CÓRDOBA LA DOCTA
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EL PROFETA

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Vie Ago 26, 2016 9:24 am

EL PROFETA
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Por Alejandra Correas Vázquez


El profesor miró a su alumno. De abajo para arriba en lugar de arriba para abajo. Estudiaba con su mirada la morfología de cada cuerpo. De cada persona que dialogaba con él. O que lo escuchaba silente.

El profesor, dr Pedro Ara, erguía su pose altiva, pero su ayudante alumno —Oscar Correas— era mucho más alto que él. Ara era un médico español, discípulo del laureado Ramón y Cajal, contratado por su especialidad de Anatomía en Universidad de Córdoba (Argentina) allá por la década del 30.

—¡Yo quiero llegar a esto!— le dijo un día al muchacho cordobés, mientras sostenía con su mano una cabecilla cetrina

Semejante en forma y tamaño a las cabezas de títeres hechas de porongo y papel maché, aquella cabecilla parecía escapada de un teatro en miniatura. El profesor la acercó a su alumno de cabecera, para que la observara con mayor atención.

El joven la miró con sorpresa por los detalles minúsculos que observaba en ella, no comunes en las marionetas de los niños, tanto como por esa frase que expresara el maestro.

—¿Qué es exactamente?- le preguntó el joven

—Una cabeza humana.....Real.....y achicada como se puede ver, por los Jíbaros en la espesura de la selvas amazónicas.

—¿Es posible? ...¿de los indios amazónicos?...

—De allí proviene.

—¿Momia en miniatura?— dijo casi para sí mismo el alumno Correas, más que sorprendido

—De eso se trata.

El maestro continuó contemplándola, con fijeza y maravillado. El Dr. Ara colocaba en aquella cabecilla especial “ojo clínico”, con sumo asombro.

Su especialidad sobre tejidos humanos, su cátedra de Anatomía en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Córdoba, dependiente de la Universidad, lo habían convertido casi en una leyenda. Su capacidad didáctica, y el respeto casi sagrado de sus alumnos hacia él.
Además, se destacaba por su magnetismo sobre las mujeres… ¡Con sus amores cordobeses algo complicados!... Su gentileza social, sus trabajos de momificación, su empeño en la creación del Museo de Anatomía que iba a ser su legado a Córdoba ...hacíalo célebre y celebrado en esta ciudad mediterránea, tan cerrada por aquel tiempo, pero que se manifestaba totalmente abierta para él.

—¡Yo quiero llegar a esto!— volvió a insistir con obsesión, ante el asombro de su joven alumno

Como si debajo de su piel se encontrase vivo y escondido, a través del tiempo superando los siglos, un sacerdote embalsamador egipcio (o quichua) admiraba aquel trabajo preciosista amazónico. Era él, sin duda, un ferviente y contemplativo espectador del arte. Pero del arte del dios Junum, a quien los antiguos egipcios veneraron siempre llamándole el “mejor alfarero”. El mejor ceramista. El mejor escultor. El que modelaba con arcilla el cuerpo de cada hombre.

O sea el cuerpo humano. Esa obra de arte máxima en este planeta Tierra, que intentaron preservar e inmortalizar dentro de la medida de lo posible, haciéndola pervivir para los milenios, superando su tiempo vital, aquellos anatomistas del pasado. Los embalsamadores egipcios. En aquel tiempo eran sacerdotes. Hoy son médicos. Porque como sabemos existe el :

“Sacerdocio de la Medicina”.

Aquellos anatomistas del pasado, que poseían el mismo talento y los mismos dotes del Dr. Ara, nos han permitido conocer casi en vivo, cómo eran aquellos hombres de la antigüedad. Sabemos por medio de ellos que Ramsés II era rubio tirando a pelirrojo. Lo hubiéramos ignorado por las pinturas y esculturas, pero aún admiramos su bella y blonda cabellera con su perfil aquilino y elegante. Sus manos esbeltas, finas, su boca de labios precisos y recortados que parecen hablar. Fue sin duda alguna el más buen mozo de los Faraones.

Ese arte misterioso logró salvar de su extinción completa (del polvo al polvo) al exquisito arte plástico del dios Junum, el Gran Alfarero. El escultor del hombre. El que nos dio la vestidura mediante la cual nos movemos por el mundo.

Nos cuenta el Inca Garcilaso, que al entrar los conquistadores españoles en el palacio del Cuzco, los Doce Incas estaban aguardándolos erectos en sus asientos de oro, donde habían reinado antes que cualquiera de esos aventureros enviados al Perú, por Carlos V, nacieran. Los Doce Incas fueron confundidos con un Senado en sesión, y los invasores se acercaron a ellos de puntillas. Temerosos. Impactados por su arrogancia. Para terminar aceptando —incrédulos de lo que veían— que eran momias reales, intactas. La magia artística de un arte milenario, dominado a la perfección por los anatomistas del incario.

No los respetaron por supuesto, del mismo modo que profanaron todo el conjunto de esa cultura gigantesca. Hoy no podemos contemplarlos, lamentablemente. Pero a través de los cronistas y de muchos otros testigos del momento, esa maravilla que intentó ser conservada para la posteridad, habla para nosotros. Por ese intermedio sabemos que varios de ellos tenían cabellos como el oro y ojos claros (¿presencia vikinga acaso?).

Lo que también se comprueba en las momias andinas estudiadas por los franceses en la primera mitad del siglo XX, en Mendoza, hecho que tuvo una gran repercusión. Las cuales muestras ojos celestes con cabellos rubios. Y cuyo mejor analista es el investigador Jacques Mahieu, quien llegó expresamente a Argentina desde Francia para estudiar el tema, y luego se radicó, publicando numerosos libros.

Por ello mismo, aunque recién se lo comienza a aceptar, sabemos ahora que quienes lucimos la piel muy blanca, los ojos azules y el cabello rubio, llegados a América luego del 12 de octubre de 1492, no somos los primeros de esta especie racial en arribar al continente americano. Los Huarpes andinos tienen los ojos color cielo turquesa y nos han precedido en siglos, milenios quizás. O siempre han estado aquí. Así lo decidió el dios Junum. El artista máximo, que admiran algunos anatomistas destacados como el Dr. Ara.

—Observe bien esa hermosa cabeza—le dijo otro día el Dr. Ara a su ayudante alumno, el joven Oscar Correas.

Un anciano vagabundo, indocumentado, solo y sin familia, de esos que pululan por años en las ciudades y cuya procedencia todo el mundo desconoce, fue recogido de la calle por la policía en aquella mañana helada y derivado al Hospital de Clínicas.

Intentóse en vano hacerlo sobrevivir. Pero no pudo reponerse del congelamiento, y aún lucía un rostro hermoso. Blanco y barbado, con una barba blanquísima como la de un profeta bíblico.

Nuevamente, una obra maestra del dios Junum, el alfarero máximo, el escultor del hombre, quien evidentemente modeló esta vez con el caolín más puro. Dióle el profesor orden a su ayudante de recubrir la cabeza con un baño de parafina. Y comenzóse el proceso. “El Profeta”, como todos lo conocemos, entraba de esta manera en la historia y la ciudadanía cordobesa. Comenzaba a vivir recién ahora.

El Profeta ha sabido ocupar lugares de privilegio que nunca le tocaron en vida. Recorriendo caminos. Admirado en décadas. Integrando las giras del “Museo de Anatomía” de la Universidad de Córdoba. Figurado en tratados y enciclopedias especialistas. Lo hemos visto por ejemplo, en el salón grande del Jockey Club entre damas y caballeros trajeados con sus mejores galas, que se admiran de su belleza. El Profeta es parte de Córdoba desde hace más de medio siglo y su vida centenaria al momento de partir, contiene la magia del Dr. Ara fundiéndose el recuerdo de ambos en uno solo.

El Profeta se incorporaría como celebridad, con una realidad presente en esta ciudad universitaria, que nunca el incógnito vagabundo pudo imaginar. Su piel muy blanca y rosada. Su barba larga y blanquísima. Sus rasgos de perfección clásica, quebraron la presión del tiempo.

El Dr. Ara iba a obtener en el futuro, después de la década del 30, una fama internacional. Personalidades de la política, Jefes de Estado, cobrarían esa vida nueva que su arte (retomando la ciencia anatomista de aquellos sacerdotes del Antiguo Incaísmo o Antiguo Egipto) supo proporcionar.

No se mencionan de él, trabajos con la técnica de los Jíbaros de Amazonia, que tanto lo fascinaban. Pues las cabecillas mudas, guardaron su secreto, además de pertenecer a un folklore muy distinto en medio de la enmarañada selva sudamericana. Es el dominio del vencido junto a ritos de antropofagia.

La repercusión internacional del Dr. Pedro Ara fue conocida en la prensa del primer mundo. Pero los avatares de las pasiones políticas quitaron, en ciertos casos, del escenario posterior —de la vista nuestra quienes admiran el arte del Gran Alfarero— algunos excelentes trabajos del célebre catedrático.

El Profeta, por contraparte, porque no era nadie —y ha sido “alguien” a partir del Profesor Ara— ha permanecido. Está con nosotros e inmortaliza al Dr. Ara que lo inmortalizó.


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Alejandra Correas Vázquez

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