CÓRDOBA LA DOCTA
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LA NIEBLA (Parte 2)

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Lun Jun 16, 2014 6:41 pm


LA NIEBLA

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Novela ......... PARTE 2

por Alejandra Correas Vázquez

(Un Fresco Cordobés Década del 70)

2014
OooooooooO

4 - LECHE

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Dos horas y media después la sobrina hallábase de regreso en casa, desde la Biblioteca Mayor, con las hojas blancas de papel liso llenas ahora de apuntes en ambas carillas. Traía ese rostro serio y con mirada distante, casi meditabundo, que adquieren los lectores en aquel recinto de estudio creado en Córdoba por los antiguos Jesuitas.

Y allí estaba nuevamente frente a su tía, su contertulia, en la caldeada cocina de un día especialmente frío. Pero eran horas para ellas, cargadas de patetismo y remembranzas, imposibles de disimular. La leche tibia bullía servida por Clara, la sirvienta, quien también sentíase compenetrada de la situación en esa casa. Como intentando un consuelo, ella habíales preparado con cuidado unas tostadas de pan que colocó en la mesa junto a un frasco con dulce de leche.

El tarro con chocolate en polvo dispuesto en el centro de la mesa, con su cuchara lista para fraccionar ese cacao dulce, de acuerdo a cada comensal. Abundante para la sobrina, algo menos cargado para la tía, y poquísimo para los niños demasiado golosos durante todo el día. Los gurises alborotaban. Bebieron sus leches chocolatadas, rechazaron las tostadas, exigieron galletitas de coco, y salieron de allí. De esta manera una vez solas, las dos mujeres recomenzarían el diálogo:

—“A él le gustaban también las galletitas de coco. Y tomaba el chocolate de la tarde muy cargado en invierno”— recordó la tía

—“Tenemos gustos comunes, yo era su sobrina”

—“Me pareciera verlo en este momento. Como espiándome a través de los vidrios húmedos de esa ventana... Y oculto allí en la Niebla”

Expresó aquello con viveza la joven viuda, mirando hacia la opacidad exterior, en dirección a los vidrios empañados de la ventana donde un ánima penaba y revoloteaba, confundida en esa neblina de agosto.

—“¿Cómo fue posible que con tanto gusto por la vida, atentara contra la ajena ... y la propia?”— preguntó la sobrina

—“Es una forma de ver las cosas... esa opinión tuya”

—“¿Sabes que gateábamos juntos? Se tendía a mi lado cuan largo era convirtiéndose en un niño de mi edad, de apenas un año, gateando conmigo en la alfombra de la sala como si ambos fuésemos dos bebitos”

—“Tenía ese encanto”

—“¿Y por qué renunció a él? ¿O creyó que la guerra era otro juego?”

—“¿Y quién te dice que ésa no sea la explicación? Yo misma no lo pensé”— admitió la tía

—“Pero tuvo tiempo suficiente para palpar lo contrario... e insistió en ello. Coleccionaba siendo niño soldados de plomo y coches bomberos. Pero lo que él nunca imaginó cuando creció, es que en vez del jinete a caballo con casco dorado, iba a convertirse en el soldadito de plomo rengo, y arrojado al asfalto”— expresó con drama la sobrina

—“Hay algo que no podemos negarle, niña mía. El creía en lo suyo y no se traicionó nunca a sí mismo, ni falseaba su postura en modo alguno”

—“No... no lo negaremos”

—“Quizás él no pudiera medir, por su juventud, la dimensión de los hechos y hasta dónde los mismos iban a llevarlo. Embarcóse en una contienda antes de haber vivido, experimentado. Y conocido mejor la naturaleza de la sociedad cordobesa, y los deseos de sus habitantes. Algo que ahora yo luego de diez años he palpado con esfuerzo, trabajando, ahorrando y dando de comer a los niños”

—“Eso hizo. El no se adentró nunca en los deseos cotidianos, pues ya estaba en guerra en contra de ellos, antes de conocerlos y vivirlos”— confirmó la sobrina

—“Es cierto ello. Todos cambiamos al adquirir responsabilidades. Nuestros anhelos ya no son más la expresión de nuestros sueños propios. Cambian nuestros deseos, pues éstos se convierten en las necesidades de quienes dependen de nosotros. Ahora esas imperiosas necesidades, son nuestros nuevos deseos”— admitió la joven viuda

—“Los deseos de una madre para con sus hijos. De un padre. De un abuelo”

La tertulia tornábase afable, en medio de la triste tarde nebulosa. Cada una de ellas presentía a la distancia, un amanecer distinto, pero aún faltaba mucho para concluir el diálogo iniciado al amanecer.

Quizás ambas mujeres, una muy joven y otra menos joven, pero igualmente en plenitud, sentían a dúo la necesidad de una maduración real, firme.

—“El no alcanzó a sentir la evolución que va desde el enamorado, hacia el padre”— siguió insistiendo la tía

—“No tengo dudas, su presencia de padre siempre faltó en esta casa donde ambas vivimos”

—“Porque quedaría apartado de ellos en el momento de su nacimiento. Lo reclamaba la lucha comenzada. Y no veló sus gripes, anginas, vacunas, hambres ...como yo. No tuvo tiempo de hacerlo. Sus hijos fueron para él una ensoñación mágica, a quienes dedicaba poemas en sus cartas, que me llegaban viajando de mano en mano. Pues era peligroso para nosotros, recibir correspondencia por correo”

—“Los leí muchas veces”— confirmó la sobrina

—“Eran mi fortaleza en su ausencia”

—“Como asimismo enviaba pequeños paquetes con juguetes hechos por sus manos, autitos, camioncitos, avioncitos”

—“Preciosos, son artísticos. Allí tienes uno de adorno, arriba de la vitrina”— expresó la niña

—“Pero en su conciencia siempre fueron los gurises, producto de nuestra sensualidad, de una preñez surgida en delirio amoroso, que no llegaría para él a concretarse en un ser vivo. En un infante que llora y mama, corre y cae. No alcanzó a vivirlo. Sólo pensó en una nueva sociedad para ellos”

—“Idealismo puro”

—“¡Pero de amor!”

—“¿No era idealista también Robespierre?... y produjo el Terror”— interrogó la sobrina

—“Lo era y se le llamó: El Incorruptible”

—“¡Cuánto peligro hay en las ideas puras!”

—“Fue la revolución que se escapó de sus manos en forma incontrolable y lo guillotinó al final ... pero aún así no se corrompió”— insistió la tía

—“¡Entonces es un abismo!”

—“Sin tregua ni retroceso”

—“¡Apartemos para siempre ese cáliz!”

—“¿Crees niña que yo tengo los ojos tapados?”

—“Así es, tía ¿Acaso no estamos evocando a un guerrillero muerto que trajo muerte?”

En ese momento pusieron cada una de ellas, la mirada en el rostro de la otra. Y tras el vidrio del ventanal, un sutil movimiento entre el manto de neblina, parecía corresponder sus pensamientos.

—“El no supo nunca de esta sobrina que creció, y quiere triunfar en la profesión de medicina, para aliviar enfermedades. Nunca lo pensó, pues desechó y dejó sus estudios, buscando la violencia”— opinó nuevamente la más joven

—“No lo pensó en forma directa. Lo arrolló, como a todos los estudiantes que estuvieron junto a él al comenzar los 70. Era pasión por una idea. Amor. Desechaba, eso sí, los éxitos personales ¡Ese era su idealismo!”— respondió la tía

—“Tampoco pensó en sus hijos que cuando crezcan querrán sin duda, lograr un techo propio, nacido de su progreso”

—“No. Se fue ignorando muchas cosas, es cierto. Lo admito”

—“¿Lo admites?”

—“Por cierto. Saltó de golpe a mi vista, luego de ser madre. Y me alejé así de ellos, del grupo, y su compromiso con una causa...”

—“Una decisión tía, que nos sorprendió, nos desconcertó”— recordó la niña

—“Te explicaré, niña. Hoy veo a los profesionales encerrados muchas horas en sus estudios. O a los científicos en sus laboratorios. Los pintores pacientes en su atelier, pincel en mano. Los ceramistas en su taller, con las manos entre arcillas y esmaltes. Los músicos en su sala acústica. Los comerciantes empeñados en distribuir mercadería, corriendo con el riesgo de traslados y sueldos. Los estancieros alimentando y ordeñando vacas. Los chacareros sembrando y esperando lluvias. Los veterinarios haciéndose responsables de la hacienda. Los agrónomos de la semilla. Los industriales de la producción... El no lo vio”

Como si un llamado tras la ventana llegase a sus oídos, la tía se levantó dirigiéndose a ella. Y colocó allí su rostro contra los vidrios empañados y llorosos por la Niebla. El tránsito afuera habíase reanimado debido a la hora, cubriendo al Paseo Sobremonte de una nueva multitud. Cual si con ello pudiera recrear las antiguas tertulias del Marqués, para aliviar esas frías tardes de agosto que preludian por anticipado, a la Tormenta de San Rosa.

—“El no vio esa pesada carga. El riesgo que asume a diario la sociedad... Pero sin embargo, fue honesto. Fue honesto consigo mismo, conmigo cuando me despidió para no involucrarme en hechos irreversibles, también con sus compañeros adicto ¡Y por ello murió!”— dijo motivada la tía

—“¡Murió también mi padre! Un médico de Urgencias. Cuando intentaba levantar heridos en un enfrentamiento, pues cada vez que miraba el rostro de un caído creía descubrir a su hermano. Este temor le hizo exponerse demasiado y cayo sobre él una granada desde el bando guerrillero”— contestóle rápido la sobrina

—“No lo he olvidado, pues te acompañé en esos días, ya que vivíamos juntas. Ya ninguno de los dos hermanos, tan opuestos en la vida, vive más”

—“Ninguno de ambos hermanos. Una familia quebrada”

—“Y los que quedamos, con la juventud golpeada entre tensiones y desencuentros, hemos comenzado a tejer la tela de otra manera”— sostuvo la joven viuda

—“Se hace imprescindible”

—“¡Que tu generación sea más exitosa que la mía! Es mi mejor deseo para ti... Cuándo los 80 finalicen ¿como serán ustedes? ¿Qué pensarán? ¿En cambios totales como nosotros? ¿O en la continuidad, como los abuelos?”

—“En Córdoba, la Docta… ¡que mucho ha sufrido en esta década!”
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¡Treinta años tendré y tres que no te veo! Treinta años serán, y vendrán otros más, con nuevos goces y nuevos huracanes.

Años que pasarán sin poder ver más, tu boca fresca, y esa claridad de tu mirada llena de incalculables fantasía.

Años que pasarán sin poder percibir ya, esa aroma a virilidad que emanaba de tu cuerpo. Sin volver a palpar más, la piel tersa de tus largas manos, que parecían envolver al mundo y la vida... ¡Treinta años tendré, sin ya poder tenerte a mi lado!

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5 - MAZAMORRA

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—“Te vi salir, tía, luego de la leche y me puse alegre. Es bueno, pues hay que seguir viviendo”

—“Seguiremos todos. Pero no era un paseo de alegría sino de remembranza”— contestóle la mayor

—“¿Cómo es ello?”

—“Sí. Tomé el camino hacia el Parque Sarmiento, cuesta arriba, adonde solíamos encontrarnos él y yo, rodeados por todos los otros estudiantes”

—“Tu vena nostálgica. En este día de Niebla, no sería el mismo escenario”— pensó en voz alta la sobrina

—“Por el Coniferal. Allí están aún los rosales, pero ahora desnudos por el invierno. El césped seco y extendido en un solo color amarillo. La Rueda del Mundo, quieta e inmóvil desde hace tiempo. Niebla. Caminantes... Pero él ya no está caminando a mi lado, ni nunca volverá a estarlo”

Clara había servido la mazamorra tibia del atardecer. Macerada desde la noche anterior, pisonada y espesada con un palo redondo. Luego hervida con una pizca de bicarbonato con sal, y servida en tazones. Sobre la mesa colocó leche fresca para agregar a la mazamorra, pero sin nada de azúcar. Ella disponíase a partir hasta el día siguiente, luego de haber terminado su trabajo diario con aquella familia.

Atardecer. Hora del repliegue para los niños pequeños. Hora que recordaba, en este día de recuerdos, al rosario y la tertulia tomando mazamorra en las viejas estancias. La hora en que en tiempos de antaño, luego de esa ceremonia de la mazamorra, el Marqués de Sobremonte paseaba por una Córdoba Colonial reedificada por él. Hora en que sus antecesores, los Jesuitas, reunían a su alumnado junto al tazón con mazamorra, para especiales pláticas.

Atardecer. Hora en que el citadino cordobés toma la calle, se instala y conversa en un café. Hora en que las jovencitas y los jovenzuelos lucen sus modas, mientras que los universitarios, sus ideas. Y los bohemios, sus creaciones.

Y hora también añorada por un ánima flotante, en su forma transparente, vigilando la ventana donde una tía y una sobrina platicaban. Pero sin poder penetrar en la intimidad de ellas, de esa casa que fuera suya, pero que estaba ahora separada para siempre de él.

—“El que se fue con orgullo, tía, no debe volver como un mendigo. Menos aún como un muerto”

—“¿Por qué tanta dureza, niña mía? Siendo que eras su sobrina más querida”

—“Porque creo que la forma de vida que él eligiera, fue culpable de la muerte de mi padre”

—“No podemos precisar quién de ambos hermanos fue víctima y cuál el victimario. Pensaban distinto pero nunca en los hechos se midieron”— le respondió la joven viuda

—“La muerte de mi padre fue anterior a la suya, y él fue en todo caso quien arrojó la primera piedra”— contestóle enérgica la sobrina

—“Sin proponérselo, aquello sucedió tal como dices”

—“Mi padre fue la primera víctima en esta familia, y yo la primera huérfana en ella”

—“Aún así, niña, no se contemplan las razones que llevaron a esta lucha... donde todos hemos perdido”

—“Sí. Todos”

Clara despedíase en aquellos momentos, mientras los pequeños jugueteaban en derredor de sus camas, ya lavados y con ropa de dormir. Pero aún no los dominaba el sueño.

—“Lo has recordado nostálgica, toda esta tarde caminando solitaria por el Coniferal bajo la Niebla... Pero ése es un recuerdo demasiado lejano, inicial, de hace diez años ¿Y los más próximos? Hubo un tiempo posterior con boda, donde convivieron y nacieron dos hijos”— le planteó la niña

—“Lo hubo. Aún compartíamos la casa, las ansias... quizás también la aventura”— aceptó la viuda

—“Pero estabas corriendo un inmenso riesgo, y se lo hacías correr a estos gurises que ya habían nacido”

—“Me di cuenta y tomé conciencia de ello. Pero aún no corríamos un peligro amenazante y yo no quería dejarlo solo. No debía hacerlo, en medio de la contienda iniciada”

—“¿Era necesaria tanta aventura incierta, cruenta, fatigosa, dolorosa?”— le increpó la sobrina

—“Así lo creíamos ...¡Pero yo salvé a mis hijos!... Y me aparté. Es decir, decidí cerrar esta casa para todos sus encuentros, ya que era casa propia comprada por mi familia, temerosa de que yo no tuviese un techo seguro”

—“¿Y qué vendría después ... según todos ellos?”

—“Una nueva sociedad, diagramada desde abajo”

—“Desde cero ¿Pero habría paz?”— insistió la niña

—“Hoy día lo he pensado mucho. Calculo que no. Eran demasiadas oposiciones en una lucha inacabable que creímos corta… y se convirtió en larguísima”

—“Realidad que superó sus expectativas”

—“Fue lo cierto, lo real, lo inestable, lo tenso e intenso de nuestra situación. Así fueron nuestros últimos tiempos juntos, y caímos en un pozo desesperante”

—“¿Preocupantes?”

—“No. Aún pensábamos en vencer. Pero él de pronto, optó por permanecer en silencio. Yo, en esos momentos, comencé a encarnar el monólogo, que antes fuera suyo. Cada gesto mío penetraba en su mirada”— recordó la joven viuda

—“Era un cambio indicativo, que él asumió haciéndose cargo de la situación creada ¿Cómo era el estar diario?”

—“En esta misma casa. Los días eran una continuidad de situaciones comunes en todos los hogares. El mantel se extendía sobre la mesa. Mis caricias eran suaves. Un toldo cubrió el patio de las inclemencias del verano. Cambié las copas del almuerzo. Un color nuevo iluminaba las paredes. El primer niño nació y en seguida el segundo”

—“Un hogar con todas sus secuencias. Me alegra saberlo, por los niños”— comentó la sobrina

—“Sin embargo su frente altiva, pareció fruncirse. Y su mirada adquirió un tono sombrío”

—“Percibía los malos presagios por venir, pues a pesar de su vehemencia, comprendió su fatídico final”— cerró la sobrina con igual vehemencia

—“Es posible. Pero aún nos negábamos a admitirlo”— sostuvo la tía

—“¿Qué hablaban? ¿Cuáles eran los diálogos?”— insistió la chica

—“Ya no había. El había enmudecido. Yo, en esos tiempos últimos, sostenía el monólogo”

Los ojos de la tía se hundieron en una lejanía casi impenetrable, dejando a su sobrina con la sensación de haberse separado de ella, en el espacio y en el tiempo. La brisa gélida del ventanal pareció golpear contra los vidrios, casi como en golpe de nudillos, haciendo que ambas mirasen hacia el exterior lleno de Niebla. El ventanal sólo ofrecía una visión obscura, nubosa, impenetrable, donde un ánima en pena vagaba e intentaba comunicarse con ellas.

—“¿Y cuál era tu monólogo?— preguntóle la chica

—“Sencillo. Intentaba dar forma a la pareja para lograr continuarla, a pesar de la situación insegura en que vivíamos”

—“¿Puedes reproducirlo?”

—“Sí, decíale ...“Al entrar en nuestra casa debes olvidar al mundo de afuera. Nuestra lucha es una historia más que rueda por el mundo, en este siglo caótico. Toma un dulce de esta caja”... era mi consigna cuando él estaba de regreso y lográbamos quedar solos”— recordó la joven viuda

—“¿Lo aceptaba?”

—“Con dificultad. El estaba jugado en su empeño. El tiempo transcurrió. Mis ojos recogían ese presente breve, palpado con los dedos”

—“Era muy poco para todo el amor inicial”

—“Poco y escaso. En el exterior nuestro, una energía movía a los seres, pero yo ya no la veía. Su existencia nunca me fue desconocida, pero la había dejado desde el comienzo lejos mío. Me hallaba en mitad del camino”

—“Hallábanse ya ambos, muy lejos del mundo real”— dictaminó la sobrina

—“Una atmósfera irreal para los otros, pero real para nosotros en ese entonces”— admitió la tía

—“Es el ensueño de las ideas puras”

—“Lo fue. En nuestros corazones volvióse una “nada” todo el escenario cotidiano de la ciudad que anhelábamos transformar algún día. Habíamos plantado una semilla y vimos sus primeros brotes, con esto nos contentábamos. Habíamos cubierto sus gajos de ternuras, pensamientos, pasiones, iras y alfombras”

—“Pero esa floración que los rodeaba resultó estéril”— opinó la chica

—“Creo hoy día que así fue. Ese conjunto floral no estaba alimentado por la interioridad más íntima, la que mantiene la fe y que se esconde en el centro del espíritu. Advertimos tarde su ausencia, cuando ya estábamos en aquella gesta y no podíamos retroceder, a modo de corregir los pasos anteriores donde asomaban las deficiencias. Allí nacieron las dudas…”

—“¿El pensó en hacerlo?”— quiso saber la sobrina

—“Nada puede hacer un soldado solo, debe continuar”

—“¿Persistía en ustedes el mismo amor?”

—“No... Las dudas e incertidumbres en el devenir, debilitaron el primer fuego. Tal para la contienda, lo mismo es para el amor. El beso fue transformándose en un eco moribundo y su fin llegó, lentamente, sin prisa, pero sin retroceso”

En aquella evocación que llevaba impresa desilusiones pasadas, la joven viuda adquirió un aire desorientante. Por un momento, su melancolía iba a ser reemplazada por un aire desdeñoso. Como nubosidad nueva en medio de la nostalgia preexistente. Luego volvió a decir:

—“Cada actor, niña mía, conoce el tramo de su papel. Pero una parte recitada con sinceridad puede reconstruir la obra entera”

—“Eso mismo creo, tía, y te lo agradezco”

—“No es vano para mí, este recordatorio”

—“Lo conociste un 21 de septiembre de 1969, en el Día del Estudiante, entre flores y guirnaldas cuando despuntaba la primavera. Después se citaban en el Coniferal... ¿Pero qué derecho tuvo él, de rodearte a partir de allí, con víctimas y victimarios de guerrilla?”— interrogóle la niña

—“Lo acepté. Quise unirme a su destino, y me fue fácil al principio”

—“Una facilidad engañosa”

—“Lo advertí más adelante, cuando fui madre, cuando mi familia me ubicó en esta casa. Cuando retomé los cursos de la Universidad”— confirmóle su tía

—“Porque recobraste la posibilidad del hogar, que necesitaban los gurises”

—“En aquellos últimos tiempos que convivimos, fui comprendiendo la intensidad de nuestros temperamentos y sus divergencias. La distinta fuerza de entrega. Las motivaciones de su causa ... y mis motivaciones”— aclaró la reciente viuda

—“Eras un ser vivo, no podías ser sólo su papel carbónico para complementar”

—“La agudización se puntualizaba: Yo no era un soldado. Nunca llegaría a serlo”

—“Lo veo claro ¿Y él?”

—“La ciudad ya le era estrecha. Sobrevinieron entonces las primeras ausencias largas. Originadas por desplazamientos impuestos por la acción, que escapaban a nosotros. Ya no dirigíamos nuestras vidas”

—“El impregnó de asombro tu existencia, con su complejidad ¡Por ello lo amabas! Es como si hubieras querido con él, dar la espalda a tu vida protegida anterior, en Jujuy con tu familia. O sobreprotegida. Pero ... ¿Es valioso acaso el infortunio? ¿En la zozobra hay genio?”— preguntóle preocupada la más joven

—“Trato de recordarlo ... me es doloroso. Fue triste nuestro mutuo destino. Teníamos una lámpara de cristal en la mano y la dejamos resbalar contra el suelo. Fue una tarde. El sol se había puesto.

Ambas miraron hacia la ventana donde la calle en brumas, ya vespertina, dejaba entrever el brillo sinuoso de los faroles, debido al zigzagueo de ellos. Algunas bocinas de autos llegaban desde el exterior anunciando el final precipitado de aquella jornada.

—“Ausencias, regresos, todo sobrevenía en forma constante. También reproches, cuando aún queríamos conservar intacto el cristal. Pero de igual modo fuimos cayendo en la frialdad. Llegó el adiós”— recordó la tía

—“Era imprescindible, por tus hijos, por su preservación. Por la vida de ellos que recién empezaba”

—“Así lo creí yo y él lo aceptó. Había que proteger y salvar lo que recién llegaba a la vida y tenía derechos propios ¿Puedes verlo? Estoy aquí frente tuyo y mis hijos en la cama. Pero ¿Y él?”

—“El eligió”— sostuvo la niña

—“Esa atardecer del adiós me dijo: “Mi lucha está más allá del dolor”... Y era sincero como siempre. Cumplió consigo mismo en todo momento”

—“¿Esperaba llegar hasta el final de su empresa?”

—“Estoy segura. Nunca consideró perder. Pero concluyó diciendo: “Debes quedarte y no esperarme más, por el riesgo que eso implica. Fue un error hacerte compartir esta lucha. Yo me he engañado” ...Y se alejó por aquella puerta, tal como si aún lo viera partir”— recordó dolida la tía

—“¿Engañado? ¿Qué buscaba?”

—“La comprensión. O un rescate. Ir juntos en la misma lucha. Tal como lo veíamos en ese momento”

—“No podías rescatarlo de nada, pues tu energía era sólo humana y femenina”— le observó la sobrina

—“La buscó en la luz de mi humanidad. La mujer es la paloma mensajera para el hombre”

—“Acepto la idea, dentro de una energía propia. Pero no más allá de ese límite, pues otra cosa es imposible”

—“Sin duda. Pero hoy, ahora, en este momento, me encuentro en el fondo de un foso donde el día se eleva lejos de mi mano. Lo vi entonces, y lo veo aún dirigiéndose hacia esa puerta de entrada a nuestra casa, para partir por última vez. Detrás de ella, ya no podría retroceder más, ni salir con vida”

—“Tus brazos son como ramas frescas azotadas por un vendaval. Pero están vivas y vitales aún. Espero, tía, mostrarte la verdad”— concluyó con fuerza la niña

Los gurises en el dormitorio, aún desvelados, saltaban sobre las camas como última parte de su juego. El más pequeño asomó pícaro su rostro por la puerta, pero se le ordenaría ir hacia la cama a toda prisa.

Pero la criatura ignoró aquello y acercándose a la ventana señaló con su dedito hacia uno de los vidrios del ventanal, obscuro por la Niebla, sin emitir palabra alguna pero gesticulando. Su escaso vocabulario, de pequeño infante, impedíale explicar aquello que él veía allí. Como no obedeciera, fue llevado en brazos hacia la cama.

—“Parecieran ellos ignorar todo, y comprenderlo a la vez”— opinó la madre

—“Era su padre, aunque nunca lo tuvieran realmente”— expresó la sobrina

—“En su despedida de ellos, los niños estaban dormidos cuando él se acercó a sus cunas para besarlos, por vez última. En aquella tarde del adiós un silencio absoluto nos envolvía, y él transpuso la puerta para ya no volver. Ambos sabíamos, lo que la entrega total a la causa, involucraba”— recordó la tía
—“Todos lo sabemos”

—“Era el final, ya no había más palabras posibles entre nosotros… habíamos enmudecido”

—“Un final anunciado”

—“Sí, pero difícil de sobrellevar. Yo estaba en el llano, mientras él peregrinaba entre escollos. Las juventudes rebeldes como él, le ofrendaban tesoros a lograr. Su familia le imploraba descanso. El buscaba respuestas cuando nos conocimos. El peregrino se extasió ante la serenidad de mi llano. Pampa y Puna... lisas. Y vino a mí tendiéndome los brazos”

—“Pero era un rebelde, difícil aquietarlo. Imposible”

—“Traía agitada la mente, revuelto el cabello, los párpados cubiertos de polvo. Excitado y cargado de emociones en esa tarde de septiembre, donde comenzaba la primavera, dejaba traslucir su belleza varonil de finas facciones, ocultas en el desorden de su atuendo rebelde. Su atracción sobre mí fue inmediata”— confesó la joven viuda

—“No te sería posible cambiarlo”

—“No. Ni deseaba hacerlo. Lo llevé de mi mano bañándolo de llano. Pero cuando era llegado el momento de elevarnos hacia alturas, mi serenidad no le fue suficiente. Y yo que tenía más fuerzas porque no había sangrado, me quedé suavemente en mi llano. Siempre igual: plano, presente, tangible, teniendo por superficie una gasa incolora y calma”

—“Ese es tu encanto, lo que me retiene a tu lado”

—“Mientras que él estaba de pie, aguardando, con la mirada abierta hasta agotarse. Sus ansias no fueron colmadas y un círculo de agonía lo fue consumiendo”

—“¡Tía! ... Ya vivieron ... ¿Qué hizo él de mejor?”

—“Me mostró un día el Coniferal lleno de rosas”

El crepúsculo imperceptible, invisible debido a la Niebla, dejaba ya la ciudad. Córdoba adentrábase en la noche. Ya no se escuchaban los gallos de antaño ni las campanadas de hogaño. Pero sí numerosas sirenas de patrullas policiales, intentando poner orden en esta urbe convulsionada. Era una ciudad mediterránea caída en el desorden, pero a la cual había que terminar de ordenar.

Cada hogar tenía su anécdota. Cada familia, sus compromisos. Numerosos habitantes enfrentados entre sí, a los que era necesario reconciliar. Pero aún así, aquel anochecer de agosto previo a la Tormenta de Santa Rosa, o en su preludio, había concluido para unos y otros en forma inclaudicable. Con todos sus aciertos y desaciertos. Sólo el devenir podría disponer de sus resultados finales.

—“Nuestra soledad fue común. No compartíamos las mismas necesidades de lucha tenaz, y nos distanciamos”— dijo tras un silencio la tía

—“No es para todos seguir peleando en una batalla perdida”— opinó la niña

—“Creo hoy que nuestro amor vibró con intensidad, pero sin condensarse. Como una semilla plantada sin fructificar. Hace falta quitarse todas las máscaras... ¡Quizás él se la quitó!”
—“Ya no importa, tía. Mi abuelo y mi padre quedaron en el camino, mucho antes que él. Pero nosotras dos todavía estamos aquí ¡Preservémonos!”— pidió la sobrina

—“¡La máscara! Quizás la llevemos puesta todavía”

—“El camino es otro: Resurgir detrás de la Niebla”

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Por el Coniferal ...hoy pasé… me llevaron...

Los árboles desnudos, el frío sol de agosto que moría,
bajo un cielo pálido de Niebla, los rosales sin rosas
el césped amarillento y sombrío.
Con todo mi cuerpo fatigado

Por el Coniferal …hoy he vuelto… sin pensarlo...
por aquel viejo camino, hacia final de invierno
¿Cuánto tiempo hacía? ¿Cuánto tiempo ha corrido?
desde mi anterior pasada...

El tiempo que durara esta agonía, ha pasado
sin haber cambiado nada :
Los árboles carolinos. La Rueda del Mundo.
¡Nada ha cambiado!

Mas el ser con quien fui la vez pasada
¡Ya nadie lo verá más en la vida!

Por el Coniferal hoy yo he vuelto a pasar...
¿Y ellos? ...Los otros caminantes
¿Acaso imaginaban?
Este triste recuerdo de mi amado.

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6 - CENA

ooooo

La cena a las diez de la noche fue frugal y rápida. El comedor no estaba demasiado frío ni caldeado. Ambas amigas, ambas mujeres, tía y sobrina, comieron con prisa y mutismo como si ese silencio evidenciara un agotamiento de recuerdos. O al menos, un deseo de pausa.

Los niños iban ya por la segunda hora de sueño, dejando toda la casa en paz completa y absoluta. Sólo algunas bocinas perdidas de automóviles llegaban desde el exterior, para recordar la existencia de una urbe mediterránea, en los años últimos de su conflicto armado.

—“Es hora de dormir, tía, pues yo debo levantarme mañana muy temprano para preparar un parcial. Evocarlo es ya una tortura inútil. Además no debes olvidar tus horas dolorosas”

—“Sí, niña, pero él fue centro de mi vida. Desde ese momento las acepté sin sopesar las dificultades. La incertidumbre. El temor a la tragedia que le aguardaba. Y que ambos, preveíamos”

—“El debió seguir un derrotero propio desde el comienzo, ya que lo había elegido para sí. Pero sin arrastrar a nadie por su camino”

—“Es posible, pero el amor es una fuerza que no contempla temores. Sigue adelante, entremezclando una hermosa euforia con dolores”— se explicó la tía

—“Comprendo. Recuerdo a mi tío, su alegría era encantadora. Pero también era presto de caer en las iras. Y luego olvidaba todo, como si los demás pudiesen hacerlo con la misma rapidez ...¡La vida tiene que ser alegre!... Puede serla”— contestóle la sobrina

—“Niña, deja de invocar las palabras. El término es sólo un dibujo del alfabeto. Un sentimiento dulce, sencillo, tiene más fuerza. Puede ser imponente”

Volvieron a quedar en silencio. La atmósfera exterior empañaba los vidrios con una espesa capa de Niebla. Los faroles del Paseo Sobremonte emergían con luminosidad fantasmal, como deseando acompañar la sobremesa de la tía y la sobrina.

—“La semana se vuela cuando uno estudia”— comentó la más joven intentando cambiar la conversación

—“La semana es larga, en cambio, cuando se está en la espera de alguien o se viven días penosos”— contrapuso la viuda

—“Tu espera a terminado, tía, porque ya no hay más motivo para ella. Y la pena más adelante, pasará al olvido, con toda la guerrilla y la represión, al mismo tiempo”

—“¿Cómo dices?”

—“Aquéllos que venimos hacia delante tenemos ese derecho”— sostuvo fuerza la sobrina

—“Visto así, tienes ese derecho... Pero yo he vivido estos años en una espera lenta. La mañana. La siesta. La tarde. El atardecer. La noche. La medianoche. El amanecer. El aura ¿Vendrá de verdad un devenir?”

—“Siempre vino, tía, y hubo generaciones nuevas. Tus hijos te lo demostrarán”

—“La vida, niña, se desliza tenue en un color. En uno solo. En dos colores se encrespa. En todos los colores juntos ¿Será igual? ¿O se apaciguará nuevamente?”

—“Pensemos en las caminatas serranas, donde a mitad del camino la ruta pareciera más empinada. Luego de pronto, se percibe el final... y llega la esperanza. Se alivian los músculos con sólo verlo aún antes de alcanzarlo”

—“Sí ...dices bien. En la mitad del camino, que es el más empinado, hay que tomar la decisión. Se regresa o se llega al final ¡Creo que él lo hizo! Y ello justifica su muerte para él mismo”— concluyó la joven viuda

—“Lo reconozco. Yo no estaré de acuerdo con sus consignas, mas reconozco que él no se amilanó a mitad del camino. Fue como la sumatoria de los colores”

—“Sería lástima olvidar un color. Abandonarlo... ¡Alcancémoslos a todos! Abarquemos toda la gama que contienen los pétalos. Ellos se extienden hasta nosotros para expresar bien el amor”

—“Subamos al dormitorio, tía, nos hace falta dormir”

—“Pues será una noche de insomnio para mí”

Ellas fueron apagando las luces de la planta baja y al subir por la escalera, que rechinaba por el clima húmedo en extremo, la madera del ventanal pareció crujir desde afuera, como llamándolas, inútilmente.

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Primera soledad. Primera sensación de abandono. Bajo un cielo gris y dolorido, llena de pensamientos, vi partir un ideal y comprendí sin saberlo que era el fin de un pasaje de mi vida…

En aquel adiós prematuro de mi amado.

Segunda soledad. Segunda sensación de abandono. Este día me he sentido deshecha de dolor y compasión por nuestro corto destino. Este día de Niebla me he despedido del amor. De la alegría.

Es el adiós definitivo de mi amado.

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7 -TRASNOCHE

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—“¿No puedes dormir? Oí cuando te levantabas. Mi sueño esta noche es también frágil”— preguntóle la jovencita

—“Te dije porque me conozco: ésta es una noche de insomnio para mí”

—“Pero ya han sido muchos tus insomnios durante estos últimos tres años”

—“Hace tres años fue un adiós prematuro y me despedía de él sin saberlo, en forma definitiva”

La sobrina sentóse junto a su tía, ambas en batón, dominadas al mismo tiempo por el insomnio. Una cafetera caliente emanaba su fuerte perfume y la tía sirvió otro pocillo para la recién llegada.
Tras los vidrios totalmente empañados por la Niebla, veíanse los faroles del paseo que emitían una luz difusa, mientras una lucesita más pequeña y zigzagueante parecía querer traspasar ese límite infranqueable de la ventana cerrada. El ánima penando volvió a contemplarlas juntas, en unión indisoluble, frente a las dramáticas circunstancias de quien era su principal protagonista.

—“Esta es una noche larga y cansadora, deberías haber permanecido en cama. Es una vigilia inesperada luego de habernos las dos acostumbrado al mutismo, en relación a su persona”— expresó la sobrina

—“Ambas conocíamos nuestras mutuas reflexiones, de modo que llegaría el momento para hablar de él”

—“Es una noche muy larga, tía, luego de una lenta lejanía. Pero lo debes observar de otra manera”

—“¿De cuál manera?”

—“Con altivez, sin bajar tu cabeza. Con la gracia que cautivaste a toda mi familia llevando tu estilo garboso, elegante, de fina joven jujeña, del cual él se enamoró”

—“No era propio, sino heredado por la educación familiar”— contestó la joven viuda

—“Es indispensable que lo recuperes, para enfrentar este momento sin abatirte”
Las dos mujeres cerraron por el momento su diálogo, y la menor dirigióse hacia la pileta para lavar las tazas de café que ambas habían usado. La cocina estaba tibia pero un aire muy fino y gélido entraba por la banderola. El Paseo Sobremonte reposaba. Los niños continuaban durmiendo.

—“El destino no se apiadó de nosotros, de nuestra generación”— expresó la tía

—“En cambio yo veo que él no se apiadó de ti. Se alejó hace tres años sin volver la cabeza, abandonando un hogar que él mismo había fundado. Y todo ello para deambular con su utopía trágica”— replicóle nerviosa la sobrina

—“”Utopía”, fue la obra maestra de Santo Tomás Moro... ¿Por qué la usas en expresión peyorativa?

—“Por ignorancia ... Por falencias ... Por las mismas limitaciones con que ustedes enfrentaron a una sociedad cordobesa con cuatro siglos de experiencia”

—“Es buena respuesta, niña”

—“Yo sólo quiero proteger a estos niños que duermen arriba, y ser tu mejor amiga. Brindarte una amistad útil para superar este día, y su doloroso recuerdo del amor”

—“Es mucho y demasiado, niña mía. Debo tenerlo en cuenta cuando te escucho y me duele ver, que lo juzgas a él con total rigidez”— aceptóle la nueva viuda
—“Soy la Fiscal”

La sobrina se levantó de pronto creyendo advertir un sonido procedente de la planta alta. Acercándose a la escalera agudizó su oído.

—“Aún duermen. Estuvieron despiertos hasta muy tarde”— dijo regresando junto a su tía

—“Hay que dejarlos, es medianoche. Ellos necesitan vivir. Han nacido en medio de la muerte y deben representar a la vida. Al devenir. Y mi amor les será incompleto algún día”

—“Una nebulosa te envolvió durante estos años, tal como la Niebla de la calle. Pues debe terminar... ¡Basta! ¡Vive!”

—“No puedo apartar de repente al mundo que me envolviera durante diez años, y en especial estos tres últimos, con sólo desearlo”— explicó sentida la tía

—“No de repente, es cierto, pero sí intentándolo desde ahora como recomienzo tuyo”

—“El estuvo en mi vida, presente o ausente, abarcando todo mi escenario. Fue mi elección y nadie me había obligado a ello. Así era mi deseo desde que lo conociera”

—“Pero él se apartó de su hogar. O al menos privilegió la causa. La lucha”— insistió la chica

—“Pues sí... la vida de familia le resultaba estrecha. Todos lo supimos siempre. El necesitaba un horizonte abierto, sin puertas ni ventanas”— confirmó la tía

—“El hombre debe abrir esas ventanas y el aire entrará a raudales. La mujer también es su niña”

—“Cada uno llevó su parte y vivió de acuerdo a su comprensión. Nada vuelve atrás. Sin embargo algo queda de este sendero compartido: Sus hijos. Y además mi propia vida que se encadenó a él, voluntariamente”

—“Tu vida convulsionada por él, y que debe resurgir entre las tablas enmohecidas de una demolición”

Ambas callaron. La sobrina volvió a levantarse, preocupada con ciertos ruidos sobre la escalera. Los siguió escuchando por un largo rato, hasta que éstos dejaron de hacerse sentir.

—“¡Tía! ¡Olvida todo! Tus hijos despertarán con el alba y habrá un nuevo amanecer en esta casa”— expresó la sobrina con emoción juvenil

—“Amanecerá sin duda. Tu energía es una redención. Pero los niños irán con prisa hacia su destino, y mi amanecer les será más adelante como una estela de sus costados”

—“Amanecerá... cuando te desprendas realmente”

—“Es difícil desprenderse cuando no hubo una despedida real, definitiva... Yo la esperaba”— recalcó en su dolor la joven viuda

—“Pero sí la hubo...”

—“¿Cómo? ¿Cuándo?”

—“Una tarde, estando yo sola... hace dos semanas. Tocó el timbre. Abrí pero no lo reconocí. Estaba muy cambiado y tuvo que decirme su nombre, pues yo realmente no sabía quién era ¡Mi tío perdido en el marasmo... aquí frente mío!”

—“¿Y por qué me lo has ocultado hasta ahora?”

—“¿Sabes que con sólo treinta y cuatro años ya tenía canas? No lucía más su bello cabello rubio alborotado. Sus ojos azules eran más pequeños y el rostro muy enjuto marcaba los huesos del rostro”— comentó con dureza chica

—“¿Qué derecho tenías para ocultármelo?”— insistió disgustada la tía

—“Tuve miedo. No se le reconocía. Era la sombra de aquél que fuera en su plenitud alegre y vital”— defendióse nerviosa la niña

—“No era motivo para que yo desconociera su llegada a mi casa. Para que creyese dolida, que realmente él se había alejado sin volver nunca la cabeza hacia mí”
—“Cuando me dijo su nombre sentí honda pena. Sí, tía, me produjo asombro y dolor”

—“¿Y por qué decidiste lo que yo debía saber o desconocer… por cuenta tuya? ¿Acaso le cerraste la puerta?”

—“No ...¡Eso no!... El se negó a entrar conociendo su situación, como último gesto de buen hombre. Sólo quería verte y no te halló. Tampoco a los niños que estaban en la escuela”

—“Me has estado sobreprotegiendo, como antes fuera él sobreprotegido por toda su familia. No es bueno, niña”

—“El que se fue con orgullo de hombre exitoso, no debe volver como un fugitivo ...es mi forma de pensar”

—“¿Y quién puede decidir o dominar su destino, por mucho tiempo?”

—“Era la destrucción de un mito. De la fantasía que él mismo había forjado”— sostuvo otra vez la más joven

—“Aún así... No estabas en tu derecho al ocultarme su regreso, aunque éste fuese de un instante. El volvía por mí”

Un silencio, un vacío, parecía envolver a las dos amigas. Los ruidos de la escalera ahora eran más intensos.

—“Es la gran humedad de este día que hace crujir las maderas”— opinó la tía

—“Recuerda siempre que nada lo colmó, era un buscador insatisfecho. Se condenó él mismo a la tragedia”— expuso nuevamente la sobrina

—“Ello no te autorizaba a controlar sus mensajes”

—“Era un riesgo inútil”

—“Yo debía decidir. En todo caso ya lo había puesto de manifiesto anteriormente. Por nada del mundo haría algo que pusiera en peligro a mis hijos”— sostuvo la tía

—“Aquí vino recién al final”

—“Lo sabía. Lo sabíamos... Era ésta una despedida final. Pero decidiste por tu cuenta lo que era bueno o malo para mí”— continuó en reproche la joven viuda

—“Creí hacer bien mi papel”

—“¿Acaso no me dijiste hace poco, que en mi generación tuvimos el error de decidir por ustedes? Has actuado con la misma actitud irrespetuosa de mi generación, cuando decidimos cambiar a una sociedad sin preguntarle sus deseos”— expresó la joven viuda

—“¿Crees, tía, que hay una sola persona de mi familia que se satisficiera viéndolo acorralado? No, ninguno. A nadie le hacía falta su desdén, sus desplantes y estoques crueles. Pero tampoco deseaban sus desgracia. Se conmoverán todos con este final suyo, mucho más de lo que te imaginas”— dijo conmovida la chica

—“Pero terminaste apartándome de él”

—“No fue como dices, él no te halló al venir. Pero es cierto que yo callé”

—“Has actuado, niña mía, con soberbia juvenil”

—“Creo, tía, que nuevamente me has dejado muda”

Y mudas quedaron ambas, aunque cada una convencida de los suyo, sin mediar posibilidades de cambio. La helada nocturna que contorneaba la ventana y enmudecía la calle, mantenía mudo al Paseo Sobremonte.

—“Fue sin duda un temerario. Yo admiré el vigor de su fuerza”— recordó la viuda

—“Pero cuando llegó hasta la puerta ya no era mi tío. Aquél que jugaba conmigo y discutía con mi padre. En ese momento se produjo en mí un desnivel de imagen, al verlo fugitivo, como una figura disolvente”

—“Quizás ello me explique mejor tu actitud”— observó conciliadora la tía

—“En ese momento, viéndolo tan abatido, pensé que te habías hechizado por una audacia que no tenía fuego. Que mi padre, su hermano mayor, se vio avasallado por un ímpetu que no tenía cuerpo. Que mi abuelo se desvivió por un drama que no tenía dolor”— expresó con severidad la sobrina

—“Estás entrando en un terreno de crueldad, y la extiendes hacia todos”

—“Pero es la verdad, aunque yo sea dura, nunca llegaré a ser tan dura como él. Nos dio vuelta la cara y nosotros quedamos atrás suyo, lejos, en el camino, mientras él seguía impasible y exigente por el mundo, lleno de reproches, como si todos le adeudáramos algo”

—“Era un soldado de una causa, una consigna. Pero piensa niña, que si su idea hubiera germinado, sembrada en otras condiciones, ahora ese brote se erguiría hacia el azul del firmamento. Y él sería un Héroe”— dijo con emoción la viuda

—“No hubo otras condiciones. Todos perdimos porque él también se destruyó”

—“Es la soberbia juvenil que quiere resolver de un chispazo los problemas del mundo y sus milenios. Como la tuya. Decidiste por mí sin darme lugar a elección”— le recordó la tía

—“No te lo he negado. Esa es la diferencia con mi generación, no nos creemos el pozo de la verdad ¿Qué hubieras hecho si yo te contaba su visita? ¿Ir en su busca en medio de las balas? ...Eso es lo que yo temía”— aclaróle su sobrina

Habíanse servido un segundo café y comenzaban ya a sentir la somnolencia del trasnoche, en su final.

Final de diálogo. Final de comunicación completa. Final de un duelo verbal entre dos amigas, tía y sobrina, que habíanse acompañado durante tres años sin exigirse nada.

—“¿Por qué cruje tanto la escalera?”— volvió a preguntar la sobrina

—“Es la humedad de un día como éste”

La sobrina levantóse inquieta y fue en dirección a la escalera. Luego retornó junto a su pocillo de café, intrigada, para sentarse otra vez en la mesa. La tía mirábala extrañada mientras agregaba más azúcar al café. Pero la niña fue de nuevo en dirección a la escalera intentando agudizar su oído.

—“Es extraño. Parecieran pasos muy suaves, pero distintos a los pasitos de los niños”— dijo subiendo la escalera

—“Puedes quedarte tranquila, duermen como ángeles, tal como son aún. Les falta mucho para perder sus alas. Todo hombre fue ángel alguna vez, aunque sus tragedias mundanas hagan olvidarlo”— comentó la viuda desde abajo

La sobrina regresó un momento después con apresuramiento, como si corriese, y fue a sentarse algo agitada.

—“¿Tropezaste acaso? Es peligrosa esa escalera de madera, de noche y a medialuz”— preguntóle la tía

—“¡No! ...pero creí ver una sombra... Me acerqué y ya no estaba”— respondióle excitada la sobrina

—“¿Cómo?”

—“Una sombra ...alta... no era de niño”

—“¿Dónde?”

—“En la escalera...”

—“¡Es él!” ... ¡Vino a despedirse!”— gritó con emoción la joven viuda

En forma precipitada salió corriendo en dirección a la escalera que crujía aún, con más ímpetu. La sobrina, ahora insegura y dudosa, siguíala por detrás.

—“¡Ya no está! ... ¡Pero él vino a despedirse de mí!”

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La noche y la muerte parecen unirse en sus imágenes.

La noche: muerte del día.
La muerte: noche de la vida.

¿Será por eso que entre las tinieblas me
parece encontrarte?

La noche: donde te encarnas de nuevo, dándome
fuego de vida.

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8 - AURA

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Sobre los vidrios empañados de la ventana comenzaba a disolverse la Niebla. Más allá, las luces nocturnas y mudas de los faroles encendidos en el paseo, iniciaban su lento declive. Una a una irían apagándose. Su presencia ya no era necesaria en el antiguo paseo del Marqués de Sobremonte, frente al esplendor rosado y espectacular del aura.

—“¡Se va la Niebla y hoy tendremos sol!”— dijo la sobrina abriendo la ventana

La niña asomóse al exterior, aún helado, y absorbía esa gélida atmósfera refrescante del aura, después de una Niebla. Luego cerró la ventana, para impedir que el frío exterior entrase al interior de la casa.

—“No cierres totalmente la ventana, deja una rendija. Pronto acabarán las heladas y un nuevo sol nos bañará sin clemencia. Como los años anteriores, vamos a extrañar este frío ¿Qué será preferible? ...Repito lo mismo que dijiste ayer de mañana”— dijo la tía

Mientras las formas del Paseo Sobremonte iban delineando su contorno, aparecieron caminando por él, algunos trasnochadores o madrugadores. Con distintos rumbos se entrecruzaban entre los plátanos corpulentos sin hojas, como creyendo adivinar entre ellos la sombra del antiguo Marqués. Con su paso retumbante y fantasmal, recorriendo Córdoba, la ciudad que nunca lo olvidara.

Y otra sombra se alejaba de aquel escenario, a medida que las luces del aura iban irradiando toda su tersura. Y se alejaba ahora para siempre, en forma definitiva, a medida que avanzaba la claridad del día que había amanecido sin Niebla. Son sus sueños y sus ansias. Con su violencia y su pasión. Con su juventud perdida y su ánima penando.

—“Esta noche fue muy larga. Era la última. Me detuve frente a él en pensamiento ...Y él sintiéndome cerca suyo vino a verme ¿Qué nos unía aún luego de tres años sin vernos? ¿Qué fuerza extraña? ¿Por qué lejanos caminos de incertidumbre transportó su vida de peregrino? ¿Qué continuó uniéndolo a mí durante su deambular errante? ¿La duda? ¿La convicción?”— se preguntó la joven viuda

—“Quizás ambas juntas. No lo sabremos nunca”— opinó la sobrina

—“Es posible”

—“Tía, los niños se han despertado ¿Los oyes? Concluye aquí nuestro larguísimo diálogo ... ¡Vivamos”

—“Concluye aquí también, nuestro Juicio de Familia”— cerró diciendo con firmeza la tía

—“¡Sí! ...los gurises están llamando... ¡Fin del Juicio de Familia!”

—“¡Nos llaman a ambas, niña! Se prendieron de tu falda desde el día que tocaste la puerta para decirnos que venía a vivir con nosotros. Un gesto hermoso que ellos y yo nunca olvidaremos”

—“Me salió del corazón”

—“De tu bello corazón. Es sábado, hoy no tienes que asistir a clases. Llévalos al Paseo Sobremonte para que jueguen al calor. Puedes dejarme sola. No tengas miedo. Hay ahora mucha luz a mi alrededor”

—“Sí ... ¡La Niebla se ha alejado ya de mi ciudad!”


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Volqué una copa. Aquella del cristal violáceo que lo contenía. Destruí en una llama, el último de sus recuerdos que aún conservaba.

Desde el infinito los ángeles ondearon sus banderas. Un clarín irrumpió el espacio y se han abierto las nubes disipando la Niebla.

Yo los veo con sus alas doradas en la semiluz del invierno. Y él se aleja con ellos, volando solo entre soles.

El no está más conmigo en este amanecer. He quedado sola contemplando el vacío, y la humanidad continuará su ritmo. Pero yo seguiré en mi vacío, aunque el sol lance sus colores.

¡Ya!... ha terminado mi espera mirando el vacío. Ha terminado su tiempo y el mío. Y ahora deberé hallar yo sola, mi propio destino y camino.

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¡La Niebla se ha alejado ya de mi ciudad!

-----FIN-----



Alejandra Correas Vázquez

Mensajes : 181
Fecha de inscripción : 01/02/2012

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