CÓRDOBA LA DOCTA
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EL DIAMANTE- NOVELA (cuarta entrega)

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Miér Sep 09, 2020 7:09 pm

EL DIAMANTE
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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5) FANTASMAS   DEL   PASADO
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            Durante la noche que siguió finalmente en calma, cuando los transeúntes buscaron el reposo vaciando el microcentro, Rolando fue deambulando por las calles. Parecíale que un sinfín de rostros lo llamaran desde los faroles de cada vehículo. El los enfrentaba, pero la llamarada artificial heríale los ojos con violencia.

—“¿Todavía me temes?”— le decía una de aquellas luces, sus facciones le eran demasiado conocidas

—“Nunca”— respondió él

—“¿Estás convencido de ello?”— la luz semejaba a una mujer de edad madura

—“No madre, ya no te temo”

—“¿Estás seguro?”

—“Sí, seguro. Cuando te observé con detenimiento tu imagen era sumamente opaca. El mundo… una máscara de burla.”

—“¿Y por qué te alejaste entonces? …Yo aún vivía”

             La mujer se dibujó con nitidez delante suyo, materializándose desde el farol de un automóvil allí estacionado. Estaban juntos ambos nuevamente, madre e hijo, continuando un diálogo inconcluso en el tiempo.

—“Fue una tarde, cuando cayeron sobre mi cabeza todos aquellos retratos de la sala.”

—“Tú los bajaste hijo mío, dejando las paredes vacías.”

—“Sentí que así me lo pedían, para dialogar conmigo.”

—“¿Por cuál motivo?”— preguntó ella curiosa

—“Te lo diré, ya que nunca lo supiste.”

—“Sí, es importante para mí saberlo.”

—“Desde el primero de esos retratos me habló un anciano, diciéndome: ¡Mírame al rostro!... Mi frente caminó erguida por las veredas de Córdoba."

—“No puedes negarlo, nadie te ha mentido hijo mío.”

—“El siguiente retrato también tenía algo que decirme: Durante mis años de plenitud conocí mucho del mundo. Los países vecinos, junto a los continentes alejados por el mar"

—“La verdad se mantiene, Rolo”— confirmóle la madre

—“Y continuaron desfilando en una procesión múltiple, aquellos personajes que se evadían de los marcos, luciendo su elegante prestancia a la vez triste y solemne”

La figura de la madre estaba apoyada sobre un vehículo. La vieja calle era un pasaje donde aún quedaban adoquines coloniales. Más allá de ese espacio vacío y enfarolado, los semáforos encendían sus ojos centelleantes. Ellos marcaban la ruta rápida de salida, a los automóviles rezagados, quienes partían hacia sus domicilios distantes en la periferia citadina.

             La helada nocturna extendíase por esas angostas veredas invernales, con sabor arcaico y recuerdo de farolas, donde el tiempo antiguo quería detenerse. Olvidar todos los desencuentros del presente. Pero el viento gélido continuó su marcha implacable, limpiando los gases lacrimógenos, estancos y constantes, en esta Córdoba conflictuada.

La figura materna erguida cual fuera en su pasado, no había perdido en cuerpo fantasmal, ni su aplomo ni su hermosura. Pero conservaba asimismo, en esta visita nocturna, la aguda melancolía que aún confundía los sentimientos del hijo. Ahora muy distante de ella, aunque conversasen a través de un farol humanizado.

Numerosos vidrios de colores diseminados por el suelo, pertenecientes a los comercios destruidos, tomaron vida elevándose como mariposas de la obscuridad para formar una ronda alrededor de su cintura.

La madre y el hijo mirábanse de frente, como en otro tiempo pudieron haberlo hecho, sin lograrlo. Ambos anhelaban detenerse en ese punto fijo, entre farolas, donde al fin habíanse reencontrado.

Los surcos de las aceras demolidas o abiertas, por la violencia callejera, ofrecíanles a la vista el seno virgen de la tierra. Algunos cardos aislados, asomando por ella, exhibían orgullosos su resistencia ante las heladas. Aquella medianoche penetraba llevando en la mano una aguja ...

Rolo y su madre continuaban rememorando imágenes:

—“Te contaron ellos sus vidas y sucesos ¿Hay algo más?”

—“Sí, mucho más. Yo les contesté: ...¿Puedo hacer algo por ustedes? La jornada terminó y merecerían un descanso. Me parece verlos continuamente entre dos espacios y aprisionados en ellos"— dijo mirando de frente al fantasma de su madre

—“Siempre te reconocí gentileza”— admitióle ella

—“Yo continué: ...Quisiera devolverlos hacia el camino, como en las dos direcciones que se bifurcan desde un puente”— y Rolando quedóse callado, meditando

—“¿Y ellos, pudieron responderte?”— preguntó ella curiosa

—“Sólo más tarde, cuando dormía.”

—“Un momento simbólico y especial”

—“Se acercaron a mí lentamente. El más antiguo se arrimó con suavidad: ...Descansa... me dijo con una gran serenidad ...No te preocupes por nosotros. En el marco representamos una insignia de orgullo familiar. Pero en nuestro destino real, ya nos hemos alejado ha mucho del puente. Hemos seguido la dirección contraria a la luna del espejo. Pero en nuestra situación es la realidad. ¿Por qué te perturbamos?"

—“¿Y qué le contestaste ?”— preguntóle inquieta la imagen

—“Yo le contesté: ¡Sueño! …¡Vivo con ustedes!... Y se han transformado en la existencia perpetua de nuestra casa. Por ello me perturban”

—“Dura respuesta”— insistió el fantasma materno

—“Pero el anciano insistió: ¿Te lo has preguntado sinceramente? Las generaciones transformaron el lugar geográfico que fue nuestra cuna. Una realidad distinta te espera …¡Corre con ella!”

             Medianoche. Invierno, helado, espeso.

Y allí... un caminante. ¿Desde cuándo? Desde el principio como todos los caminantes. Como él, como ellos, como todos los jóvenes de esa década con desencuentros generacionales. En ese abismo de intolerancias mutuas, donde nadie podía juzgar imparcialmente, por ser todos arte y parte.

Allí, desde el primer llanto, desde que aspiró la primera gota de vida... En esa medianoche, estaba un caminante.

—“¿Y qué hiciste entonces? ¿Fue el día de tu alejamiento? Yo aún vivía”— insistió ella con curiosidad

—“No. Pasó más tiempo. Yo comencé entonces a partir de aquella visita nocturna, a descender por la ladera sinuosa de una roca de basalto. Suelo resbaloso. A la mañana siguiente me hablaron nuevamente los personajes incrustados en los marcos. Articulaban sus frases sujetos a un hilo de plata. Seguí su dirección y encontré su origen en tu frente. La raíz tenía cimientos hondos que se insertaban en los extremos de tus cabellos, penetrando toda tu piel ¡Era el seno! ¡No había otro! Aquellos muñecos se gestaron dentro tuyo y acorralaban la existencia de nuestra casa”— afirmóle Rolando

—“Ellos eran el fuerte de mi vida. Mi pilar de fundamento ¿Fue un delito ofrecértelo?— le sugirió la madre

              ¡Generaciones opuestas! Distintas y hasta distantes. Dolorosas e incompatibles. Pero vividas con fuego, que  mostraban los estigmas abiertos y sellados en el corazón.

Luego  de la noche volverá la mañana, pero ni ella ni él, regresarán ya por el mismo camino... Rolando enfrentó entonces de nuevo a la imagen del farol:

—"¿Tengo padre? ...te pregunté otro día ...Es éste... me respondiste sorprendida.”

—“Era una pregunta incomprensible, Rolo.”

            El quedó en silencio, pensativo. Observó a la imagen materna del farol, erguida a su frente. Las calles penumbrosas y coloniales del microcentro cordobés, abrían ahora una posibilidad para el diálogo entre madre e hijo, que en otro tiempo estuvo vedado desde adentro de ellos mismos, debido a inhibiciones internas, ausentes ya.

Pero ambos sabían que este reencuentro también concluiría, apenas Rolo se apartase del lugar.

—“Sí. Sin duda. Mi padre, era ese hombre que vivía con nosotros. Un perfil al que nunca llegué a percibir claramente, pues los perfiles de los marcos presidían nuestra casa. Aquel hombre había sido hasta entonces sólo un dibujo. Una estampa que caminaba. Pero en ese día lo descubrí …¡Vivía!... Era humano y de fibras reales como nosotros ¡Qué extraño!”— sentenció el hijo

—“Era humano y de fibras. Absorto en su profesión y en su lucha política. En sus ministerios y su actividad pública… ¡Pero siempre ausente de nosotros!”— respondióle con vehemencia el fantasma materno

—“Un hombre brillante, destacado por su actividad ciudadana. Una figura presente y viva. Sin marco. Debió ser entonces el fuerte de mi vida ¿Por qué no fue? Te lo diré: Porque lo ocultabas ante mí, dejándome aislado de sus valores, e impidiéndome su cercanía. Y yo lo necesitaba, como forma de lograr la energía necesaria a fin de poder entrar en el mundo exterior de su mano. Tal como correspondía ¿Y qué pasó? Me separaste de él, desde el principio …¡Y para que yo sólo admirase retratos!... ¿Porqué?”

             El silencio pareció envolverlos dentro de ese pasaje antiguo, con farolas y adoquines. Un poco más allá, el Cabildo colonial ofrecía su densa soledad nocturna, donde algunos tardíos transeúntes apuraban el paso bajo su ancha recova. La mirada de Rolando dirigióse allí donde algunas coquetas jovencitas pasando por ella, lucían sus minifaldas en medio de la noche escarchada.

—“Hablaba poco con nosotros. Tenía nuestro respeto ¿Podíamos darle algo más?”

—“…Casi un desconocido...”

—“No tuvo desgaste contigo en la convivencia”

-—“No lo acompañabas. Te apartaste de toda su actividad pública y me alejaste también a mí. ¡Pero yo era un hijo varón! Su heredero natural. El hijo que después sería entregado al mundo, desarmado y solo, sin experiencia y sin la dirección paterna, tan necesaria”

—“Creía protegerte, hijo. El era un político en lucha y su vida un riesgo continuo, del que quise preservarte.”

—“¿Acaso te lo pedí? ¿Por qué te casaste con él... ya que no ibas a aceptar su elección de vida? ¿Lo amaste alguna vez”— reprochóle Rolando

—“¿Has pensado hijo, si mi generación tuvo derecho a elegir? Vivíamos en otro tiempo.”— sugirió la madre

—“No amabas su entorno, luego no podías amarlo a él. Un hombre es como dijo don Ortega: El y su Circunstancia”

—“No escuchas mi descargo, Rolo ¿Has pensado si mi generación pudo elegir el amor?... libre de otros valores”

—“No. Sin duda. Ustedes no pudieron…Ya ves, madre que esta vez te he escuchado ¿Te extraña? Desde que crecí volviéndome un joven libre y ansioso de caminar por el mundo, nunca más lo hice hasta ahora. Me había sobrecargado de ti.”

—“O sea, que ahora me permites un retorno...”

—“En cierta manera, sí, dentro de lo imposible. Pues estamos ambos en dos mundos separados, paralelos pero lejanos. Por ello me atrevo a decirte: Aprendí a confiar en mí, buscando mi propia experiencia.”

—“O buscando el amor, que me exiges”— expresó ella

—“Pero no te aflijas, madre mía! Tampoco era ése el camino. Yo busqué el amor y llegué a la frustración. No era el amor lo que debía buscarse: sino el Diamante”

—“Al menos... desde el otro lado del espejo, tengo ahora ese consuelo”— díjole ella

            Ambos callaron por algunos momentos, como si una emoción perdida los acercase. La realidad pareciera hallarse muy distante de ellos, pero haciéndolos más próximo en este momento al reencuentro —ya imposible— separados como estaban en dos planos sin retorno. Madre e hijo fijaban sus posiciones igual que antaño, pero ahora al menos dialogaban, aunque fuera desde planos distintos.

—“Y aquellas otras mujeres, con su presencia constante a tu derredor ¿Por qué rondaban nuestro círculo?”— díjole de pronto él

—“Mis hermanas y amigas, me acompañaban.”

—“Ellas estaban permanentemente a nuestro alrededor, casi a diario. Nunca podíamos los dos hablar como esta noche. Vivíamos juntos e incomunicados. Les pertenecías a ellas, o a los retratos. Y no te aventurabas a responder una consulta mía, sin agregar la intervención de esas mujeres.”— le reprochó

             El farol humanizado quiso hacer un movimiento rápido acercándose a Rolando, quizás para llenar esos espacios ocupados por numerosas mujeres y retratos, que antaño la rodeaban separándola de su hijo. Pero carecía de materia y no logró caminar fuera del farol.

—“Pudo ser un núcleo— sostuvo el muchacho —Pero girábamos siempre alrededor de esos marcos colgados de las paredes, donde la mención continua de sus vidas parecíanos la única realidad. Nosotros, en cambio ...las sombras.”

—“Una dura observación, hijo mío”

—“Pero exacta. Luego... la presencia constante de esas mujeres injertadas en nuestra casa a tu alrededor, nos separaban. Ahora ellas no están acá, por ello dialogamos”
     
              Las últimas frases se hundieron en el ensueño fantasmal. El farol humanizado se movía dando una luz intermitente, como imantado por el viento, como la paja de los techos en los ranchos serranos. Veía su deambular y conocía su historia. De su imagen irradiante continuó emergiendo la voz, sólo audible para Rolando...

Ciertos transeúntes lo miraban de soslayo, sorprendidos, creyendo que hablaba solo. La calle penumbrosa habíase transformado en el escenario adecuado para una posibilidad de diálogo, que fuera anteriormente imposible.

—“¿Lo ves así?... tan drástico siempre... Rolo.”

—“Así lo veo. Nuestro devenir era sólo una cáscara— insistiría el muchacho —Cada minuto relatado de aquellas personas que sólo figuraban en el grabado, había constituido la sensación vida ¡Pero aquel día! … Aquél, que continuó a la visita nocturna de los ancianos escapados de sus marcos, cuando vinieron a hablarme, cayóse para mí la máscara de todos ellos. Y me arrimé a mi padre real. El de fibra viva. Sin amor profundo, es cierto, pero contemplándolo deseoso de hallar una palabra acertada, para comunicarme con él.”— y Rolando miró con fijeza a la figura esbozada en la calle

—“¿Y qué le dijiste?”

—“No era fácil, pero me expresé así : ...Padre... Querría que me perdonaras. Hemos habitado juntos durante veinte años esta misma casa, sin embargo sentí siempre la paternidad adherida a las paredes, a esos retratos …¡Ni yo siquiera existía!... Pues, incluso, aquel niño rubio, ojos claros, distinto a mí que soy morocho ...el hermanito que nos dejó en los primeros años... era más real que yo.”

—“¿Lo asumiste así, Rolo?”

—“Sí. Con exactitud, por medio de tu constancia en evocarlo. Recordaba sus juegos o el color de sus cabellos, más que los míos propios. Acariciaba sus rulos de oro guardados por ti dentro de un cofre pequeño de porcelana en la sala. Cuando todo ello en verdad provenía de tu evocación, no de mi memoria, puesto que cuando él partió yo aún no había nacido”

—“¡Me sorprendes hijo! ... ¿Qué más hablaste con tu padre?”

—“Continué diciéndole: ¡Hoy! …Sí… ¡Hoy de pronto me nace una verdad! He descubierto tu realidad y la mía. De improviso me han llegado mis propios recuerdos ¡Los voy extrayendo desde una nebulosa y me encuentro a tu lado!”

—“Fue un reencuentro emotivo entre padre e hijo— dijo el fantasma femenil— Sucede siempre al llegar a la juventud. Recién entonces los hombres se sienten padres.  Cuando el hijo ha crecido. Cuando las mujeres los hicimos crecer. Cuando los hijos nos olvidan.”— expuso ella melancólica

            La luz del farol titilaba luego de aquellas palabras cargadas de un desencanto, ya vivido, y casi ajeno en su situación actual.

—“¡No te aflijas!— volvió a recomendarle Rolando con preocupación —Pues él y yo no podíamos andar mucho tiempo juntos. Mis veinte años demandaban un camino abierto, amplio, sin barreras ni límites. El en realidad estaba junto a ti, firme a tu lado, y yo no podría extraerlo de allí, hacia mí.”

—“Tampoco con él, permaneciste quieto, hijo mio.”

—“Nunca he buscado la quietud, madre, sino el rumbo ¿Te resulta difícil comprenderlo?”

—“Tu padre, el ausente, el político, el profesional... ganó tu corazón con su brillo público. Algo que yo no podía lograr”

—“Tampoco quedé junto a él. El iba a permanecer allí, persistente contigo. Te entregó su vida cuando te vio en su juventud y no se alejó más, aunque pareciese ausente.”

—“Así era nuestra juventud. Nuestro tiempo”— explicóle otra vez la figura fantasmal

—“Soy distinto.”

—“Esta juventud es distinta, pero te parecerás al conjunto, como ley inexorable.”

—“¡Yo tallaré el Diamante! …Ya tengo el comienzo... Inicial.

              El Cabildo colonial con su ancha recova, ya vacía, escuchaba sus voces. Parecía llamarlos desde su pasado, también perdido en el tiempo, y confundir sus sentimientos pretéritos con los de ellos. Los cuales estaban también concluidos, pero hallábanse ahora vivificados por este diálogo último.

—“¿Qué harás ahora? ¿Prefieres sumergirte en un mundo sin familia? Ser una partícula solamente”— preguntóle la madre, siempre protectora

—“Te equivocas, madre. Voy siendo una partícula viva que intenta crecer. Allá, en nuestra casa, sólo era una baldosa que no tenía derecho a elegir su propio color”

—“Ninguno lo tuvo, Rolo, así era nuestro tiempo”

—“¡Pero ahora tengo el Diamante del comienzo!... Y aquí estoy tratando de tallarlo, puliendo una a una sus facetas, con cinceles elegidos por mí.”

—“Es una propuesta positiva, niño mío... Crece.”

—“Lo intento. Ya lo voy logrando.”

—“Tu generación elige.”

—“Sí, madre.”

—“Tu generación juzga.”

—“Sí, madre.”

—“Tu generación se arriesga en mundos nuevos.”

—“Sí , madre.”

—“¿Podrás protegerte a ti mismo?”

—“Ese es mi propósito... Lo intentaré... Sí, madre.”

—“Ya no puedo hacerte crecer más, hijo mío.”

—“Es mi turno. Me toca a mí pensar por mí. Ya hiciste lo tuyo entre aciertos y tormentas. Es mi momento, nunca como ahora fui tan dueño de mí, y es perentorio que cumpla conmigo...”

—“Algo positivo, niño mío.”

—“Pero al menos, ha sido posible encontrarnos, y hablar de nosotros, por primera vez. Así es madre mía”

—“La primera... La última.”

              Ambos callaron. La luz del farol fue apagándose ante las claridades del alba, que se anunciaba hacia la distancia detrás de los edificios citadinos. No hubo más diálogo.

Luego, lentamente, Rolando continuó pensativo pero tranquilo su camino abierto por el tráfico. Libre ya de motores y fantasmas, en una ciudad vacía, sembrada de cenizas dejadas por los incendios y la violencia en la noche anterior. Con calles solitarias que marcaban su ruta sin barreras.

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¡Serénate!

Tu tiempo ha concluido. La calle quedó vacía. Los espacios se abren mostrando los sedimentos que los años acumularon, sin prisa en sus contornos, como una presencia indefinida.

¡Ya no hay viento! …

Ennegrecidas de época, como sayal perdido en el tiempo, puedes reconocer antiguas formas. Llevan tu nombre,  igual al molde escondido en el taller que sirviera al escultor del tiempo, cuando plasmó la vida.

           ¡Silencio!  

Una brisa sutil y muy débil surge de las sinuosas veredas, cual fuego fatuo apagado antaño. Y tu nombre prisionero se evade voceando el pasado, hasta desaparecer con el aire matutino…

¡Descansa!


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Alejandra Correas Vázquez

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Fecha de inscripción : 01/02/2012

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