CÓRDOBA LA DOCTA
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.

NUESTRAS COSTAS MARINAS (CÓRDOBA COLONIAL)

Ir abajo

NUESTRAS COSTAS MARINAS (CÓRDOBA COLONIAL) Empty NUESTRAS COSTAS MARINAS (CÓRDOBA COLONIAL)

Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Miér Oct 07, 2015 5:16 pm

NUESTRAS   COSTAS   MARINAS (CÓRDOBA COLONIAL)
......................................................
por Alejandra Correas Vázquez

(Acuarela   Doce)



Sobre el tupido paisaje del verano, donde la sierra se esconde negándose a prodigarnos la contemplación de las distancias, algunas notas naranjas, casi fosforescentes, descubren lentamente la cercanía otoñal. La campiña serrana cordobesa penetra con ellas en su período de gloria.

Córdoba vive su zénit con el Otoño, entre abril y mayo. El aire se purifica, el paisaje se embellece, las distancias infinitas y semisombreadas, se alargan en hojarascas doradas y pastos aún verdes. Los árboles conservan aún la mitad de su follaje, y no lo perderán por completo hasta llegar las heladas invernales, algunas de las cuales se prolongan en primavera.

Nuestra serranía otoñal es una de las pocas que se ofrece al hombre en igual belleza, en igual mansedumbre, en una atmósfera que tiene aliento a placidez interior, porque en pocos lugares como aquí… el Otoño es la estación más bella.
Demasiado escarchado el invierno, demasiada ventosa la primavera con tornados terrosos, demasiado caluroso y hasta húmedo el verano. Tierra de vergeles, arenales, sierras y praderas, o pampas húmedas, Córdoba tiene su belleza aromática de clima templado, casi siempre seco, en los distintos períodos. Pero el único perfecto es el … Otoño.
El Otoño de aquel año nos trajo un mediodía radiante y terso, luminoso y sombreado con brisa de celeste cielo, la visita nueva e inesperada para nosotros: del tío Silvano. Bronceado, erguido, con aroma a sal y salmones. Con él entraron de improviso a nuestra casa

“Nuestras costas marinas” …

¡Tan distantes de la sierra natal donde él mismo naciera! Nosotros aún no lo conocíamos, pues había tardado en regresar varios años. Pero a partir de allí y en lo sucesivo, íbamos a esperarlo con impaciencia, año a año.

Los tres niños (Cirilo, Ambrosio y Magdalena) jugábamos en la galería donde habíamos extendido los hallazgos montaraces de nuestras correrías por la campiña, y el suelo enladrillado estaba cubierto por los caracoles de la sierra. Silvano se acercó en aquel momento, abrió un bolsón de cuero y derramando su contenido junto a nosotros, el Reino Caracol se convirtió de pronto en una entidad gigante que espantó nuestras conciencias.

Nuestras naricillas viéronse impregnadas de una esencia desconocida y picante. Sus formas exóticas, inmensas y multicolores, llegaron a causarnos temor, y no quisimos en un primer momento tomar con las manos aquellos prodigios del Océano Pacífico.

Nuestras costas de mar que bordean al Virreinato del Perú (dentro del cual los tres habíamos nacido), extendíanse hacia el oeste como persiguiendo al sol, como queriendo detenerlo, y nos llevaban de camino atravesando los Andes de blancos eternos, hasta encontrarlas. Estas costas se hallan muy distantes de nuestra sierra y nosotros no las conocíamos. Hacia el rumbo de Charcas siguiendo camino al poniente y atravesando el cordón cordillerano, se encuentran las “costas pacíficas” que bañan nuestro espléndido puerto altoperuano de Arica, donde el tío Silvano fijara su residencia.

Más allá del océano está Manila con el pendón de Castilla, y el rumor de navegantes se conservaba vivo dentro de aquellos inmensos caracoles, que agigantaron su dimensión de misterio, cuando colocamos en ellos nuestro oído.

Sobre el suelo rojo enladrillado de la galería, donde jugábamos, nuestros caracoles serranos emprendieron la fuga, en dirección al espacio natural del cual los habíamos arrebatado. Nuestra atención, ahora lejos de ellos, estaba capturada por la presencia salina, casi árida, bronceada,

…de Silvano...

Yo nunca conocería Arica, pero con él, en imaginación, la recorrí múltiples veces. Y era tan grande el misterio de los velámenes gigantes trayendo hasta nuestro Virreinato las sedas orientales, que terribles pesadillas me asolaban de noche. Me veía arrasada en las tempestades del Océano Pacífico y prisionera dentro de caracoles gigantes, más altos que nuestra casa. Silvano emitía incluso por su piel, un aroma diferente que por momentos me atraía o me rechazaba.

Era increíble para nosotros el color de su rostro, de un rojo ambarino. Pero sus manos manteníanse blancas, pulidas, enguantadas y lucía siempre un ropaje soberbio.
Sus relatos tenían la fantasía creada en conjunto, entre el relator y el niño. Cada cuento se transformaba al día siguiente —a medida que él mismo iba descubriendo sus imágenes— en una aventura nueva no contada. Nunca Silvano viajó a Filipinas, pero a través suyo la recorrimos, noche a noche, muchas veces.

Imaginábamos entonces, que los opulentos regalos que él traía para todos nosotros, provenían de sus riquezas repartidas por los mares orientales. Sin advertir hasta mayores que aquella opulencia magnífica que llenaba sus arcones, decorativa y exótica, provenía en verdad de su fortuna en cueros cordobeses, que él embarcaba en Arica.

Su vigor radiante fue parte indudable de su fortuna. Y el esplendor de ella estuvo radicada, más en su personalidad, en su luminosidad, que en el ruido metálico de su dinero.

Cada moneda de plata potosina relucía en Silvano por varias, más de una vez sin gastarlas. Solamente con su conversación en la mesa, con su incansable sed de caminatas y cabalgatas, y con su intensidad de sentimientos, lograba ese efecto. Su llegada daba vueltas el ritmo familiar por entero y ponía en evidencia ese estilo dinámico y mundano, propio de la gente de Arica, como un sello que siempre los demarcaba.

Si el contraste con nuestro padre se hacía evidente, no fue menos llamativo la estima y la coordinación societaria que ambos se profesaron. Cuando ya nos había agotado un poco a todos, emprendía el regreso. Y la larga travesía hasta el mar del Alto Perú era para él, nada más que una expansión de su energía sobrante. Nuestras Costas Marinas lo recibían en su retorno y la sierra otoñal lo añoraría hasta su próximo reencuentro.

---------------oooooooooo---------------------

Alejandra Correas Vázquez

Mensajes : 181
Fecha de inscripción : 01/02/2012

Volver arriba Ir abajo

Volver arriba

- Temas similares

 
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.