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FABULAS DE LOS ESTUDIANTES (Parte 2)

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Vie Jun 27, 2014 11:14 am

FÁBULAS DE LOS ESTUDIANTES

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PARTE 2

(Novela situada en Córdoba, Argentina)

Por Alejandra Correas Vázquez


FÁBULA SIETE
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INSOMNIO
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Se hallaba con la cabeza colocada sobre la almohada. El reloj de la sala anunciábase cada media hora con sus campanadas.

—“Una campanada, son las diez y media”— repetía ella —“Once campanadas. Ha pasado ya media hora. No me había dado cuenta. Once y media. Doce. Medianoche”

La puerta de calle se abrió sucesivas veces. A las nueve primero y por último a la una y media, cuando el reloj de la sala comenzaba a girar de nuevo por su círculo con números romanos. Los pasos de los jóvenes se escuchaban por el pasillo yendo a ocultarse en sus respectivos dormitorios. Finalmente los nietos llegaron ya a casa.

—“No puedo dormir”

El dormitorio estaba muy obscuro. Negro. Sus ojos fueron acostumbrándose a aquel color, y el escenario comenzó a aclararse. Un gris verdoso envolvía la cama y la mesita de luz, donde ella había colocado sus útiles de escuela.

Cerró los ojos.

La obscuridad parecía continuarse dentro de ella. Luego, sin abrir los párpados, comenzaron a aclarársele todas las imágenes que rodeaban aquel lugar. La cama, la mesa de luz y la mesita con los útiles escolares. Un libro, un apunte, dos carpetas, una regla y dos lapiceras virome. Una negra y otra azul. La goma de borrar tinta estaba caída en el suelo. La tocaba con la vista, también podría tocarla con la mano. Se arrimó y levantó la goma. En la habitación jugaba una criatura. Era Andrea.

Divisó su rostro severo sostenido por aquel cuerpo infantil. Un delantalito color gris protegía su vestido.

—“Mira”— le dijo la niñita acercándose —“Mira qué lindo vestidito tengo. Cuando juego me lo ensucio. Por eso lo protegen colocándome este delantalito feo ¿Ves? Pero es muy bonito. Celeste con lunares blancos. Cuando lleguen aquellas señoras me sacarán el delantalito gris. Entonces voy a la sala de la mano y doy un giro. Y todas se admiran ¿No es cierto?”

—“¿Falta mucho para que todas ellas lleguen?”— le preguntó Luz

—“Cuando no es una, es otra señora, siempre llegan. Pero... ¿Puedes decirme dónde están los caramelos? Hay un paquete lleno en aquel ropero. Está con llave. Cuando llegan las otras niñas puedo servirme un puñado lleno. Ellas sólo se sirven del paquete más chico. El que tiene los caramelos duros. Porque yo soy la muñeca ¿Sabes? Para mí está aquel sillón azul. Las otras niñas se alejan al patio y juegan sin mí. Me acerco y mi prima Dolly me contesta: ...A nosotras no te acerques. Juega con tus caramelos de chocolate y leche. Los blanditos. Son tuyos solamente ¿No es cierto? Ella siempre busca decirme algo feo... Y yo me quedo sola en el sillón. No hay ningún niño a mi lado. Sólo uno se me acercó, pero murió pronto. Una mañana de sol, cuando yo cantaba un poema”

La niñita Andrea giraba levantando el cobertor, y mostraba en cada giro el vestidito celeste de lunares.

—“¿Siempre estás sola?”— volvió a preguntarle Luz

—“No. Nunca. En realidad no estoy sola. Conmigo está una anciana y yo estoy siempre con ella. Aunque los demás cuartos permanezcan vacíos. A su lado paso mis horas y ella me ha brindado mi mejor tesoro. El único que guardo de esta infancia. Es esta medalla ¿La ves? Está vieja y gastada, pero me la ha dado ella, la que pasa las horas conmigo. Aquí en el sillón de mi costado. Ella no puede darme esos caramelos blandos. Prefiero sus galletas con olor a naftalina, porque las guarda entre sus ropas para todos sus nietos. Pero están a la vista durante todo el día”

—“¿Y no son más sabrosos los caramelos blandos?”

—“Quizás. Pero puedo probarlos, sólo algunas veces. Cuando están todas las otras niñas presentes, para que yo quede siempre más linda que ellas ¡Soy la muñeca! ...Pero me molesta este delantalito que llevo puesto arriba de mi vestido. No puedo ver sus lunaritos blancos ¿Me ayudas a sacármelo? Quiero ir a jugar con las otras niñas. Quiero lustrar mis zapatitos. Yo sola. Me aburro en esta casa. No puedo declamar versos. Esos pequeñitos que escribo en mis cuadernos de la escuela. Las señoras se enojan. Pero la anciana los guarda en su ropero junto con las galletas”

—“¿Por qué se enojan ellas?”

—“Porque dos más dos son cuatro, y cuatro menos dos son dos ¿Sabías? Y esto es lo único que importa para la nota de la escuela. Algunas niñas reciben escarapelitas de premio. Comprenden todas las sumas de la aritmética. Las señoras quieren que yo les traiga una escarapela. Por eso me colocaron esta cinta de terciopelo en la cabeza”

—“¿Un premio? Yo te doy un premio por tus versos”— díjole ella asombrada

Luz estaba emocionada y creía comprender mejor a Andrea, luego de esta conversación entre los vapores del insomnio.

—“¿Pero conoces el cuento de la perla blanca y los pescaditos de colores? Si se los cuento a lo mejor las otras niñas vienen a jugar conmigo”

—“Creo que sí vendrán, pues ese cuento es muy bonito”

—“¿Me ayudas a sacarme el delantal gris? Ya no me importa que se enojen las señoras ...¡Total!... tengo esta medalla que llevo puesta sobre el cuello”

—“Si. Es muy linda y la quieres mucho— le respondió Luz —Pero yo no puedo desprenderte el delantal. Tienes que hacerlo sola”

La niña Andrea comenzó a alejarse de la habitación. Abrió la puerta y la dejó entreabierta. Otra figura apareció en el umbral.

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FÁBULA OCHO
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VISITA NOCTURNAL
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—“Luz ... Luz ... ¿Dónde está tu padre? ¿Por qué vives en esta casa?”— la figura le hablaba con pausada voz

—“Mi padre está lejos de nuestra ciudad. No importa. Eligió su destino. Lo anhelaba”— contestóle ella

La habitación negra verdosa había tomado un tinte violado, y la nueva figura cobró nitidez ante los ojos de Luz, también lentamente.

—“¿Por qué no te tomaste de su brazo para impedir que se fuera?”— le volvió a decir la figura haciendo más fuerte su expresión

—“¿Para qué? ...¡Oh, madre mía!... ¿Para impedir que cumpliera sus deseos postergados... una vez más? …Tal como él vivió a tu lado”

—“Le di mejores alternativas”

—“No para él”

La figura detuvo su paso lento y ligero en dirección a la cama de Luz, y allí quedó erguida con su firme estampa, congelada para siempre. Y volvió a hablar:

—“Persigue una ilusión vana”

—“No madre. No es vana una propuesta generosa, una vocación incumplida. Puede ahora lograrse a sí mismo ...tanto tiempo postergado. Impediste que él fuera un médico rural, ahora lo es”

Ambas callaron. Madre e hija, una vez más, pensaban diferente.

—“¡Médico Rural! ... Perderá los progresos que desarrolló a mi lado”

—“¿Así lo crees? Yo no. El quiere llevar salud y protección médica a los lugares apartados. Recorrer caminos y ofrecer su presencia real y efectiva”

—“¡Serán muy pocos sus beneficios!”

—“O muy grandes... para él y la comunidad”

Sin lugar a dudas madre e hija, no iban ahora tampoco, a compartir ideas. Pero restaba entre ambas este último diálogo, tardío, pero no imposible. La figura difusa acercóse un poco más a Luz, y una claridad tenue pareció aproximarse hacia ellas. La hija díjole entonces:

—“¡Oh, madre mía, qué hogar tan triste nos diste! Me resta un sentimiento melancólico y también pena por ti. Porque rechazabas en forma negativa todo cuanto existía en nuestra casa, y no admitías sus partes positivas”

—“¿Así me recuerdas... Luz de mis ojos?”

—“Así, como un alma divagante y disconforme ¿Viste aquella niña que partió? ¿Aquélla que estaba conmigo antes de que llegaras? Es un ser que lucha. Contradictorio ...sí, en verdad. Sin embargo la naturaleza puede sembrar en ella. Es una tierra abierta, donde ella selecciona a sus semillas”

La madre era ahora una imagen pura, pero alcanzaba a poner un gesto adusto. Su rostro difuso volvióse más pálido por un momento, para luego recobrar su carácter y fuerza de siempre, al dirigirse a su hija.

—“¿No formé acaso un hogar? ¿Por qué lo abandonaste?”— la figura se le acercó

—“Madre... de tu hogar no quedaron sino individuos aislados. Pero nunca lo formaste. Tomaste el anillo de boda para agregarlo a la vida que llevabas, y acoplaste a ese hombre que te amaba como un objeto que se adquiere en las ferias. Nuestra casa no era nuestra. Eramos elementos de un gigantesco clan. Como las tribus nómades, sin derecho a elegir la flor propia que nos brinda la tierra”

—“¿Un clan? ¡Mi familia! ... ¿Podía acaso rechazarla?”

—“No rechazarla. Colocarla en su lugar. Andrea y yo hemos vivido limitaciones semejantes”— expresóle Luz

La conversación habíase vuelto tensa y ya no era un diálogo amable. Pero la hija expresaba en ella todo su dolor guardado. Su desilusión. Su descontento. La madre, conmocionada, díjole:

—“Pero hija ... ¿Es que no crees en la unión de la humanidad?”

—“Madre, no creo en el colectivismo aislado. Recuerdo nuestro fallido hogar y lloro. No había padre, no había madre, no había hija. Eramos elementos de una gran carpa. Pero la ciudad era más grande aún, y recibía mensajes de todos los continentes. Sin embargo nuestra caparazón estaba dura y vivíamos como en una esfera de cristal, sin esquinas, encerrados dentro de una burbuja. La ciudad crecía y nosotros ignorábamos que los sabios del siglo anhelaban llegar hacia los anillos de Saturno. Nuestros anillos estaban adheridos dentro de la aislada carpa, sujetos a una línea rígida, y nuestro hogar no ofrecía nada al mundo”

En ese vacío, madre e hija contempláronse en silencio. La joven había expuesto sus anhelos, abiertamente, tal como antes no se atreviera a hacerlo.

—“Pero hija ¿Dónde está tu padre? No habita en esta casa ¿Dónde está?”

—“Déjalo. No te diré su lugar. He sufrido al alejarme. Mas era su deseo de que yo permaneciera en la ciudad concluyendo mis estudios. Me ha sido doloroso, sin embargo acepté su decisión con respeto”

—“Siempre le has sido muy adicta”

—“Madre... Vuelve a tu camino. La vida así lo dispuso. Tus años de humanidad ya se cumplieron. Lloré junto a tu ataúd. Sin embargo por lástima, no por el dolor mío, sino por la existencia que no supiste utilizar. Tuviste un esposo y una hija, pero no adivinaste nuestras valores. Nos ofrendaste a la carpa y nosotros hemos retornado a la humanidad”

La figura no habló más. El cuarto comenzaba a aclararse. Luz entreabrió los ojos. Era la mañana. La leche bullía en espumas sobre el fuego de la cocina.

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FÁBULA NUEVE
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LA CARTA
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Terminado el desayuno Luz se levantó de la silla. No tenía apuro.

—“Niña, se te hará tarde”— le dijo la anciana —“¿No has terminado la taza? Tienes que llevar abrigo ¿Una cucharadita de miel para la garganta? Te alcanzo otra tostada con crema antes de que salgas”

Luz sonrió. Apuró su salida del comedor y fue directo al zaguán de acceso a la puerta de calle. Los pasos de la anciana venían detrás suyo.

—“¿Huyes de la abuela?”— le preguntó Martín

Era el mayor de los nietos, quien volvía recién a la casa luego de ausentarse toda la noche. Tenía un puñado de cartas en la mano, que en aquel momento habíale entregado el cartero.

—“No. Al mediodía me tendrá de vuelta”— le contestó ella

—“Aquí viene una carta a tu nombre, es ésta”— le indicó dándosela

Luz la guardó dentro de un libro y descendió a la vereda. Caminaba con prisa cuando en mitad de la cuadra la alcanzó nuevamente Martín.

—“Aquí está la tostada que te preparó la abuela. Será mejor para los dos, que no te la olvides”

Ella sonrió con cariño, saludando con la mano a la anciana, quien la contemplaba con reproche desde la puerta. Martín le hizo un guiño cómplice, dándole un pellizco en la mejilla. Luz cortó con los dientes la tostada encremada y siguió su camino rumbo al Colegio Carbó.

El cielo habíase despejado. Numerosos estudiantes de blanco delantal cubrían las calles. Miró el reloj y apuró el paso. La mañana fue extendiéndose lentamente. Ella ocupó como todos los días su asiento individual, junto a las compañeras de siempre. Andrea estaba allí, no había faltado. Las horas se sumaron y los profesores declamaron su rutina, estáticos como mástiles, frente a aquella juventud.

Después de la segunda hora de clase, en el recreo largo, ella buscó la carta. El sobre venía escrito con una letra que no le era familiar, pero tampoco desconocida. Lo abrió y se puso a leerla:

“Mi Querida Luz:

Durante el día de ayer te hemos recordado profundamente. Hoy te escribo con emoción y te ofrezco mi amistad sincera. Para nosotros era necesario alejarnos de nuestra amada ciudad. Todo allí había llegado a parecernos inhóspito. Aquí, desde la vertientes serranas el sol nos impresiona más intenso, y la pendiente que nos aleja de Córdoba se vuelve un recuerdo nostálgico. Pues hemos empezado toda una vida nueva.

Pero a medida que los meses pasan hemos depurado la memoria, extrayendo los mejores rincones de nuestra ciudad, y ella emerge con la dulzura de la cuna que no puede olvidarse. Un día habremos de volver pero no seremos ya los mismos. Allí nos reencontraremos todos nuevamente, para descubrir lo que la ciudad ocultaba, y no supimos hallar en momentos pasados.

Tu pequeña hermana Inesita te llama aún por las noches. Se cruza a nuestra cama como antes corría a la tuya. He tenido que aprender muchos cuentos para reemplazar los tuyos, y hacerla dormir. Ahora me confieso... quizás he temido estos años cuando vivíamos juntas, que ella se te acercara demasiado. Pues yo soy su mamá. Pero encontraba respeto de tu parte y demasiada comprensión. Te alejabas hacia una esquina de la casa contemplándonos, y tu actitud me desconcertaba.

Hoy te aprecio de una manera especial. Recuerdo tus ojos agudos y penetrantes, muy verdes, y me pregunto por qué nos mirabas tánto. Con aquella fijeza que llegaba a atemorizarme. Pero ocupando un solo lugar entre nosotros: el tuyo. Muchas veces me pregunté si aquello no era una expresión de retraimiento, de individualismo. Pero llegué a respetarte también yo, como respuesta.

Te recuerdo como eras muchos años atrás, en mis tiempos de estudiante cuando te llevaba de la mano hacia el Colegio Carbó. Ibas entonces a los grados y yo era tu vecina, que asistía al secundario, tocaba el timbre para buscarte y partíamos juntas. Luego ambas crecimos. Comenzaste también el secundario y yo el profesorado del Carbó, pero igual partíamos juntas todas las mañanas.

Un día pasé la puerta de tu casa. Era el entierro de tu madre. Aquel día conocí a Santiago, tu padre. El te tenía en la falda, presionándote, y aquello me conmovió. Me senté junto a ustedes para acompañarlos, y formamos sin pensarlo ante la vista de todos, y sin proponernos, el cuadro de un hogar. Tiempo después Santiago y yo nos casamos.

Tu padre eligió reciclar su casa renovada para todos. Tu cuarto daba al jardín. Un ciruelo florecía en el fondo. Habías elegido vivir con nosotros, a pesar del pedido de tus parientes por llevarte con ellos. Fue una alegría para él. Un apoyo en la intolerancia de los otros, quienes vieron mal su nuevo matrimonio con una mujer joven. Sin embargo supiste antes que nosotros, prescindir de todos ellos.

Tuve miedo al comienzo —y ahora me atrevo a decírtelo— que tu amor hacia Santiago fuese excesivo y posesivo Que intentaras imponer tu lugar en nuestra vida. Pero me equivoqué. Era la tuya una actitud natural, convivías con nosotros espontáneamente. Tus horas se deslizaban paralelas a las nuestras, sin interrumpirnos. Sólo tus ojos verdes eran una llamarada ¿Qué significaba aquello?

Comprendo en este día que tu alma iba abriéndose al mundo. Observabas nuestra vida como una escena. Estuviste a nuestro lado y nos apoyaste sin pensarlo. Naturalmente. Y tu amistad era la más sana de todas. Eso he comprendido.

Pero nuestra vida allá no gozaba de paz. Las dos familias pusieron sus oposiciones. Yo había encontrado el amor en tu padre, un hombre esbelto, mayor a mí pero aún joven, quien creía estar acabado para nuevos proyectos ....Y no era así... Sin saberlo y sin conocerlo aún, yo llevaba todos los días a su única hija de la mano rumbo a la escuela. Muchas veces durante los recreos de clase, te obsequiaba con un sánguche de mortadela en pan de viena, que tanto te gustaba. Cual si fuera tu hermana mayor. Casi maternalmente. Sí. Era mi voz del destino hablándome.

Cuando me senté al lado de ustedes en aquella tarde de luto, hubiera dudado lograr tu comprensión. Padre e hija parecían unidos en su dolor, y sin embargo se amparaban uno y otro de la soledad. Cuando floreció el amor, sonreíste, sólo hoy día comprendo en todo su valor, la sinceridad que encerrabas. Antes que nosotros, habías percibido el continuo peregrinaje de las vidas. Por una visión interna te limitabas a observar. Podíamos amarnos y gozar de paz. El mundo marcha continuamente.

Amiga Luz, ya hemos emigrado hace meses. El fuego arde en la estufa de piedra. La leña cruje. Inesita corretea por las baldosas de motivos floreados. El invierno aquí es más largo y retarda la primavera que marca el almanaque. Has elegido quedarte allá en la ciudad, terminado tu secundario, como deseaba tu padre. La sierra amaneció hoy cubierta de escarcha. Son las últimas heladas tardías.

Sé que guardas tus minutos como algo propio. Sin embargo, anhelo que en tu vida recojas parte de las semillas que el progenitor ha arrojado sobre la tierra. Porque el amor es el equilibrio de la aguja. Una variedad de tonos opacos y dulces donde los seres colocan su pequeña gota a la evolución, ya que todos debemos impulsar las velas de la Barca.

Con diciembre arribará la pausa del año, el verano, y podremos reunirnos todos para Navidad, día en que festejamos también tu cumpleaños. Ya que fuiste un regalo de Navidad, naciendo ese día. Nuestro cariño va hacia Córdoba como un mensaje conjunto, y te hallará en esa casa amable donde ahora que habitas, o entre las calles de los estudiantes.

Inesita te envía este pequeño dibujo que adhiero a mi carta. Tu pequeña hermana pregunta por Luz.”

“María Marta”

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FÁBULA DIEZ
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UNA PALMERA ENANA
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Luz estaba con la cabeza apoyada contra un sillón de alto respaldo, ubicado frente al ventanal de la sala. Era una mampara de hierro con vidrios de color blanco y rojo. El sol de la siesta hacía que se recortara sobre aquellos colores, la sombra de una palmera enana. El primer día de su estancia allí sorprendióse al divisarla. Abrió el ventanal y pudo verla, llorona y orgullosa, en el centro de aquel antiguo patio de baldosas, emergiendo de su macetón con patas gruesas.

—“¿Es curiosa, verdad?”— le dijeron en su espalda —“Ya estaba allí cuando yo era niño, y me balanceaba colgándome de sus ramas. La abuela me gritaba muy enojada. La trajo su marido de Catamarca, era un regalo de la época. Hoy hay pocas por los campos. Pues las palmeras han servido durante años para sostener el alumbrado. Ahora prefieren los postes de cemento, o sea que sólo queda la maceta”

Ella lo miró con sorpresa.

—“Mi nombre es Luz”

Todo era nuevo para la niña en aquel día de su llegada, varios meses atrás. Como también la figura del muchacho que acercóse a ella, quien era una huésped desconocida, rompiendo sus temores.

—“Bueno, yo soy Ramiro. El menor por ahora. Otras veces estoy en el medio o en la punta. Mi abuela tuvo doce hijos. Somos muchos nietos. A veces vivimos más de siete y no nos hablamos. Comemos en distintos horarios, por los estudios. Pero Marina nos acompaña a todos. Tiene seis años”

—“Mi hermanita Inés ha cumplido cuatro. Ayer. Apagó las velitas por la mañana y al mediodía se fueron”— sonrió con tristeza —“Creo que por lo menos ella me extrañará”

—“¿Y los otros? Tienen su juguete ¿Verdad? Una nena de cuatro años. Nosotros crecimos y dejamos de ser graciosos. Podemos irnos lejos. El juguete cobró vida y el titiritero se aleja. Al menos nos queda la ilusión de que el hada de la Juventud nos tocó con su estrella”

—“Tal vez... No había alcanzado a pensarlo con esa claridad”— respondióle Luz

La niña lo miró. El rostro morocho de aquel joven parecíale bastante sombrío, pero la expresión suave de sus ojos color oliva servíale de contraste. Era de estatura mediana con músculos fuertes en los brazos, que traían arremangada la camisa. La impresión general de toda su persona, hacíalo parecer bastante desaliñado.

—“Tengo las manos con grasa de motor. Debo lavarme, no puedo darte la mano. Pues yo tengo un taller para reparar motos, cerca de aquí. Sabía de tu llegada a casa de la abuela, todos te esperábamos. Hasta luego”— despidióse Ramiro

Fue al primero de los muchachos que encontró y con el que menos hablara después. Le pareció ver que no hablaba casi con ninguno. Aún así, los otros primos le demostraban afecto. Sus ironías zumbaban por el aire, como insectos del verano, pasajeros. Luego supo que era el novio de su amiga Andrea.

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Durante aquella siesta de varios meses después, Luz estaba en el mismo sillón. El silencio se entrecortaba cuando entraban los jóvenes y volvían a salir. Marina la llamó un momento.

—“¿Esta noche me vas a contar el cuento del Pajarito y la Araña?”— le pidió la pequeña

—“¿El mismo de ayer?”

—“Sí. Pero no quiero que peleen”

—“Bueno van a jugar. Ya están jugando. Ahora debes descansar en la siesta. Yo estoy cerca de tuyo, aquí al lado, en el sillón frente al ventanal”

La nenita se retiró a su cuarto. Ella se levantó del sillón apoyándose en el ventanal. Luz miraba el reflejo de la palmera enana a través de un gran vidrio rojo de la mampara.

—“Todo rojo”— pensó

La visión ofrecíale un mundo onírico donde el patio y la palmera enana componían un ensueño. Al darse vuelta vio a Ramiro sentado en el sillón de la abuela.

—“¡Oh! ... no te había visto”— díjole ella sorprendida —“Tu hermano Martín te estuvo buscando. Creo que recibió una carta de tu padre”

—“¡Estoy cansado!”

—“Has ocupado el sillón de la abuela, ella no permite que nadie lo ocupe”— le advirtió Luz

—“¡Estoy muy cansado! Me cuesta llegar hasta el dormitorio ¿Pero ves mis manos? Son útiles, aprenden a trabajar. Están sucias de aceite de motor”

—“Sí, las veo trabajadoras. Es tu valor. Una valentía. Lo digo con sinceridad, Ramiro, no hay burla. El niño lindo sale a la lucha. Te has quitado el pantalón de terciopelo por este mameluco de mecánico ¿Estás seguro de no entremezclar al trabajador con el guerrero?”

—“No... es claro, dices bien. Sin embargo y aunque no me creas, a ese señor formal que escribió esa carta que ha recibido mi hermano, yo lo quiero mucho... Y él debe quererme, supongo”— sostuvo Ramiro

—“Es tu padre ... y lo tienes preocupado. Ya no estudias”

—“¡Trabajo!”

Por un espacio quedaron en silencio. La siesta era espesa. Un despertador interrumpió el tiempo. Era en la pieza de la abuela. El muchacho sacudió la cabeza y un rayo de sol muy liviano se posó sobre su rostro.

—“Me había alcanzado a dormir, pero la abuela es tan ordenada en todo su día que hasta siestea con un despertador”— dijo Ramiro sacudiendo su melena revuelta y ondeada —“Soñaba que estaba rodeado de una multitud extraña y hacia el fondo mi hermano agitaba un papel escrito ...pero sin estampilla”

Abrió los ojos y la miró. Cuando él dirigíase a alguien dilataba profundamente sus pupilas. El sol que las bañaba, acentuaba la coloración casi amarilla de sus ojos, donde el iris negro quedaba remarcado.

—“El fondo de tu corazón debe ser amplio como tu mirada”— le dijo Luz

—“¿Así me ves?”

—“Sí, y no esquivo. Eso dice tu mirada. Pero siempre te expresas áspero en las palabras”

—“¡Oh!”— respondió él mientras giraba la cabeza —“Bello cumplido para un varón de una damita que aún es una niña... ¿Tan cáustico soy siempre?”

—“Al menos, algunas veces”— sostuvo Luz

—“Debo higienizarme las manos ¿No es cierto? Lo pensaste sin duda ¿Por qué no me lo has dicho? Antes de recostarme debo hacerlo ...pero estoy cansado. Aquí mismo dormiría una siesta larga... Pero vendrá la abuela y me expulsará de su sillón, siempre hay demasiado movimiento cerca suyo, a pesar de sus años”

Luz se puso de pie y lo tomó por los codos para ayudar a levantarlo. Ramiro no oponía resistencia, pero tampoco intentaba erguirse.

—“¡Vamos! ...con un poco de esfuerzo te puedes levantar”— le dijo ella tratando de empujarlo por los hombros —“No es mucho el esfuerzo, lo lograrás, bastará con que te empeñes”

El no intentaba levantarse. Ella se detuvo mirándole el rostro que tenía las facciones subidas de tono, con un tinte rosado. Y le colocó la mano sobre su frente.

—“¡Debes tener fiebre! Con este cambio de temperatura constante y estas heladas tardías de Córdoba a comienzos de primavera, cualquiera se congestiona...”— dijo ella preocupada

—“No tengo nada, pero deja tu mano aquí sobre mi frente”— le respondió Ramiro sujetándola con la suya —“Me alivia. Me serena. Me adormece”

—“¡Déjate de monerías que no es el momento!”— gritóle Luz —“Voy a llamar a Andrea para que te cuide. Aquí no está tu madre y yo no soy enfermera, ni tampoco tu novia. Es ella quien debe brindarte alivio y ocuparse de tu fiebre, te dará mayor alivio que yo”

—“¡No la llames!”— reclamó con orgullo Ramiro —“Hace días que no quiere hablarme”

—“Su razón tiene. Este mediodía preguntaron por tu nombre al teléfono, tres voces femeninas diferentes. Yo no reconocí a ninguna de ellas”— díjole Luz con algo de reproche

—“Si eran diferentes voces, como dices, no es que Andrea me haya llamado tres veces... Está claro... Clarísimo”

Ramiro se levantó con un gran dificultad. Luego apoyó sus manos en la pared ayudado por Luz.

—“¿Hace frío aquí adentro?”— preguntó él

—“No. Tienes escalofríos. Voy a decirle a la cocinera Juana que te lleve un caldo tibio a la cama. La abuela tiene tubos completos de cafiaspirinas. Te bajarán la fiebre”

—“Me voy a acostar, pero a las cinco de la tarde debo abrir el taller”

Salió por el pasillo del extremo hacia su dormitorio, mientras Luz atravesaba el patio en dirección a la cocina. Juana, una anciana vieja como la abuela y como la palmera enana, retiraba en aquel momento su pava hirviendo de la cocina económica, para servir el mate.

A las cinco de la tarde Ramiro estaba con fiebre alta.

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FÁBULA ONCE
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EL GRAN LAGO Y LAS DOS LUNAS
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El atardecer había comenzado. La antigua casona continuaba en el seno de aquella urbe que se modernizaba, mientras Luz ordenaba pasivamente su ropa. Varios juguetes de Marina se hallaban diseminados por el suelo, y ella procuró reunirlos en un solo estante. De improviso sintióse llamada. La voz provenía de la cocina. Atravesó los macetones del patio para encontrarse con Marina acurrucada junto al fogón.

—“¡Fíjese Niña Luz! ...Marina no quiere cruzar sola el patio... es mejor que se la lleve de la mano. Yo estoy muy atareada aquí”— le dijo en un pedido imperioso la vieja Juana

—“Vamos”— y la tomó con suavidad

—“No ... no ... que hay gente, allá bajo la palmera”

—“Ninguna Marinita. Sólo unos paquetes que ha dejado Diego. Ya los vamos a sacar”

Las dos salieron de la cocina. La niñita caminaba con pasos pequeños, parecía adherida a la falda de Luz.

—“¿No hay estrellas?”— preguntó la nena

—“Muchas. Pero la luna llena brilla tanto que no las deja ver”

—“¿Y nadie le apaga la luz?”— levantó su carita mirándola

Y al pasar junto a la palmera continuó su camino olvidándose de ella. Luz le acariciaba sus cabellos rubios con ternura.

—“Hubo un niño que quiso cubrir a la luna llena con un paño de lana, para que no ocultara las estrellas”— comenzó a relatarle

Se interrumpió al llegar adentro. Fue directamente al sillón y la sentó a su lado. La pequeña levantó su carita y aguardó la continuación del relato.

—“El niño había subido por la cuesta más alta del barranco”— continuó Luz

—“¿Junto al Parque, allá donde está el Zoológico?”— volvió a preguntar Marina

—“¿Lo conoces?”

—“Un día me llevó Ramiro, había que subir escaleras por los costados para llegar a la jaula de los tigres ¿Por qué en la sierra no hay esas escaleras largas para subir hasta arriba?”

—“Algún día habrá y no tendremos que escalarlas tomándonos de las piedras”— prometióle Luz

Marina apoyó la cabecita en su brazo. Un silencio expandido por el atardecer, hizo que la imaginación de Luz creara un mundo de fantasía, para que la pequeña oyente.

—“Pero este niño del que te hablo se fue hacia el otro barranco. Del lado opuesto. El que había antes de llegar a la estación de Alta Córdoba, y que ahora está cubierto de casas con calles de pavimento. Pero hace mucho ese barranco se llamaba “La Bajada del Negrito Muerto”. Y el niño subióse allí que era sitio más alto, caminó toda la noche entre las barrancas, se cayó en algunas y volvió a subir”

—“¿Y nadie lo ayudaba a levantarse?”

—“Sí. Otro niño como él, cada vez que caía lo encontraba a su lado”

Marina levantó su cabecita sorprendida. Había perdido la somnolencia que le diera la sopa servida por la vieja cocinera.

—“¿Y quién era ese otro niño?”— preguntó

—“El le preguntó ...Yo... le respondió el otro ...Soy el habitante más antiguo de la barranca y puedo conducirte por todos sus caminos”— siguió contándole Luz

—“¡Qué lindo!”

—“Entonces el primer niño le señaló: ¡Quiero llegar hasta allá!”

—“¿Quería ir más lejos?”— preguntó extrañada Marina

—“Si. Y hacia allí lo condujo, al extremo desde donde podía observar la ciudad entera. Cien luces brillaban abajo suyo y la luna sobre su cabeza”

La pequeña saltaba en el sillón muy eufórica. Luz trató de calmarla subiéndola a su falda. Luego continuó relatándole:

—“¿Querías ocultar toda la luna? ¿Y para qué? Mira cuántas estrellas existen todavía sobre la tierra?”— le dijo el otro niño —“En cada una puedes hallar una casa, un papá, una mamá y muchos niños amigos”

Marina abrió grandes sus ojos mirándola de frente. Estaba fascinada. Luz continuó:

—“Pero” ...volvió a hablar el primer niño... “Llamé a tantas puertas y ninguna me abrió. Les mostraba la mano dándoles el molinito de papel glasé que había construido en mi escuela, mas no lo quisieron.”

—“¡En el Jardín de mi escuela, hicimos un molinito de papel!”— gritó emocionada la nenita

—“Muy bien ...pero sigamos... Entonces el segundo niño quedó en silencio por un espacio largo. Después lo tomó de la mano y mirándolo suavemente le preguntó: ¿Siempre has vivido en esta ciudad?”

—“¡Yo siempre!”— la interrumpió Marina —“Nací acá en el centro de Córdoba, me dijo la abuela”

—“Bueno ...este nenito también, pero el segundo niño continuó diciéndole... Mira, yo vivo en este rincón del mundo desde hace más tiempo. Te mostraré como era antes tu ciudad... Y extendiendo la mano nuestro amigo, el primer niño, pudo ver que sus pies se mojaban con el borde de un lago gigantesco. Entonces el otro niño le dijo: La otra orilla se encuentra allá lejos, donde se levantó después la jaula de los Tigres.”

—“¿Y mi papá era chico entonces? ¿El lo conoció?”— preguntó con asombro la nena

Luz se admiraba al ver de qué forma fácil, la pequeña hacíase protagonista de sus cuentos, entrando dentro de ellos en forma inmediata.

—“No Marina. Hace más tiempo todavía. Cuando la abuela nació ya no quedaba más que La Cañada para reunir el agua de las lluvias. Sólo que en su tiempo eran más fuertes, inundaban las calles y rompían los adoquines”

—“Ella dice que todo el patio se inundaba. Hasta el dormitorio del fondo. Una noche bajó sus pies de la cama y el agua le llegaba a los tobillos”

—“Sí, mi nena. Pero ya se había secado el Gran Lago que cubría el centro de nuestra ciudad. Sin embargo el niño esa noche lo vio, pues el segundo niño se lo mostró en todo su tamaño. Y sobre sus aguas reflejábase la luna llena. Era muy bonito”

—“¡Qué bonito!”

Marina parecía ver el Gran Lago como si estuviese frente a sus ojos. Y esa capacidad de encanto, hizo en Luz brotar su imaginación.

—“¿Lo estás viendo? Hay dos lunas, una en cielo y otra en el lago”

—“Muy lindas, si busco mi salvavidas floto hasta la luna del Lago”

—“Entonces el segundo niño siguió hablándole: ¿Ves allá lejos una luz rosada que brilla? Flota sobre la superficie del lago y puedo dártela si bajamos. Será tu estrella ... “

—“¡Y también la mía, yo la quiero!”— insistió Marina

—“En cambio él le dijo... ¡No! Pues nos ahogaremos en el fondo del lago”

—“¡Qué lástima! Yo la quería...”

—“Así contestó asustado el primer niño”— continuó Luz relatando —“¡No tengas miedo! insistió el segundo niño ...Ya no hay más lago... ¿Ves? Está toda la ciudad de nuevo ante tu vista, iluminando el antiguo foso que dejaron las aguas. ¿Vienes conmigo? Voy a darte mi ofrenda... Y los dos niños bajaron de la mano hasta el límite de la barranca, junto al puente, sobre la greda con casas donde vivían los hombres de aquel barranco llamado Bajada del Negrito Muerto”

—“¡Se fue el Gran Lago con las dos lunas! ... Ya no me gusta tu cuento”— quejóse la pequeña

—“Pero todavía sigue la historia de los dos niños y la estrella prometida”— insistió Luz

—“No. No. No me gusta. Me voy con la abuela a dormir con ella”

Y para sorpresa de Luz, la pequeña bajó del asiento para ir en busca de su abuela. Los pasos de ambas escucháronse en el dormitorio de la anciana.

—“Esta noche”— pensó Luz —“Marina flotará por el Gran Lago para ir al encuentro de sus dos Lunas”

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FÁBULA DOCE
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LAS PERLAS
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Los días transcurrieron en la misma celeridad y serenidad, que otorgaba la antigua casona de la abuela, a sus habitantes juveniles. Con toda su ornamentación llena de recuerdos. Las grandes macetas del patio, donde lucíase la palmera enana como emblema. La inmensa mampara de vidrios coloridos. El comedor de mesa oval con su docena de sillas. La sala carmesí con sus bibelots, cuadros y retratos. Y cada dormitorio con su ropero de lunas espejos, de gran porte.

La abuela esperaba siempre a Luz para la hora del almuerzo, tras su regreso del Colegio Carbó, como un ritual extendido del año escolar. Sus nietos a esa hora meridiana de las 12.30, no se hallaban aún en la casa. La niñita iba a Jardín de Infantes volviendo cerca de las 11 hs y era atendida por Micaela, quien la llevaba y traía del Jardín ocupándose de su almuerzo.

Todo estaba bien previsto y organizado. Pero la presencia de Luz había traído cambios a la vida de la pequeña, con esos cuentos que nadie conocía, ni tan siquiera ella, pues iba creándolos a medida que avanzaba el relato. Pasados unos días, Marina sentóse a su lado al atardecer, a fin de conocer de qué modo seguían las aventuras de los Dos Niños.

Pues la niñita estaba inquieta, como toda pequeña que vive con una abuela entre primos mayores. La falta de sus padres, debido a un doloroso accidente, era algo desconocido aún para ella. Y la familia siempre iba a tratar de mantenerla alejada de aquel dolor. Por ello era una pequeña feliz, alegre, y que encontraba en Luz una especial fascinación. Un encanto a la cual esta joven aumentaba con sus relatos. Marina poseía una memoria llamativa. Después de varias noches, de otra sopa tibia, de otro obscurecer vespertino, cuando su abuela prendió la radio para escuchar su último noticioso, exigió a Luz:

—“¡Mala!... me prometiste seguir el cuento del Gran Lago”

—“Bueno ... Bueno ... Marinita. El cuento del Gran Lago comienza con los Dos Niños que están de pie sobre el barranco, viendo hacia abajo las luces de Córdoba, encendidas en una noche de luna llena. Porque esta ciudad es una hondonada ¿Sabías? Sí, así es. De modo que si desde las barrancas llenas esa hondonada de agua, se convierte otra vez en el Gran Lago que antes existía”

—“¿Cuándo?”

—“Hace mucho ... muchísimo tiempo”

—“Yo nunca los vi”

—“Yo tampoco”

—“¿Cómo sigue? ¿Qué más hicieron esos niños?”— solicitó con mimo la nenita

—“Sí, sigue”— expresó Luz —“Estaban los dos niños en la punta del barranco, mirando hacia abajo la ciudad de Córdoba toda iluminada en una noche de luna llena”

—“¿Y ya no está el Gran Lago?”

—“No. Ya no está”

—“Lástima”

—“Y el segundo niño, quien habíale prometido una estrella, le dijo así al primero: ...¿Vienes conmigo? Voy a darte mi ofrenda ... Y los dos niños bajaron de la mano hasta el límite de la barranca de greda roja, junto al Puente Centenario, que separaba el gredal de las casas de la gente”

—“¿Dónde era? ¿Había árboles?”

—“Algunos ... estaba el Parque de las Heras, igual que ahora”

—“¿Con las hamaquitas celestes y los toboganes? ¿Con las fuentecitas blancas de la entrada? ¿Con esos sapitos de piedra que pisamos al saltar dentro de las fuentes todos los chicos?”

Las preguntas de Marina ponían las cuentos en tiempo real, pues necesitaba entrar en ellos. Luz debía colorear muy bien el ambiente relatado.

—“A lo mejor, pero ellos no iban a jugar. No. Se acercaron a los viejos faroles coloniales llenos de ribetes, y eligieron uno que emitía aquella luz color rosa. El primer niño, nuestro amigo, esperó abajo mientras el otro niño recogía la lámpara que estaba recubierta de una capa de polvo. Luego de bajar la estrelló contra el suelo y su contenido se desparramó alrededor de ellos”

—“¿Y qué tenía, gas o kerosén?”

—“Nada de eso Marina, estaba llena de unas perlas rojizas y brillantes.”

—“¡Huy!”

La expresión de la nenita iba acompañada de gestos muy expresivos. Colocó sus manos sobre las mejillas y púsose a saltar en el sillón, pero sin pisarlo con los pies. Luz le acarició el rubio cabello tratando de calmarla. Marina era toda emoción ante lo fantástico, más aún, cuando penetraba dentro de los cuentos.

—“El primer niño las tomó para guardarlas en sus bolsillos y una substancia pegajosa se adhirió a sus manos”— prosiguió Luz —“¿Qué tienen? ... le preguntó al otro niño, el cual le contestó: ...Están llenas de un líquido precioso. Es miel de camoatí. La miel rosada de los montes. Tienen estas perlas un orificio en un extremo, por donde podrás beberla. Y además de su dulzura poseen un soplo mío en su superficie”

—“¿Un soplo? Yo soplé seis velitas en mi cumpleaños”— interrumpió la nena

—“Sí, algo parecido Marina, pero sigo el cuento. Entonces... dijo el primer niño ...si tengo los bolsillos llenos de perlas y me son demasiadas, voy a compartirlas con los demás habitantes de la ciudad, para que tu soplo se irradie a todos los hogares. A todas aquellas luces que dibujan la noche sobre la tierra, como un segundo firmamento.”

Las frases e ideas de Luz en su entusiasmo por crear imágenes, habíanse vuelto complejas para Marina. Pero la pequeña encontrábalas hermosas y se puso a aplaudir. No sabía aún lo que era un firmamento, ni un soplo, ni una irradiación, pero sentíase feliz oyéndola.

—“Y así diciendo fue a tocar las puertas de todas las casas. En algunas llamó una vez y bastó para que le abrieran. En otras tuvo que imponerse a golpes fuertes, y en las últimas nadie respondió. Una multitud comenzó a rodearlo... ¿Ven estas perlas? ...les dijo él... Es miel rosada y contienen el soplo del niño más antiguo de estos parajes. El vivía ya cuando nuestra Córdoba era sólo un futuro, y su base el lecho de un milenario lago. Nosotros aún no estábamos ¡Pero recojan cada uno su perla y será feliz! Y la luz de la luna no opacará las estrellas, en medio de la noche, porque tendremos nuestra luz propia”

Luz en su entusiasmo por el relato no advirtió la presencia de Martín, quien se escurrió detrás de ella sentándose cerca suyo. Con sus pliegos de planos como estudiante de ingeniería, quien la oía muy interesado. Ella continuaba:

—“¡Bebamos un sorbo de esta miel! Alcanza para todos. Podremos caminar entre la multitud de seres en una urbe sin desconcertarnos. Podremos subsistir sin emprender la huida hacia la sierra, en busca de aire puro. La multitud lo miraba asombrada ...No vemos las perlas... le dijeron ¿Has visto a un niño? ¿Cómo era? ¿Conoce toda la historia de estos rincones y habitaba junto al Gran Lago? Entonces has conversado con un Angel y estás iluminado”

—“¿Un Angel?”— expresó con sorpresa Marina despertando del entresueño —“¡Quiero ver al Angel! ¿Yo no puedo verlo?”

—“Tampoco yo, nenita. Lo vio el primer niño. Todos se acercaron a él y se arrodillaron frente suyo, tocando la frente con el suelo. Luego le colocaron una corona con flores de aromo. Algunos albañiles comenzaron a levantar una pared y en poco tiempo lo rodeó la construcción de un templo. El niño volvió a llamarlos con los ojos cubiertos de lágrimas... ¡No! No me encierren, soy un niño y quiero jugar. Les ofrezco este precioso dulce. Todos sorberemos un poquito ¿No quieren? Yo necesito jugar mucho tiempo todavía”

La pequeña Marina ya no podía penetrar en aquel cuento de ensueño, y buscó el propio sueño donde finalmente fue cayendo. Atrás de ellas, Martín seguía muy interesado el relato. La nena mimosa estaba en la falda de Luz. En el asiento vacío se acomodó el muchacho, quien le dijo:

—“Sigue, quiero oír la continuación, me ha gustado mucho”

—“¡Me has sorprendido, Martín!”— dijo sobresaltada Luz, y algo enojada, pero decidió continuar

—“Alrededor del niño las paredes se elevaban muy altas y ya habían comenzado a poner las vigas para el techo, cuando de improviso descendió desde arriba el otro niño. Los dos se abrazaron y comenzaron a elevarse, huyendo de la multitud. De sus bolsillos cayeron todas las perlas menos una. “Guárdatela” ...le dijo el Angel... Es tuya. Las otras quedarán diseminadas por las calles de nuestra ciudad, y el que desee y busque, podrá sorber la suya”

—“¿Nada más? ¿No tiene un cierre? En un cuento el final es siempre muy aguardado”— le observó Martín

Luz salió de su temor y decidió continuar. Ella era espontánea creando ideas, pero ahora debía pensar ese final, que el muchacho le requería. Y así siguió:

—“Me equivoqué ...murmuró el primer niño... ¡Tenía tantas! pero no las veían ¿Por qué venían hacia mí los enfermos y los tristes? Querían que los tocara con mi mano. Yo sólo podía extenderles a cada uno su perla rosa, llena con la miel de camoatí de los montes. Ahora atravesarán las sierras para cazar un enjambre silvestre, llenándose de picazones ¡Y había aquí para todos! No ... No quiero que me encierren otra vez. Quiero ir a jugar. Las perlas rosas estarán desparramadas durante el día y la noche ...¡Me voy solo con la mía!... Y dándose ambos un beso muy dulce, los dos niños se despidieron”

Martín juntó sus dos manos aplaudiendo. El rostro de Luz tenía un tinte rosado.

—“Luz”— dijo Marina con los ojos semicerrados por el sueño —“quiero una cucharadita de miel”

—“Bueno, nenita mía. Junto con una tajada de pan. Te la voy a llevar a la cama”— le contestó ella

—“¿Y el cuento de la arañita? Me prometiste...”

—“Sí, Marina, cuando estés acostadas”

—“No conocía tus encantos Luz, me has sorprendido, tienes mucho talento”— finalizó diciéndole Martín

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Alejandra Correas Vázquez

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Fecha de inscripción : 01/02/2012

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