CÓRDOBA LA DOCTA
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NIEBLA SOBRE CORDOBA- NOVELA (quinta entrega)

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Dom Sep 13, 2020 8:07 pm

NIEBLA SOBRE CÓRDOBA
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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5 - MAZAMORRA
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—“Te vi salir, tía, luego de la leche y me puse alegre. Es bueno, pues hay que seguir viviendo”

—“Seguiremos todos. Pero no era un paseo de alegría sino de remembranza”— contestóle la mayor

—“¿Cómo es ello?”

—“Sí. Tomé el camino hacia el Parque Sarmiento, cuesta arriba, adonde solíamos encontrarnos él y yo, rodeados por todos los otros estudiantes”

—“Tu vena nostálgica. En este día de Niebla, no sería el mismo escenario”— pensó en voz alta la sobrina

—“Por el Coniferal. Allí están aún los rosales, pero ahora desnudos por el invierno. El césped seco y extendido en un solo color amarillo. La Rueda del Mundo, quieta e inmóvil desde hace tiempo. Niebla. Caminantes... Pero él ya no está caminando a mi lado, ni nunca volverá a estarlo”

Clara había servido la mazamorra tibia del atardecer. Macerada desde la noche anterior, pisonada y espesada con un palo redondo. Luego hervida con una pizca de bicarbonato con sal, y servida en tazones. Sobre la mesa colocó leche fresca para agregar a la mazamorra, pero sin nada de azúcar. Ella disponíase a partir hasta el día siguiente, luego de haber terminado su trabajo diario con aquella familia.

Atardecer. Hora del repliegue para los niños pequeños. Hora que recordaba, en este día de recuerdos, al rosario y la tertulia tomando mazamorra en las viejas estancias. La hora en que en tiempos de antaño, luego de esa ceremonia de la mazamorra, el Marqués de Sobremonte paseaba por una Córdoba Colonial reedificada por él. Hora en que sus antecesores, los Jesuitas, reunían a su alumnado junto al tazón con mazamorra, para especiales pláticas.

Atardecer. Hora en que el citadino cordobés toma la calle, se instala y conversa en un café. Hora en que las jovencitas y los jovenzuelos lucen sus modas, mientras que los universitarios, sus ideas. Y los bohemios, sus creaciones.

Y hora también añorada por un ánima flotante, en su forma transparente, vigilando la ventana donde una tía y una sobrina platicaban. Pero sin poder penetrar en la intimidad de ellas, de esa casa que fuera suya, pero que estaba ahora separada para siempre de él.

—“El que se fue con orgullo, tía, no debe volver como un mendigo. Menos aún como un muerto”

—“¿Por qué tanta dureza, niña mía? Siendo que eras su sobrina más querida”

—“Porque creo que la forma de vida que él eligiera, fue culpable de la muerte de mi padre”

—“No podemos precisar quién de ambos hermanos fue víctima y cuál el victimario. Pensaban distinto pero nunca en los hechos se midieron”— le respondió la joven viuda

—“La muerte de mi padre fue anterior a la suya, y él fue en todo caso quien arrojó la primera piedra”— contestóle enérgica la sobrina

—“Sin proponérselo, aquello sucedió tal como dices”

—“Mi padre fue la primera víctima en esta familia, y yo la primera huérfana en ella”

—“Aún así, niña, no se contemplan las razones que llevaron a esta lucha... donde todos hemos perdido”

—“Sí. Todos”

Clara despedíase en aquellos momentos, mientras los pequeños jugueteaban en derredor de sus camas, ya lavados y con ropa de dormir. Pero aún no los dominaba el sueño.

—“Lo has recordado nostálgica, toda esta tarde caminando solitaria por el Coniferal bajo la Niebla... Pero ése es un recuerdo demasiado lejano, inicial, de hace diez años ¿Y los más próximos? Hubo un tiempo posterior con boda, donde convivieron y nacieron dos hijos”— le planteó la niña

—“Lo hubo. Aún compartíamos la casa, las ansias... quizás también la aventura”— aceptó la viuda

—“Pero estabas corriendo un inmenso riesgo, y se lo hacías correr a estos gurises que ya habían nacido”

—“Me di cuenta y tomé conciencia de ello. Pero aún no corríamos un peligro amenazante y yo no quería dejarlo solo. No debía hacerlo, en medio de la contienda iniciada”

—“¿Era necesaria tanta aventura incierta, cruenta, fatigosa, dolorosa?”— le increpó la sobrina

—“Así lo creíamos ...¡Pero yo salvé a mis hijos!... Y me aparté. Es decir, decidí cerrar esta casa para todos sus encuentros, ya que era casa propia comprada por mi familia, temerosa de que yo no tuviese un techo seguro”

—“¿Y qué vendría después ... según todos ellos?”

—“Una nueva sociedad, diagramada desde abajo”

—“Desde cero ¿Pero habría paz?”— insistió la niña

—“Hoy día lo he pensado mucho. Calculo que no. Eran demasiadas oposiciones en una lucha inacabable que creímos corta… y se convirtió en larguísima”

—“Realidad que superó sus expectativas”

—“Fue lo cierto, lo real, lo inestable, lo tenso e intenso de nuestra situación. Así fueron nuestros últimos tiempos juntos, y caímos en un pozo desesperante”

—“¿Preocupantes?”

—“No. Aún pensábamos en vencer. Pero él de pronto, optó por permanecer en silencio. Yo, en esos momentos, comencé a encarnar el monólogo, que antes fuera suyo. Cada gesto mío penetraba en su mirada”— recordó la joven viuda

—“Era un cambio indicativo, que él asumió haciéndose cargo de la situación creada ¿Cómo era el estar diario?”

—“En esta misma casa. Los días eran una continuidad de situaciones comunes en todos los hogares. El mantel se extendía sobre la mesa. Mis caricias eran suaves. Un toldo cubrió el patio de las inclemencias del verano. Cambié las copas del almuerzo. Un color nuevo iluminaba las paredes. El primer niño nació y en seguida el segundo”

—“Un hogar con todas sus secuencias. Me alegra saberlo, por los niños”— comentó la sobrina

—“Sin embargo su frente altiva, pareció fruncirse. Y su mirada adquirió un tono sombrío”

—“Percibía los malos presagios por venir, pues a pesar de su vehemencia, comprendió su fatídico final”— cerró la sobrina con igual vehemencia

—“Es posible. Pero aún nos negábamos a admitirlo”— sostuvo la tía

—“¿Qué hablaban? ¿Cuáles eran los diálogos?”— insistió la chica

—“Ya no había. El había enmudecido. Yo, en esos tiempos últimos, sostenía el monólogo”

Los ojos de la tía se hundieron en una lejanía casi impenetrable, dejando a su sobrina con la sensación de haberse separado de ella, en el espacio y en el tiempo. La brisa gélida del ventanal pareció golpear contra los vidrios, casi como en golpe de nudillos, haciendo que ambas mirasen hacia el exterior lleno de Niebla. El ventanal sólo ofrecía una visión obscura, nubosa, impenetrable, donde un ánima en pena vagaba e intentaba comunicarse con ellas.

—“¿Y cuál era tu monólogo?— preguntóle la chica

—“Sencillo. Intentaba dar forma a la pareja para lograr continuarla, a pesar de la situación insegura en que vivíamos”

—“¿Puedes reproducirlo?”

—“Sí, decíale ...“Al entrar en nuestra casa debes olvidar al mundo de afuera. Nuestra lucha es una historia más que rueda por el mundo, en este siglo caótico. Toma un dulce de esta caja”... era mi consigna cuando él estaba de regreso y lográbamos quedar solos”— recordó la joven viuda

—“¿Lo aceptaba?”

—“Con dificultad. El estaba jugado en su empeño. El tiempo transcurrió. Mis ojos recogían ese presente breve, palpado con los dedos”

—“Era muy poco para todo el amor inicial”

—“Poco y escaso. En el exterior nuestro, una energía movía a los seres, pero yo ya no la veía. Su existencia nunca me fue desconocida, pero la había dejado desde el comienzo lejos mío. Me hallaba en mitad del camino”

—“Hallábanse ya ambos, muy lejos del mundo real”— dictaminó la sobrina

—“Una atmósfera irreal para los otros, pero real para nosotros en ese entonces”— admitió la tía

—“Es el ensueño de las ideas puras”

—“Lo fue. En nuestros corazones volvióse una “nada” todo el escenario cotidiano de la ciudad que anhelábamos transformar algún día. Habíamos plantado una semilla y vimos sus primeros brotes, con esto nos contentábamos. Habíamos cubierto sus gajos de ternuras, pensamientos, pasiones, iras y alfombras”

—“Pero esa floración que los rodeaba resultó estéril”— opinó la chica

—“Creo hoy día que así fue. Ese conjunto floral no estaba alimentado por la interioridad más íntima, la que mantiene la fe y que se esconde en el centro del espíritu. Advertimos tarde su ausencia, cuando ya estábamos en aquella gesta y no podíamos retroceder, a modo de corregir los pasos anteriores donde asomaban las deficiencias. Allí nacieron las dudas…”

—“¿El pensó en hacerlo?”— quiso saber la sobrina

—“Nada puede hacer un soldado solo, debe continuar”

—“¿Persistía en ustedes el mismo amor?”

—“No... Las dudas e incertidumbres en el devenir, debilitaron el primer fuego. Tal para la contienda, lo mismo es para el amor. El beso fue transformándose en un eco moribundo y su fin llegó, lentamente, sin prisa, pero sin retroceso”

En aquella evocación que llevaba impresa desilusiones pasadas, la joven viuda adquirió un aire desorientante. Por un momento, su melancolía iba a ser reemplazada por un aire desdeñoso. Como nubosidad nueva en medio de la nostalgia preexistente. Luego volvió a decir:

—“Cada actor, niña mía, conoce el tramo de su papel. Pero una parte recitada con sinceridad puede reconstruir la obra entera”

—“Eso mismo creo, tía, y te lo agradezco”

—“No es vano para mí, este recordatorio”

—“Lo conociste un 21 de septiembre de 1969, en el Día del Estudiante, entre flores y guirnaldas cuando despuntaba la primavera. Después se citaban en el Coniferal... ¿Pero qué derecho tuvo él, de rodearte a partir de allí, con víctimas y victimarios de guerrilla?”— interrogóle la niña

—“Lo acepté. Quise unirme a su destino, y me fue fácil al principio”

—“Una facilidad engañosa”

—“Lo advertí más adelante, cuando fui madre, cuando mi familia me ubicó en esta casa. Cuando retomé los cursos de la Universidad”— confirmóle su tía

—“Porque recobraste la posibilidad del hogar, que necesitaban los gurises”

—“En aquellos últimos tiempos que convivimos, fui comprendiendo la intensidad de nuestros temperamentos y sus divergencias. La distinta fuerza de entrega. Las motivaciones de su causa ... y mis motivaciones”— aclaró la reciente viuda

—“Eras un ser vivo, no podías ser sólo su papel carbónico para complementar”

—“La agudización se puntualizaba: Yo no era un soldado. Nunca llegaría a serlo”

—“Lo veo claro ¿Y él?”

—“La ciudad ya le era estrecha. Sobrevinieron entonces las primeras ausencias largas. Originadas por desplazamientos impuestos por la acción, que escapaban a nosotros. Ya no dirigíamos nuestras vidas”

—“El impregnó de asombro tu existencia, con su complejidad ¡Por ello lo amabas! Es como si hubieras querido con él, dar la espalda a tu vida protegida anterior, en Jujuy con tu familia. O sobreprotegida. Pero ... ¿Es valioso acaso el infortunio? ¿En la zozobra hay genio?”— preguntóle preocupada la más joven

—“Trato de recordarlo ... me es doloroso. Fue triste nuestro mutuo destino. Teníamos una lámpara de cristal en la mano y la dejamos resbalar contra el suelo. Fue una tarde. El sol se había puesto.

Ambas miraron hacia la ventana donde la calle en brumas, ya vespertina, dejaba entrever el brillo sinuoso de los faroles, debido al zigzagueo de ellos. Algunas bocinas de autos llegaban desde el exterior anunciando el final precipitado de aquella jornada.

—“Ausencias, regresos, todo sobrevenía en forma constante. También reproches, cuando aún queríamos conservar intacto el cristal. Pero de igual modo fuimos cayendo en la frialdad. Llegó el adiós”— recordó la tía

—“Era imprescindible, por tus hijos, por su preservación. Por la vida de ellos que recién empezaba”

—“Así lo creí yo y él lo aceptó. Había que proteger y salvar lo que recién llegaba a la vida y tenía derechos propios ¿Puedes verlo? Estoy aquí frente tuyo y mis hijos en la cama. Pero ¿Y él?”

—“El eligió”— sostuvo la niña

—“Esa atardecer del adiós me dijo: “Mi lucha está más allá del dolor”... Y era sincero como siempre. Cumplió consigo mismo en todo momento”

—“¿Esperaba llegar hasta el final de su empresa?”

—“Estoy segura. Nunca consideró perder. Pero concluyó diciendo: “Debes quedarte y no esperarme más, por el riesgo que eso implica. Fue un error hacerte compartir esta lucha. Yo me he engañado” ...Y se alejó por aquella puerta, tal como si aún lo viera partir”— recordó dolida la tía

—“¿Engañado? ¿Qué buscaba?”

—“La comprensión. O un rescate. Ir juntos en la misma lucha. Tal como lo veíamos en ese momento”

—“No podías rescatarlo de nada, pues tu energía era sólo humana y femenina”— le observó la sobrina

—“La buscó en la luz de mi humanidad. La mujer es la paloma mensajera para el hombre”

—“Acepto la idea, dentro de una energía propia. Pero no más allá de ese límite, pues otra cosa es imposible”

—“Sin duda. Pero hoy, ahora, en este momento, me encuentro en el fondo de un foso donde el día se eleva lejos de mi mano. Lo vi entonces, y lo veo aún dirigiéndose hacia esa puerta de entrada a nuestra casa, para partir por última vez. Detrás de ella, ya no podría retroceder más, ni salir con vida”

—“Tus brazos son como ramas frescas azotadas por un vendaval. Pero están vivas y vitales aún. Espero, tía, mostrarte la verdad”— concluyó con fuerza la niña

Los gurises en el dormitorio, aún desvelados, saltaban sobre las camas como última parte de su juego. El más pequeño asomó pícaro su rostro por la puerta, pero se le ordenaría ir hacia la cama a toda prisa.

Pero la criatura ignoró aquello y acercándose a la ventana señaló con su dedito hacia uno de los vidrios del ventanal, obscuro por la Niebla, sin emitir palabra alguna pero gesticulando. Su escaso vocabulario, de pequeño infante, impedíale explicar aquello que él veía allí. Como no obedeciera, fue llevado en brazos hacia la cama.

—“Parecieran ellos ignorar todo, y comprenderlo a la vez”— opinó la madre

—“Era su padre, aunque nunca lo tuvieran realmente”— expresó la sobrina

—“En su despedida de ellos, los niños estaban dormidos cuando él se acercó a sus cunas para besarlos, por vez última. En aquella tarde del adiós un silencio absoluto nos envolvía, y él transpuso la puerta para ya no volver. Ambos sabíamos, lo que la entrega total a la causa, involucraba”— recordó la tía

—“Todos lo sabemos”

—“Era el final, ya no había más palabras posibles entre nosotros… habíamos enmudecido”

—“Un final anunciado”

—“Sí, pero difícil de sobrellevar. Yo estaba en el llano, mientras él peregrinaba entre escollos. Las juventudes rebeldes como él, le ofrendaban tesoros a lograr. Su familia le imploraba descanso. El buscaba respuestas cuando nos conocimos. El peregrino se extasió ante la serenidad de mi llano. Pampa y Puna... lisas. Y vino a mí tendiéndome los brazos”

—“Pero era un rebelde, difícil aquietarlo. Imposible”

—“Traía agitada la mente, revuelto el cabello, los párpados cubiertos de polvo. Excitado y cargado de emociones en esa tarde de septiembre, donde comenzaba la primavera, dejaba traslucir su belleza varonil de finas facciones, ocultas en el desorden de su atuendo rebelde. Su atracción sobre mí fue inmediata”— confesó la joven viuda

—“No te sería posible cambiarlo”

—“No. Ni deseaba hacerlo. Lo llevé de mi mano bañándolo de llano. Pero cuando era llegado el momento de elevarnos hacia alturas, mi serenidad no le fue suficiente. Y yo que tenía más fuerzas porque no había sangrado, me quedé suavemente en mi llano. Siempre igual: plano, presente, tangible, teniendo por superficie una gasa incolora y calma”

—“Ese es tu encanto, lo que me retiene a tu lado”

—“Mientras que él estaba de pie, aguardando, con la mirada abierta hasta agotarse. Sus ansias no fueron colmadas y un círculo de agonía lo fue consumiendo”

—“¡Tía! ... Ya vivieron ... ¿Qué hizo él de mejor?”

—“Me mostró un día el Coniferal lleno de rosas”

El crepúsculo imperceptible, invisible debido a la Niebla, dejaba ya la ciudad. Córdoba adentrábase en la noche. Ya no se escuchaban los gallos de antaño ni las campanadas de hogaño. Pero sí numerosas sirenas de patrullas policiales, intentando poner orden en esta urbe convulsionada. Era una ciudad mediterránea caída en el desorden, pero a la cual había que terminar de ordenar.

Cada hogar tenía su anécdota. Cada familia, sus compromisos. Numerosos habitantes enfrentados entre sí, a los que era necesario reconciliar. Pero aún así, aquel anochecer de agosto previo a la Tormenta de Santa Rosa, o en su preludio, había concluido para unos y otros en forma inclaudicable. Con todos sus aciertos y desaciertos. Sólo el devenir podría disponer de sus resultados finales.

—“Nuestra soledad fue común. No compartíamos las mismas necesidades de lucha tenaz, y nos distanciamos”— dijo tras un silencio la tía

—“No es para todos seguir peleando en una batalla perdida”— opinó la niña

—“Creo hoy que nuestro amor vibró con intensidad, pero sin condensarse. Como una semilla plantada sin fructificar. Hace falta quitarse todas las máscaras... ¡Quizás él se la quitó!”

—“Ya no importa, tía. Mi abuelo y mi padre quedaron en el camino, mucho antes que él. Pero nosotras dos todavía estamos aquí ¡Preservémonos!”— pidió la sobrina

—“¡La máscara! Quizás la llevemos puesta todavía”

—“El camino es otro: Resurgir detrás de la Niebla”

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Por el Coniferal ...hoy pasé… me llevaron...

Los árboles desnudos, el frío sol de agosto que moría,
bajo un cielo pálido de Niebla, los rosales sin rosas
el césped amarillento y sombrío.
Con todo mi cuerpo fatigado

Por el Coniferal …hoy he vuelto… sin pensarlo...
por aquel viejo camino, hacia final de invierno
¿Cuánto tiempo hacía? ¿Cuánto tiempo ha corrido?
desde mi anterior pasada...

El tiempo que durara esta agonía, ha pasado
sin haber cambiado nada :
Los árboles carolinos. La Rueda del Mundo.
¡Nada ha cambiado!

Mas el ser con quien fui la vez pasada
¡Ya nadie lo verá más en la vida!

Por el Coniferal hoy yo he vuelto a pasar...
¿Y ellos? ...Los otros caminantes
¿Acaso imaginaban?
Este triste recuerdo de mi amado.


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Alejandra Correas Vázquez

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Fecha de inscripción : 01/02/2012

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