pudo ver tras el vidrio una gran mesada de mármol donde se hallaban algunos bizcochos cerámicos, aún no esmaltados y en reposo, enfriándose luego de la horneada reciente. Dijo entonces:
—“Veo estas piezas blancas que se comunican, diciendo ...¿Qué barnices tendremos?.. Y el pincel les contesta ...Elegimos el rojo. El que tiene la llama. La anhelada. Después vendrán los otros. Pero viviremos nuestro día. El primero”
—“¿Siempre el primer día, Azucena?”
—“Sí. Lo tomamos entre los dedos, es la semilla”
—“La arcilla es maleable— expresó Rolando —responde a nuestros deseos y luego los esmaltes cerámicos la vuelven roja, verde, azul, amarilla, violeta, naranja, blanca, negra ¡Puñado de tierra fértil!”
—“Ese es el lujo del ceramista. Crear con elementos de la naturaleza”
—“Mi libertad es modelar y esmaltar, formar con la materia cerámica, dar vida nueva al barro inerte. Los ceramistas construimos con él, una vida distinta. Quizás sea la nuestra propia impresa en el caolín y la greda... El Diamante.”
—“Maleable. Mutable. Se me parece entonces ¿Verdad Rolo?”
—“Sí. Mutante siempre para huir de ti misma”
—“Es posible. Pero no ¡No seas demasiado cruel!”
—“Nunca lo he sido, sólo realista”
—“Puedo entrever algo distinto, para mí misma, como comprender por ejemplo que tengo las manos dormidas. En cambio aquí todo luce diferente. Alguien ha construido este patio, estas habitaciones, también las mesas de mármol... Y en ellas ustedes transforman la arcilla”
—“Es verdad”
—“¿Es consciente todo esto?”
—“Sí, Azucena. Para ello nos hemos reunido en esta casona de San Vicente donde antes existían quintas de frutales y las viejas familias veraneaban. Según has visto, son varios los talleres cerámicos por esta zona, estas grandes casas lo permiten. Cuando atravieso la ciudad de un costado al otro, desde el Cerro de las Rosas, creo que he cambiado de atmósfera como de vida. No sé si me hallo en el pasado o en el presente... Porque la cerámica es mi presente, y San Vicente es el pasado casi legendario de la Vieja Córdoba”
—“Sí, aquí construyes. Alguien o muchos, construyeron cuánto aquí existe”
Rolando la miró de frente. Estaba cambiada. Pero en sus recuerdos creía verla aún recortada sobre el paisaje de la sierra, donde la conociera. En aquellos días un rayo había partido en dos el tronco de un sauce, y ellos contemplaban las raíces abiertas junto a un montón de madera esparcida. La mula de un serrano se detuvo al lado de ellos, recogiendo aquella carga preciosa para su invierno, y continuó su marcha.
El Río San Antonio en aquellos días lucía cristalino y manso, sin creciente. En el interior suyo numerosas piedras de cuarzo y basalto, blancas y negras, parecieron convertirse para él, recién llegado, en caras humanas blancas y morenas. De pronto él volvió al momento, a la escena real, contemplándose y contemplándola.
—“¿Quieres entrar en este mundo de las formas y colores, de mi mano?”— preguntóle él
—“Es mi preferida”
—“¿Desde siempre?”
—“De tu mano me interné por mundos pasionales y place sentirme guiada por ella ¿Lo has olvidado ya?”
—“Esta es una pasión muy distinta ...Es el arte... Ars Longa Vita Brevis”— explicóle con vehemencia Rolando
—“¿Cómo realizan esta labor?”— insistió ella
—“¿Quieres realmente penetrar conmigo en el mundo de forma y color?”
—“De tu mano como antes”
—“Son necesarias continuidad y constancia ¿Te arriesgas a ello, Azucena?
—“Lo crees imposible para mí?”
—“Me has ofrecido siempre, desde el principio, la entrega y la inconstancia”
Azucena alzó su mirada clara, verde miel y translúcida, hacia el rostro incrédulo de Rolando. Su cabellera larga de un castaño tenue y rojizo, propio de los soles serranos, contrastaba con las baldosas antiguas y desteñidas de aquel patio. Eran muy blancas sus manos, que habían perdido con la vida citadina el bronceado de la serranía, pero más blanco aún era el caolín húmedo dentro de las bateas. Como más roja que su melena, era la greda de los ceramistas.
—“Sí Rolo, yo caminé cientos de calles, desde mi llegada aquí. Solitaria y sin constancia. Quise ofrecer algo de mí, pero me mantuve infértil y siempre móvil. Todos caminaban como yo, se alimentaban y vestían. Pero no había comprendido que el mundo también se construye... Y ahora esta visión me surge de repente”
—“¿Como un grito en el vacío!”— exclamó él dudoso
—“Al contrario. Quiero llenar mi ánfora vacía”
—“¿Cuánto durará, Azucena?”— preguntó Rolando deseoso de saberlo
—“El necesario. Hay en mí mucho espacio para utilizar”
—“¿Será posible esta vez?”
—“Lo pondré todo sin retener mi perla escondida”
—“Tengo intriga por verlo”— aseguró el muchacho
—“Quiero modelar y barnizar. Penetrar en las posibilidades del cromo, el minio, del hierro, el manganeso, el cobalto...”
—“Todos los óxidos y carbonatos de la cerámica te aguardan... al menos ¡Ahora alguien te aguarda!”
—“¡Quizás mi búsqueda sea el Diamante! Pero no. No basta”
Ambos se miraron, quizás por mutua sorpresa. El hacia ella. Y ella como descubriéndose a sí misma. Las baldosas del patio estaban radiantes de sol, pero aquél no era el sol de la serranía y por eso no emitía aroma a peperina. Pero era sol igualmente, con una luz potente que parecía adentrarse en ellos.
—“No. Es más largo el camino— dijo Rolando —Llevo recorriéndolo largo tiempo. Sin embargo, Azucena, creo que uno de los dos lo hallará. Tomará entre sus manos el Diamante, tallará con primor cada una de sus facetas y podrá regresar con él en sus manos, a contemplar lleno de hechizo, pero dueño ya de sí mismo, al Río San Antonio”
—“Tenue. Claro. Cristalino. Calmado. Cambiante. Crecido. Turbulento. Arrasante. Peligroso... ¡Vivo como el Diamante!”
—“¡Y siempre mágico!”— concluyó él
Rolando del Pino. Treinta años. Vibrante. Vivaz y vital. Pero sujeto entre dos amores. Uno estático y otro dinámico:
Alicia, aquélla a la que él realmente amaba. Azucena, esta amiga que lo amaba a él. Una que lo aguardaba a la distancia y no se entregaba. Otra que se entregaba y no permanecía nunca a su lado ¡Solamente por instantes!
Alicia, a cuyo lado estaba él seguro de volver, cuando ambos comprendieran sus circunstancias. Azucena, que era ahora su presente activo, pero fugaz y pasajero, y que sin embargo lo acompañaba en sus angustias las cuales en ambos eran semejantes.
Solo, en definitiva. Pero él estaba seguro de sí mismo, allí, como artista y ceramista, construyendo su vida propia dentro de una ciudad de Córdoba que se autodestruía, en aquella caótica década del 70.
Y se alejaron ambos amigos y amantes de aquel patio, hacia el interior del taller, confundiéndose con los demás ceramistas. Era la mitad de la mañana. Faltaban pocas horas para el mediodía.
Pudieron ellos ver desde adentro, ya sentados junto a las mesadas de mármol donde se amasaba la arcilla, mezclando el caolín con la greda, cómo todo detrás de la ventana abierta al patio, brillaba más tarde con una claridad de luz y de siesta. Azucena percibió el hechizo de las manos en aquellos ceramistas, igual al misterio de sus mirabas absortas en el modelado. Y advirtió entonces que aquello era como un juego encantador, constructivo, que la vida habíale obsequiado en mitad del camino, para guiarla hacia una nueva ruta cordobesa. Un mundo perviviente, a pesar de las duras batallas callejeras de aquellos tiempos.
Ignoraba cómo se detuvo. Ignoraba cómo y cuándo comprendió que la fragancia terrosa de la arcilla, del caolín y la greda, la acompañaban desde lejos, desde su vida en la sierra, desde la naturaleza virgen donde volvióse mujer. Y eran parte y realidad de una multitud de imágenes que ella venía recreando desde el pasado. Porque la arcilla, los óxidos y los carbonatos, eran parte de la sierra. Pero de una sierra distinta, ahora reelaborada por ella.
Afuera del taller de cerámica, detrás de la puerta labrada y antigua que refugiaba a los ceramistas, frente a una calle adoquinada, dominaba la subversión y la represión. Se cubría de fuegos tétricos el escenario de Córdoba... La Docta, la lacerada.
Dramas. Disturbios. Muerte. Violencias y víctimas. Asaltos y asesinatos. Un submundo quería transmutar a un viejo mundo, sin talento —en forma desmedida— y para lograrlo convocaba a la tragedia para sí y para todos. No tenían genialidad ni subversivos ni represivos. Pero había sí, mucho dolor. Mucha pérdida para todos y mucho desgaste para Córdoba.
Una ciudad universitaria, mediterránea, alejada de puertos y fronteras. Aislada del mundo, en el Cono Sur sudamericano, donde todo fuera durante cuatro siglos casi un milagro, obra del esfuerzo tenaz de los cordobeses en un medio difícil, desde el comienzo. Cuando su fundación en 1573 donde antes nada existía, sobre un sitio primitivo y salvaje. ¡Cuatro siglos de trabajo! ¡Perdida y desgaste inútil!
Jóvenes imberbes, niños casi, se sentían héroes y eran asesinos. Represores maduros actuaban como salvadores de una sociedad desconcertada, y cometían crímenes. Pero los ceramistas estaban allí, en aquella mañana de agosto, modelando y coloreando, construyendo para la mañana siguiente cuando todo este infierno dantesco fuese pasto de olvido ...Alguno... Uno al menos entre ellos, hallaría el Diamante.
OooooooooO
¡Sonríe! Mira este conjunto de libélulas alrededor del agua de creciente que cubre ahora con furia al Río San Antonio. Pronto descenderá el caudal y su mansedumbre hechizará otra vez las visión del caminante, al contemplar ese espejo cristalino con su fondo de arena y basalto.
¡Construye! Cuando de tu seno surja la primera gota propia de agua. Cuando tu tierra esté preparada, hablaremos nuevamente... Si has creído. Si has percibido. Si tus ojos pueden ya, leer y develar la incógnita del Diamante, entonces te cruzarás nuevamente con su ruta. Pues todos los tuvimos cerca nuestro, al comienzo del camino.
¡Volverá! Pero será el día en que estés preparado para incorporarlo. Tu ser íntimo continúa en ostracismo y aguarda. Puedes ser el elegido. Creélo. Creéme.
OooooooooooooO
FIN
Alejandra Correas Vázquez- Mensajes : 181
Fecha de inscripción : 01/02/2012
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