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FABULAS DE LOS ESTUDIANTES (NOVELA - Parte 2)

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Mar Abr 24, 2012 8:48 am

FABULAS DE LOS ESTUDIANTES – 2
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por Alejandra Correas Vázquez

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FÁBULA DIEZ
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UNA PALMERA ENANA
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Luz estaba con la cabeza apoyada contra un sillón de alto respaldo, ubicado frente al ventanal de la sala. Era una mampara de hierro con vidrios de color blanco y rojo. El sol de la siesta hacía que se recortara sobre aquellos colores, la sombra de una palmera enana. El primer día de su estancia allí sorprendióse al divisarla. Abrió el ventanal y pudo verla, llorona y orgullosa, en el centro de aquel antiguo patio de baldosas, emergiendo de su macetón con patas gruesas.

—“¿Es curiosa, verdad?”— le dijeron en su espalda —“Ya estaba allí cuando yo era niño, y me balanceaba colgándome de sus ramas. La abuela me gritaba muy enojada. La trajo su marido de Catamarca, era un regalo de la época. Hoy hay pocas por los campos. Pues las palmeras han servido durante años para sostener el alumbrado. Ahora prefieren los postes de cemento, o sea que sólo queda la maceta”

Ella lo miró con sorpresa.

—“Mi nombre es Luz”

Todo era nuevo para la niña en aquel día de su llegada, varios meses atrás. Como también la figura del muchacho que acercóse a ella, quien era una huésped desconocida, rompiendo sus temores.

—“Bueno, yo soy Ramiro. El menor por ahora. Otras veces estoy en el medio o en la punta. Mi abuela tuvo doce hijos. Somos muchos nietos. A veces vivimos más de siete y no nos hablamos. Comemos en distintos horarios, por los estudios. Pero Marina nos acompaña a todos. Tiene seis años”

—“Mi hermanita Inés ha cumplido cuatro. Ayer. Apagó las velitas por la mañana y al mediodía se fueron”— sonrió con tristeza —“Creo que por lo menos ella me extrañará”

—“¿Y los otros? Tienen su juguete ¿Verdad? Una nena de cuatro años. Nosotros crecimos y dejamos de ser graciosos. Podemos irnos lejos. El juguete cobró vida y el titiritero se aleja. Al menos nos queda la ilusión de que el hada de la Juventud nos tocó con su estrella”

—“Tal vez... No había alcanzado a pensarlo con esa claridad”— respondióle Luz

La niña lo miró. El rostro morocho de aquel joven parecíale bastante sombrío, pero la expresión suave de sus ojos color oliva servíale de contraste. Era de estatura mediana con músculos fuertes en los brazos, que traían arremangada la camisa. La impresión general de toda su persona, hacíalo parecer bastante desaliñado.

—“Tengo las manos con grasa de motor. Debo lavarme, no puedo darte la mano. Pues yo tengo un taller para reparar motos, cerca de aquí. Sabía de tu llegada a casa de la abuela, todos te esperábamos. Hasta luego”— despidióse Ramiro

Fue al primero de los muchachos que encontró y con el que menos hablara después. Le pareció ver que no hablaba casi con ninguno. Aún así, los otros primos le demostraban afecto. Sus ironías zumbaban por el aire, como insectos del verano, pasajeros. Luego supo que era el novio de su amiga Andrea.

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Durante aquella siesta de varios meses después, Luz estaba en el mismo sillón. El silencio se entrecortaba cuando entraban los jóvenes y volvían a salir. Marina la llamó un momento.

—“¿Esta noche me vas a contar el cuento del Pajarito y la Araña?”— le pidió la pequeña

—“¿El mismo de ayer?”

—“Sí. Pero no quiero que peleen”

—“Bueno van a jugar. Ya están jugando. Ahora debes descansar en la siesta. Yo estoy cerca de tuyo, aquí al lado, en el sillón frente al ventanal”

La nenita se retiró a su cuarto. Ella se levantó del sillón apoyándose en el ventanal. Luz miraba el reflejo de la palmera enana a través de un gran vidrio rojo de la mampara.

—“Todo rojo”— pensó

La visión ofrecíale un mundo onírico donde el patio y la palmera enana componían un ensueño. Al darse vuelta vio a Ramiro sentado en el sillón de la abuela.

—“¡Oh! ... no te había visto”— díjole ella sorprendida —“Tu hermano Martín te estuvo buscando. Creo que recibió una carta de tu padre”

—“¡Estoy cansado!”

—“Has ocupado el sillón de la abuela, ella no permite que nadie lo ocupe”— le advirtió Luz

—“¡Estoy muy cansado! Me cuesta llegar hasta el dormitorio ¿Pero ves mis manos? Son útiles, aprenden a trabajar. Están sucias de aceite de motor”

—“Sí, las veo trabajadoras. Es tu valor. Una valentía. Lo digo con sinceridad, Ramiro, no hay burla. El niño lindo sale a la lucha. Te has quitado el pantalón de terciopelo por este mameluco de mecánico ¿Estás seguro de no entremezclar al trabajador con el guerrero?”

—“No... es claro, dices bien. Sin embargo y aunque no me creas, a ese señor formal que escribió esa carta que ha recibido mi hermano, yo lo quiero mucho... Y él debe quererme, supongo”— sostuvo Ramiro

—“Es tu padre ... y lo tienes preocupado. Ya no estudias”

—“¡Trabajo!”

Por un espacio quedaron en silencio. La siesta era espesa. Un despertador interrumpió el tiempo. Era en la pieza de la abuela. El muchacho sacudió la cabeza y un rayo de sol muy liviano se posó sobre su rostro.

—“Me había alcanzado a dormir, pero la abuela es tan ordenada en su día que hasta siestea con un despertador”— dijo Ramiro sacudiendo su melena revuelta y ondeada —“Soñaba que estaba rodeado de una multitud extraña y hacia el fondo mi hermano agitaba un papel escrito ...pero sin estampilla”

Abrió los ojos y la miró. Cuando él dirigíase a alguien dilataba profundamente sus pupilas. El sol que las bañaba, acentuaba la coloración casi amarilla de sus ojos, donde el iris negro quedaba remarcado.

—“El fondo de tu corazón debe ser amplio como tu mirada”— le dijo Luz

—“¿Así me ves?”

—“Sí, y no esquivo. Eso dice tu mirada. Pero siempre te expresas áspero en las palabras”

—“¡Oh!”— respondió él mientras giraba la cabeza —“Bello cumplido para un varón de una damita que aún es una niña... ¿Tan cáustico soy siempre?”

—“Al menos, algunas veces”— sostuvo Luz

—“Debo higienizarme las manos ¿No es cierto? Lo pensaste sin duda ¿Por qué no me lo has dicho? Antes de recostarme debo hacerlo ...pero estoy cansado. Aquí mismo dormiría una siesta larga... Pero vendrá la abuela y me expulsará de su sillón, siempre hay demasiado movimiento cerca suyo, a pesar de sus años”

Luz se puso de pie y lo tomó por los codos para ayudar a levantarlo. Ramiro no oponía resistencia, pero tampoco intentaba erguirse.

—“¡Vamos! ...con un poco de esfuerzo te puedes levantar”— le dijo ella tratando de empujarlo por los hombros —“No es mucho el esfuerzo, lo lograrás, bastará con que te empeñes”

El no intentaba levantarse. Ella se detuvo mirándole el rostro que tenía las facciones subidas de tono, con un tinte rosado. Y le colocó la mano sobre su frente.

—“¡Debes tener fiebre! Con este cambio de temperatura constante y estas heladas tardías de Córdoba a comienzos de primavera, cualquiera se congestiona...”— dijo ella preocupada

—“No tengo nada, pero deja tu mano aquí sobre mi frente”— le respondió Ramiro sujetándola con la suya —“Me alivia. Me serena. Me adormece”

—“¡Déjate de monerías que no es el momento!”— gritóle Luz —“Voy a llamar a Andrea para que te cuide. Aquí no está tu madre y yo no soy enfermera, ni tu novia. Es ella quien debe brindarte alivio y ocuparse de tu fiebre, te dará mayor alivio que yo”

—“¡No la llames!”— reclamó con orgullo Ramiro —“Hace días que no quiere hablarme”

—“Su razón tiene. Este mediodía preguntaron por tu nombre al teléfono, tres voces femeninas diferentes. Yo no reconocí a ninguna de ellas”— díjole Luz con algo de reproche

—“Si eran diferentes voces, como dices, no es que Andrea me haya llamado tres veces... Está claro... Clarísimo”

Ramiro se levantó con un gran dificultad. Luego apoyó sus manos en la pared ayudado por Luz.

—“¿Hace frío aquí adentro?”— preguntó él

—“No. Tienes escalofríos. Voy a decirle a la cocinera Juana que te lleve un caldo tibio a la cama. La abuela tiene tubos completos de cafiaspirinas. Te bajarán la fiebre”

—“Me voy a acostar, pero a las cinco de la tarde debo abrir el taller”

Salió por el pasillo del extremo hacia su dormitorio, mientras Luz atravesaba el patio en dirección a la cocina. Juana, una anciana vieja como la abuela y como la palmera enana, retiraba en aquel momento su pava hirviendo de la cocina económica, para servir el mate.

A las cinco de la tarde Ramiro estaba con fiebre alta.

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FÁBULA ONCE
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EL GRAN LAGO Y LAS DOS LUNAS
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El atardecer había comenzado. La antigua casona continuaba en el seno de aquella urbe que se modernizaba, mientras Luz ordenaba pasivamente su ropa. Varios juguetes de Marina se hallaban diseminados por el suelo, y ella procuró reunirlos en un solo estante. De improviso sintióse llamada. La voz provenía de la cocina. Atravesó los macetones del patio para encontrarse con Marina acurrucada junto al fogón.

—“¡Fíjese Niña Luz! ...Marina no quiere cruzar sola el patio... es mejor que se la lleve de la mano. Yo estoy muy atareada aquí”— le dijo en un pedido imperioso la vieja Juana

—“Vamos”— y la tomó con suavidad

—“No ... no ... que hay gente, allá bajo la palmera”

—“Ninguna Marinita. Sólo unos paquetes que ha dejado Diego. Ya los vamos a sacar”

Las dos salieron de la cocina. La niñita caminaba con pasos pequeños, parecía adherida a la falda de Luz.

—“¿No hay estrellas?”— preguntó la nena

—“Muchas. Pero la luna llena brilla tanto que no las deja ver”

—“¿Y nadie le apaga la luz?”— levantó su carita mirándola

Y al pasar junto a la palmera continuó su camino olvidándose de ella. Luz le acariciaba sus cabellos rubios con ternura.

—“Hubo un niño que quiso cubrir a la luna llena con un paño de lana, para que no ocultara las estrellas”— comenzó a relatarle

Se interrumpió al llegar adentro. Fue directamente al sillón y la sentó a su lado. La pequeña levantó su carita y aguardó la continuación del relato.

—“El niño había subido por la cuesta más alta del barranco”— continuó Luz

—“¿Junto al Parque, allá donde está el Zoológico?”— volvió a preguntar Marina

—“¿Lo conoces?”

—“Un día me llevó Ramiro, había que subir escaleras por los costados para llegar a la jaula de los tigres ¿Por qué en la sierra no hay esas escaleras largas para subir hasta arriba?”

—“Algún día habrá y no tendremos que escalarlas tomándonos de las piedras”— prometióle Luz

Marina apoyó la cabecita en su brazo. Un silencio expandido por el atardecer, hizo que la imaginación de Luz creara un mundo de fantasía, para que la pequeña oyente.

—“Pero este niño del que te hablo se fue hacia el otro barranco. Del lado opuesto. El que había antes de llegar a la estación de Alta Córdoba, y que ahora está cubierto de casas con calles de pavimento. Pero hace mucho ese barranco se llamaba “La Bajada del Negrito Muerto”. Y el niño subióse allí que era sitio más alto, caminó toda la noche entre las barrancas, se cayó en algunas y volvió a subir”

—“¿Y nadie lo ayudaba a levantarse?”

—“Sí. Otro niño como él, cada vez que caía lo encontraba a su lado”

Marina levantó su cabecita sorprendida. Había perdido la somnolencia que le diera la sopa servida por la vieja cocinera.

—“¿Y quién era ese otro niño?”— preguntó

—“El le preguntó ...Yo... le respondió el otro ...Soy el habitante más antiguo de la barranca y puedo conducirte por todos sus caminos”— siguió contándole Luz

—“¡Qué lindo!”

—“Entonces el primer niño le señaló: ¡Quiero llegar hasta allá!”

—“¿Quería ir más lejos?”— preguntó extrañada Marina

—“Si. Y hacia allí lo condujo, al extremo desde donde podía observar la ciudad entera. Cien luces brillaban abajo suyo y la luna sobre su cabeza”

La pequeña saltaba en el sillón muy eufórica. Luz trató de calmarla subiéndola a su falda. Luego continuó relatándole:

—“¿Querías ocultar toda la luna? ¿Y para qué? Mira cuántas estrellas existen todavía sobre la tierra?”— le dijo el otro niño —“En cada una puedes hallar una casa, un papá, una mamá y muchos niños amigos”

Marina abrió grandes sus ojos mirándola de frente. Estaba fascinada. Luz continuó:

—“Pero” ...volvió a hablar el primer niño... “Llamé a tantas puertas y ninguna me abrió. Les mostraba la mano dándoles el molinito de papel glasé que había construido en mi escuela, mas no lo quisieron.”

—“¡En el Jardín de mi escuela, hicimos un molinito de papel!”— gritó emocionada la nenita

—“Muy bien ...pero sigamos... Entonces el segundo niño quedó en silencio por un espacio largo. Después lo tomó de la mano y mirándolo suavemente le preguntó: ¿Siempre has vivido en esta ciudad?”

—“¡Yo siempre!”— la interrumpió Marina —“Nací acá en el centro de Córdoba, me dijo la abuela”

—“Bueno ...este nenito también, pero el segundo niño continuó diciéndole... Mira, yo vivo en este rincón del mundo desde hace más tiempo. Te mostraré como era antes tu ciudad... Y extendiendo la mano nuestro amigo, el primer niño, pudo ver que sus pies se mojaban con el borde de un lago gigantesco. Entonces el otro niño le dijo: La otra orilla se encuentra allá lejos, donde se levantó después la jaula de los Tigres.”

—“¿Y mi papá era chico entonces? ¿El lo conoció?”— preguntó con asombro la nena

Luz se admiraba al ver de qué forma fácil, la pequeña hacíase protagonista de sus cuentos, entrando dentro de ellos en forma inmediata.

—“No Marina. Hace más tiempo todavía. Cuando la abuela nació ya no quedaba más que La Cañada para reunir el agua de las lluvias. Sólo que en su tiempo eran más fuertes, inundaban las calles y rompían los adoquines”

—“Ella dice que todo el patio se inundaba. Hasta el dormitorio del fondo. Una noche bajó sus pies de la cama y el agua le llegaba a los tobillos”

—“Sí, mi nena. Pero ya se había secado el Gran Lago que cubría el centro de nuestra ciudad. Sin embargo el niño esa noche lo vio, pues el segundo niño se lo mostró en todo su tamaño. Y sobre sus aguas reflejábase la luna llena. Era muy bonito”

—“¡Qué bonito!”

Marina parecía ver el Gran Lago como si estuviese frente a sus ojos. Y esa capacidad de encanto, hizo en Luz brotar su imaginación.

—“¿Lo estás viendo? Hay dos lunas, una en cielo y otra en el lago”

—“Muy lindas, si busco mi salvavidas floto hasta la luna del Lago”

—“Entonces el segundo niño siguió hablándole: ¿Ves allá lejos una luz rosada que brilla? Flota sobre la superficie del lago y puedo dártela si bajamos. Será tu estrella ... “

—“¡Y también la mía, yo la quiero!”— insistió Marina

—“En cambio él le dijo... ¡No! Pues nos ahogaremos en el fondo del lago”

—“¡Qué lástima! Yo la quería...”

—“Así contestó asustado el primer niño”— continuó Luz relatando —“¡No tengas miedo! insistió el segundo niño ...Ya no hay más lago... ¿Ves? Está toda la ciudad de nuevo ante tu vista, iluminando el antiguo foso que dejaron las aguas. ¿Vienes conmigo? Voy a darte mi ofrenda... Y los dos niños bajaron de la mano hasta el límite de la barranca, junto al puente, sobre la greda con casas donde vivían los hombres de aquel barranco llamado Bajada del Negrito Muerto”

—“¡Se fue el Gran Lago con las dos lunas! ... Ya no me gusta tu cuento”— quejóse la pequeña

—“Pero todavía sigue la historia de los dos niños y la estrella prometida”— insistió Luz

—“No. No. No me gusta. Me voy con la abuela a dormir con ella”

Y para sorpresa de Luz, la pequeña bajó del asiento para ir en busca de su abuela. Los pasos de ambas escucháronse en el dormitorio de la anciana.

—“Esta noche”— pensó Luz —“Marina flotará por el Gran Lago para ir al encuentro de sus dos Lunas”

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FÁBULA DOCE
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LAS PERLAS
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Los días transcurrieron en la misma celeridad y serenidad, que otorgaba la antigua casona de la abuela, a sus habitantes juveniles. Con toda su ornamentación llena de recuerdos. Las grandes macetas del patio, donde lucíase la palmera enana como emblema. La inmensa mampara de vidrios coloridos. El comedor de mesa oval con su docena de sillas. La sala carmesí con sus bibelots, cuadros y retratos. Y cada dormitorio con su ropero de lunas espejos, de gran porte.

La abuela esperaba siempre a Luz para la hora del almuerzo, tras su regreso del Colegio Carbó, como un ritual extendido del año escolar. Sus nietos a esa hora meridiana de las 12.30, no se hallaban aún en la casa. La niñita iba a Jardín de Infantes volviendo cerca de las 11 hs y era atendida por Micaela, quien la llevaba y traía del Jardín ocupándose de su almuerzo.

Todo estaba bien previsto y organizado. Pero la presencia de Luz había traído cambios a la vida de la pequeña, con esos cuentos que nadie conocía, ni tan siquiera ella, pues iba creándolos a medida que avanzaba el relato. Pasados unos días, Marina sentóse a su lado al atardecer, a fin de conocer de qué modo seguían las aventuras de los Dos Niños.

Pues la niñita estaba inquieta, como toda pequeña que vive con una abuela entre primos mayores. La falta de sus padres, debido a un doloroso accidente, era algo desconocido aún para ella. Y la familia siempre iba a tratar de mantenerla alejada de aquel dolor. Por ello era una pequeña feliz, alegre, y que encontraba en Luz una especial fascinación. Un encanto a la cual esta joven aumentaba con sus relatos. Marina poseía una memoria llamativa. Después de varias noches, de otra sopa tibia, de otro obscurecer vespertino, cuando su abuela prendió la radio para escuchar su último noticioso, exigió a Luz:

—“¡Mala!... me prometiste seguir el cuento del Gran Lago”

—“Bueno ... Bueno ... Marinita. El cuento del Gran Lago comienza con los Dos Niños que están de pie sobre el barranco, viendo hacia abajo las luces de Córdoba, encendidas en una noche de luna llena. Porque esta ciudad es una hondonada ¿Sabías? Sí, así es. De modo que si desde las barrancas llenas esa hondonada de agua, se convierte otra vez en el Gran Lago que antes existía”

—“¿Cuándo?”

—“Hace mucho ... muchísimo tiempo”

—“Yo nunca los vi”

—“Yo tampoco”

—“¿Cómo sigue? ¿Qué más hicieron esos niños?”— solicitó con mimo la nenita

—“Sí, sigue”— expresó Luz —“Estaban los dos niños en la punta del barranco, mirando hacia abajo la ciudad de Córdoba toda iluminada en una noche de luna llena”

—“¿Y ya no está el Gran Lago?”

—“No. Ya no está”

—“Lástima”

—“Y el segundo niño, quien habíale prometido una estrella, le dijo así al primero: ...¿Vienes conmigo? Voy a darte mi ofrenda ... Y los dos niños bajaron de la mano hasta el límite de la barranca de greda roja, junto al Puente Centenario, que separaba el gredal de las casas de la gente”

—“¿Dónde era? ¿Había árboles?”

—“Algunos ... estaba el Parque de las Heras, igual que ahora”

—“¿Con las hamaquitas celestes y los toboganes? ¿Con las fuentecitas blancas de la entrada? ¿Con esos sapitos de piedra que pisamos al saltar dentro de las fuentes todos los chicos?”

Las preguntas de Marina ponían las cuentos en tiempo real, pues necesitaba entrar en ellos. Luz debía colorear muy bien el ambiente relatado.

—“A lo mejor, pero ellos no iban a jugar. No. Se acercaron a los viejos faroles coloniales llenos de ribetes, y eligieron uno que emitía aquella luz color rosa. El primer niño, nuestro amigo, esperó abajo mientras el otro niño recogía la lámpara que estaba recubierta de una capa de polvo. Luego de bajar la estrelló contra el suelo y su contenido se desparramó alrededor de ellos”

—“¿Y qué tenía, gas o kerosén?”

—“Nada de eso Marina, estaba llena de unas perlas rojizas y brillantes.”

—“¡Huy!”

La expresión de la nenita iba acompañada de gestos muy expresivos. Colocó sus manos sobre las mejillas y púsose a saltar en el sillón, pero sin pisarlo con los pies. Luz le acarició el rubio cabello tratando de calmarla. Marina era toda emoción ante lo fantástico, más aún, cuando penetraba dentro de los cuentos.

—“El primer niño las tomó para guardarlas en sus bolsillos y una substancia pegajosa se adhirió a sus manos”— prosiguió Luz —“¿Qué tienen? ... le preguntó al otro niño, el cual le contestó: ...Están llenas de un líquido precioso. Es miel de camoatí. La miel rosada de los montes. Tienen estas perlas un orificio en un extremo, por donde podrás beberla. Y además de su dulzura poseen un soplo mío en su superficie”

—“¿Un soplo? Yo soplé seis velitas en mi cumpleaños”— interrumpió la nena

—“Sí, algo parecido Marina, pero sigo el cuento. Entonces... dijo el primer niño ...si tengo los bolsillos llenos de perlas y me son demasiadas, voy a compartirlas con los demás habitantes de la ciudad, para que tu soplo se irradie a todos los hogares. A todas aquellas luces que dibujan la noche sobre la tierra, como un segundo firmamento.”

Las frases e ideas de Luz en su entusiasmo por crear imágenes, habíanse vuelto complejas para Marina. Pero la pequeña encontrábalas hermosas y se puso a aplaudir. No sabía aún lo que era un firmamento, ni un soplo, ni una irradiación, pero sentíase feliz oyéndola.

—“Y así diciendo fue a tocar las puertas de todas las casas. En algunas llamó una vez y bastó para que le abrieran. En otras tuvo que imponerse a golpes fuertes, y en las últimas nadie respondió. Una multitud comenzó a rodearlo... ¿Ven estas perlas? ...les dijo él... Es miel rosada y contienen el soplo del niño más antiguo de estos parajes. El vivía ya cuando nuestra Córdoba era sólo un futuro, y su base el lecho de un milenario lago. Nosotros aún no estábamos ¡Pero recojan cada uno su perla y será feliz! Y la luz de la luna no opacará las estrellas, en medio de la noche, porque tendremos nuestra luz propia”

Luz en su entusiasmo por el relato no advirtió la presencia de Martín, quien se escurrió detrás de ella sentándose cerca suyo. Con sus pliegos de planos como estudiante de ingeniería, quien la oía muy interesado. Ella continuaba:

—“¡Bebamos un sorbo de esta miel! Alcanza para todos. Podremos caminar entre la multitud de seres en una urbe sin desconcertarnos. Podremos subsistir sin emprender la huida hacia la sierra, en busca de aire puro. La multitud lo miraba asombrada ...No vemos las perlas... le dijeron ¿Has visto a un niño? ¿Cómo era? ¿Conoce toda la historia de estos rincones y habitaba junto al Gran Lago? Entonces has conversado con un Angel y estás iluminado”

—“¿Un Angel?”— expresó con sorpresa Marina despertando del entresueño —“¡Quiero ver al Angel! ¿Yo no puedo verlo?”

—“Tampoco yo, nenita. Lo vio el primer niño. Todos se acercaron a él y se arrodillaron frente suyo, tocando la frente con el suelo. Luego le colocaron una corona con flores de aromo. Algunos albañiles comenzaron a levantar una pared y en poco tiempo lo rodeó la construcción de un templo. El niño volvió a llamarlos con los ojos cubiertos de lágrimas... ¡No! No me encierren, soy un niño y quiero jugar. Les ofrezco este precioso dulce. Todos sorberemos un poquito ¿No quieren? Yo necesito jugar mucho tiempo todavía”

La pequeña Marina ya no podía penetrar en aquel cuento de ensueño, y buscó el propio sueño donde finalmente fue cayendo. Atrás de ellas, Martín seguía muy interesado el relato. La nena mimosa estaba en la falda de Luz. En el asiento vacío se acomodó el muchacho, quien le dijo:

—“Sigue, quiero oír la continuación, me ha gustado mucho”

—“¡Me has sorprendido, Martín!”— dijo sobresaltada Luz, y algo enojada, pero decidió continuar

—“Alrededor del niño las paredes se elevaban muy altas y ya habían comenzado a poner las vigas para el techo, cuando de improviso descendió desde arriba el otro niño. Los dos se abrazaron y comenzaron a elevarse, huyendo de la multitud. De sus bolsillos cayeron todas las perlas menos una. “Guárdatela” ...le dijo el Angel... Es tuya. Las otras quedarán diseminadas por las calles de nuestra ciudad, y el que desee y busque, podrá sorber la suya”

—“¿Nada más? ¿No tiene un cierre? En un cuento el final es siempre muy aguardado”— le observó Martín

Luz salió de su temor y decidió continuar. Ella era espontánea creando ideas, pero ahora debía pensar ese final, que el muchacho le requería. Y así siguió:

—“Me equivoqué ...murmuró el primer niño... ¡Tenía tantas! pero no las veían ¿Por qué venían hacia mí los enfermos y los tristes? Querían que los tocara con mi mano. Yo sólo podía extenderles a cada uno su perla rosa, llena con la miel de camoatí de los montes. Ahora atravesarán las sierras para cazar un enjambre silvestre, llenándose de picazones ¡Y había aquí para todos! No ... No quiero que me encierren otra vez. Quiero ir a jugar. Las perlas rosas estarán desparramadas durante el día y la noche ...¡Me voy solo con la mía!... Y dándose ambos un beso muy dulce, los dos niños se despidieron”

Martín juntó sus dos manos aplaudiendo. El rostro de Luz tenía un tinte rosado.

—“Luz”— dijo Marina con los ojos semicerrados por el sueño —“quiero una cucharadita de miel”

—“Bueno, nenita mía. Junto con una tajada de pan. Te la voy a llevar a la cama”— le contestó ella

—“¿Y el cuento de la arañita? Me prometiste...”

—“Sí, Marina, cuando estés acostadas”

—“No conocía tus encantos Luz, me has sorprendido, tienes mucho talento”— finalizó diciéndole Martín


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FÁBULA TRECE
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EL PLATO VACÍO
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Algunas semanas después el sol continuaba mostrándose a los jóvenes estudiantes. Las heladas tardías habíanse disipado. El mediodía dejaba deslizar la aguja. La abuela se hallaba en su habitación y luego de una pausa llamó a Luz.

—“Niña ¿Te di una carta esta mañana?”

—“Sí abuela, la puse en el correo. No se preocupe”— respondióle Luz

—“¿Ves? Estoy hecha una vieja tonta, pierdo la memoria. Le escribí a mi hijo, el padre de los muchachos, porque no quiero que me reprochen sus problemas. Ellos han sido enviados a mi casa para estudiar”

—“Eso ya lo sabemos, señora”

—“Tal vez yo hubiese pensado igual que mi hijo, pero los años me han enseñado la tolerancia. El mundo es populoso y amplio. Hay cantidad de rincones. Pero su padre insiste. El estudio tiene un valor propio y el documento lo indica. Ramirito es noble... sin embargo no quiere estudiar”

—“No se preocupe, señora, Ramiro tiene conciencia de su propia vida. Además, yo creo, que usted siempre ha sabido respetar las decisiones ajenas”

—“¿Y Marina?

—“Está dormida. Duerma usted también, ya me voy”

Luz se retiró tratando de silenciar sus pisadas. La siesta había penetrado en la casona. El zumbido de una máquina de escribir se percibía a través de las puertas cerradas, desde el escritorio de Diego. Luego calló a su vez. La niña se ubicó en el sillón frente a la mampara, apoyándose en su respaldo. El sol que la bañaba fue adormeciéndola. Alguien la sopló en la cara.

—“¿Dormías?”— le preguntaron

—“...Apenas”— ella se restregó los ojos.

—“¿Te he molestado mucho?... perdona”

—“No Martín, no es nada. A mí no me gusta dormir la siesta. Es como si me quedara sin sol”

—“Claro, durante la mañana estás en las aulas de clase. Muchas tardes en casa de tu amiga Andrea.... Pero quería preguntarte ¿Es verdad que la abuela le ha escrito a mi padre?”

—“Sí”— respondió Luz con sorpresa

—“¡Es raro! ...Ella que nunca interviene”

Martín pasó su mano por el entrecejo y se puso a caminar.

—“No lo tomes a mal. Está asustada como una criatura, teme que la reten a ella por desconocer la lección. Además los quiere a ustedes con infinito respeto ¿Hay mejor amor?”— expresó la chica

Luz hizo un lugar a Martín en el asiento, que era doble.

—“Sí... es un afecto que no valoramos. Si esta abuela nos impusiera esclavitud nos postraríamos como insectos. Bajo estas paredes cada nieto que ha pasado por ellas, ha sido responsable de sí mismo. Pero esto para algunos es un abismo duro. Le debemos mucho ¿Qué podemos hacer por ella? No ama las ofrendas”

—“Nada más que estar aquí. No te preocupes Martín ¿Qué temen todos ustedes con la llegada de tu padre? ¿Es acaso un inquisidor?”

—“No”— le contestó él sonriéndole —“Ya lo conoces, ha sido muy amigo de tu padre y tiene su misma profesión ¿Sencillo, verdad? Afable. Sin complejidad. Sin conflictos. Por momentos encantador... ¡Pero portador de miedo! Lo abate el riesgo. Por ello dejó a la docta Córdoba yéndose muy joven a un lugar tranquilo, hecho a su medida. Tampoco necesitó nunca de la lucha, pues en su generación había que buscarla voluntariamente, si se la deseaba obtener. Por fantasía. Todo era más sereno. Pero él no es consciente de que su propia sencillez, ha sido la llave que lo colmó de simpatías en su camino”

—“¡Entonces no hay problema!”— opinó Luz

Esto hizo que el muchacho quedara pensativo. Ambos siguieron meditando, sin expresar otras palabras sobre la pronta llegada del padre. El silencio fue interrumpido cuando Luz le preguntó:

—“¿Has comido?”

—“Todavía no. Pero Juana me ha servido el almuerzo. Ya voy para el comedor ¿Me acompañarías?”

—“Sí ... si quieres”

Cruzando la habitación llegaron al comedor y Martín se sentó frente a su plato. Luz iba detrás suyo y observó el día a través de la ventana, luego tomó asiento para hacerle compañía. Pero ella ya había almorzado con la abuela.

—“Este año finaliza sin darme cuenta y es el último de mi carrera. Detrás de él viene una incógnita”— comentó él

—“No veo por qué. Pareces muy decidido y en posesión de un centro. Hasta tienes elegido tu costado personal, dentro del círculo que describe nuestra sociedad”— le respondió ella

—“¿Es un reproche? No vale la pena que me lo digas. Quizás sea que admito una duda. Pienso que el hombre es débil y en su madurez termina aniquilando sus ideales. Careció de fe y tiene miedo a la transformación. Admite la mano que lo amordaza y lo protege contra lo nuevo. Es que él ya no cree en nada nuevo, porque la historia evolucionó con lentitud dentro de sus expectativas”

—“Dependerá también, cuáles fueron sus expectativas”— intervino Luz

—“En sus años de furia juvenil se agotó en los corredores estudiantiles. Un hombre débil vive dentro de cada joven que agita panfletos. En su solapa brilla una cinta morada y está pronto a dar su sangre por ese papel escrito”

Martín se detuvo, comprendiendo que su crítica estaba muy exaltada.

—“Es un juicio demasiado severo el tuyo”— sostuvo la jovencita —“Y causa temor a alguien como yo, que aún no ha ingresado a la universidad”

—“Porque sostengo que los principios en que se basan sus argumentos, son puramente teóricos. No realidades palpadas aquí. Hemos pasado por liberalismos y facismos copiados de afuera, con malas consecuencias. No pertenecen a nuestra realidad ...¡Sudamérica está tan lejos!...”

—“¡Si!... Lejos y aislados del centro neurálgico del mundo, en eso concuerdo”— comentó con fuerza Luz —“Pero también somos sus espectadores. Sus vigilantes. Somos sus grandes guardianes”

—“Te ha picado ya el bichito del idealismo. Pero claro, yo soy un egoísta ¿Quieres que adivine lo que piensas de mí? Si a los veintiocho años carezco de esa audacia, qué me esperará a los cuarenta y ocho. No creas que mi posición es fácil. Porque es realista. Tengo que pasar junto a aquéllos con quienes he probado el mismo dulce, como si fuera un extraño. Pero pasará porque ellos también pasarán ¿No lo crees?”

—“Me resulta difícil creerlo”

—“¿Podrías decirme que sitio ocupan ahora, u ocuparon, aquellos estudiantes que se amotinaron frente a un Hospital, cuando la reforma universitaria del 18. La chiflatina todavía resuena en algunos cerebros. Te lo diré: Fueron profesores o políticos. Llevaban la mirada adusta y el índice imponiendo disciplina. Pero es extraño, aquél era uno de los antiguos y activos participantes. Y seguro estoy de que ahora siendo abuelos o bisabuelos, fruncen el ceño sobre la cinta morada de su nieto. El propio Deodoro salió más adelante defendiendo a un cruel violador y asesino, logrando liberarlo, pero Martita Stutz nunca tuvo tumba”

—“...Puede ser... Tu pesimismo es tan hondo que debe ser sincero”— aceptó Luz

Ella continuaba mirando por la ventana. Juana trajo desde la cocina un plato muy substancioso de “bife a la criolla”, que Martín comió encantado.

—“¿Te ofendo? Aunque no te hayas ubicado aún en ese camino, sientes una necesidad imperiosa de tomar las banderas. Debes hacerlo ¿Sabes? Tengo miedo a mi propio derrumbe. Mi realismo es tan cáustico que nunca las tomaré”

—¿Ni siquiera como una experiencia? ¿O por curiosidad?”— preguntóle ella

—“¿De qué me valdría entrar en una revolución sin continuidad? Ya que carezco de su fe. Mi condición es aún más austera, de lo que después fueron aquellos estudiantes reformistas del 18... He hablado con muchos de ellos o con sus hijos. Son mis profesores. Cincuenta años pasaron en Córdoba como un soplo, con todas sus anécdotas. La violación de iglesias en semana santa llevándose las telas moradas que cubrían a los santos. Lo que se convirtió en su bandera ¿Te lo contó tu padre?”

—“Sí... Martín, pero fue en tiempos de mi abuelo, que también era estudiante del 18”

—“Mira Luz, en la Biblioteca Mayor me encontré con uno de ellos en estos días. Hombre grande ya. Cabeza cana, traje elegante. Persona muy culta y agradable. La multitud se dispersó y los tiempos pasaron. Es un profesor jubilado y respetado. Lo incluyeron en la misma barca como a muchos de ellos, sus propios compañeros... ¡Porque es muy fácil seguir la estela de la juventud a la cola del cometa que nos arrastra! Lo he podido hacer también yo, si no ejerciera el uso de la mente y el derecho a la duda. Participar a ciegas no está de acorde con mi sinceridad”

—“¿Sabes Martín?”— lo interrumpió Luz con brusquedad —“¡Hablas tanto! Y es sereno tu pensamiento. Arrastra y te multiplica. Podrías elegir cualquiera de las ramas del árbol y encontrarías las palabras necesarias para definirla. Pero yo no sabría compartirlo sin vivirlo”

Luz le dijo aquello, cuando él se proponía a seguir hablando.

—“¿Es otro reproche?”

—“¿Por qué no te detienes un poco abriéndote hacia la naturaleza. No rechazo lo que describes y hasta puedo aceptar tu pensamiento. Lo comprendo al exponérmelo. Te aprecio ¿Pero por qué no callas un poco buscando en el interior de los otros? Cada ser es un mundo. Mi observación va hacia tu propio foco”

Martín se quedó callado. Iba acabando de comer con lentitud.

—“...No está mal... como te dije días pasados, tienes mucho talento, Luz”— expresó luego

—“¿Tienes todo decidido ya?”— preguntóle ella

—“Falta lo principal, que termine este último año. Después, un pequeño reposo en algún lugar de la sierra, un sitio sereno como el Río San Antonio. También algo de música y alegría. Y un libro de idiomas bajo el brazo, creo que alemán. No es poco. Además admitido que puedo recibir y dar mucho”

—“Nadie te lo niega. Todos buscamos un alimento interior”— Luz le hablaba con serenidad

—“Tienes una manera de ser muy dulce, y aunque no lo creas, también severa. Por una parte me sugestionas y luego me atemorizas. No lo digo ya como un intelectual, sino como un varón, que palpa tu belleza interior”— le observó él

El plato había quedado vacío.

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FÁBULA CATORCE
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SIESTA Y SOBREMESA
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—“Yo llevaré tu plato vacío a la cocina. La vieja Juana ha dejado todo limpio ya, y me gusta ayudarla un poco”— le dijo Luz

Se levantó extendiendo la mano para retirar aquel plato. Pero Martín se lo impidió.

—“¿Y crees que ella se quedará conforme? Te equivocas Luz, si la privas de su tarea será una ofensa. Esa mujer necesita de su propio esfuerzo para ella misma. Como todos nosotros. Hasta podría creer que la energía de aquéllos arrogantes, a quienes rechazo, puede serles beneficiosa, a ellos mismos”

—“¿No puedes olvidar tus pensamientos?”— preguntó la niña

—“No Luz, puesto que me toca convivir en las mismas aulas. En los mismo recintos de estudiantes”

—“Es verdad”

—“¿Pero cuántas veces ha pasado lo mismo? Luego, todos ellos partieron ¿Dónde están hoy día?” Tengo buena memoria. Yo no me he movido. Mi apatía les señaló un tibio ¿Pero insisto en el tema, verdad? La armonía no llegó a incubarse de lo contrario los ignoraría. ¿Y si más tarde mi brazo fuese el más abierto para colaborar en una nueva construcción? Pero son sueños”

Luz se quedó pensativa mientras lo observaba. No sabía si con Martín se encontraba ante un pensador o un dramático.. Luego le dijo:

—“Podrían darse las dos cosas ¿O sientes únicamente palpable tu realidad? ¿Cuándo la tocaste? Es otra aventura y quizás más riesgosa”— ella dijo esto último con voz pausada

—“En realidad sí. Es un riesgo. Voy solo y sin embargo no creo ser el único. Debemos estar aislados y nos resulta difícil encontrarnos. Pero es que mi indagación puso los ojos en aquel horizonte hace ya mucho. Quiero además, acercarme para beber y aniquilar en lo posible nuestra vanidad”— le contestó Martín

—“¿Qué vanidad?”

—“Una eterna y que debe darse en todos los confines. La del pordiosero y el conde. Uno se ilustró en los caminos y el otro escribió sus prosas en un magnífico palacio. Pero eran muy semejantes al salir del seno materno, alimentados sólo por la placenta. No tenía ninguno antes de nacer, más talento que el otro. Sin embargo, cada uno hizo de su procedencia un foco de vanidad. Confundiendo de esta manera a sus seguidores y llevándolos a la discordia”

—“Lo he visto también en mi colegio. Hay compañeras que exhiben esos dos méritos. Los oponen. Y son muy vanidosas”— reflexionó ella

Al llegar a este tema parecíales a ambos haber llegado a un punto común. Y esto los aliviaba. Podrían hacia delante mantener un diálogo en forma amable, sin oponerse, tratando de hallar méritos comunes.

—“Sudamérica es pobre, mal administrada y hambrienta. Sus riquezas se guardan, se acuñan para un futuro. Pero como tal, como expresión de una tierra en simiente, es muy vanidosa”— insistió él

—“¿Estás seguro?”

—Sí... Luz ¿Cuántas veces lo hemos escuchado? No tienes más que dilatar el oído. Cuesta poco y se descubre pronto. Se dice acá en forma continua, que el primer mundo es poderoso pero carece de visión. Los europeos están viejos, aún los que recién nacen. Les pesa demasiado el pasado y no encuentran ideas nuevas. Sólo solucionan el instante dado, y ponen su energía sólo en la materia económica, con la cual nos ahogan...”

—“Pero somos sus herederos, no lo niegues”

—“No lo niego. Además de los yanquis, con los cuales compartimos la mitad del continente, decimos acá que son pobres de espíritu y su sensibilidad es escasa. Demasiado músculo. Un brazo de atleta y una cabeza de mosquito ¿Es así?”— insistió él

—“¿Es ésa la vanidad sudamericana?”— preguntó ella de nuevo

—“Por ese lado transita. Es como un rechazo global al hemisferio norte. El primer mundo. Uno por burdo y otro por anciano. No llenan nuestras expectativas ¿Es así? Tenemos nuestra energía del espíritu y nuestro devenir será una cadenas de joyas engarzadas... ¡Pero falta mucho!”

El joven quedó pensativo con sus propias palabras. La niña intentaba preguntar algo más, pero adivinándolo, él siguió con su monólogo:

—“Mira niña, no es que lo rechace. Es una voz y como tal, la dejo en su lugar. Pero yo tengo por delante treinta años de vigor. Debo desarrollarlos ahora. En mi tiempo, no en el próximo. No reniego de mis hermanos naturales, de mi tierra. Soy yo mismo además, quien está en juego. Represento un elemento más entre ellos. Un sudamericano vanidoso también. Orgulloso de su espíritu. Pero quiero oportunidades para mí y me las brindan desde allá, desde ese continente gastado, desde Alemania... y las acepto”

—“Te apoyo en lo que dices Martín ¡Acéptalas! Puede que estés en tu lugar, aunque a otros les moleste un poco. Pero te diré, yo creo que es por envidia ¿O por vanidad?”— volvió a preguntar Luz

El muchacho la miró sorprendido. Hacía tiempo que buscaba apoyo en sus proyectos, por una beca a Alemania que le había sido sugerida, y sólo encontraba opiniones adversas entre quienes lo rodeaban.

—“La vanidad se extiende a largos caminos y es expresión de pequeñez. De agotamiento. Cuando un hombre tiene el heroísmo de salir a la lucha expone su talento y su felicidad ¿Cuánto más fácil puede resultar a un artista gozar del prestigio limitado de su círculo familiar? Podrá hacer los retratos de las hermanas y los sobrinos. Luego vendrán las vinculaciones inmediatas a solicitar el suyo. Pintará un ramo de flores para colgar en un extremo de la casa. O una imagen mística en el centro del dormitorio. Todo esto representa el triunfo fácil”

—“¿Y piensas que la vanidad lo consiguió?— Luz ya no miraba para la ventana

—“Sin duda. Aunque se introduzca en el modernismo. Alguien podrá decirle en este tiempo presente ...¡Píntame un cuadro abstracto para colocar en la sala que hemos comprado! Hará juego con mis muebles... Y es fácil, no hay riesgo”

—“¿Existe otra alternativa?”

—“Sí la hay... Porque alguno entre ellos al menos, sale a la lucha y se expone. Corre el riesgo. Sufre por años y al final, por fin, le obsequian una flor. Se la merece. Pero él sigue hacia adelante expandiendo ese perfume en todas direcciones”

Martín quedó callado mientras la miraba. Estaba cautivado con Luz.

—“Bueno”— dijo ella—“¿Pero dónde está ese artista brillante en nuestras tierras? Quiero aplicarle tu alegoría”

—“No puedo señalarlo con exactitud. No quiero. Esta alegoría alcanza a otras profesiones. Médicos. Abogados. Ingenieros. Políticos...”

—“¿Y si comenzaras desde aquí? Sin expatriarte. Podrías devolverle a la tierra que te acunó, algo de su ternura ¿No dices que somos más ricos en aquello que no se pesa en monedas?”— ella lo miró sonriente

—“¿Estás segura que lo dije yo? Pienso que lo he recogido... Mi opinión es que existen diferentes pueblos. A ello atribuyo la clara división de un solo continente geográfico, en culturas distintas y bien definidas”

—“¿Cuál de ellas te atrae más?”— preguntó curiosa Luz

—“No lo sé. Pues yo me dirijo hacia el viejo continente, gastado y sin embargo en pie, a Alemania más precisamente. Allí me ofrecen mejores medios de los que aquí tengo. Y yo les responderé con honradez. Además quiero alejarme por algún tiempo del centro donde he nacido. Soy el niño prodigio, buen alumno, de una familia con tradición ¡Y estoy cansado de serlo!”

—“¡Está bien Martín! ... No te exaltes conmigo”— ella había levantado sus ojos verdes, muy abiertos, aunque la expresión era sonriente

En aquel momento entró Juana en el comedor, retirando el plato vacío. Luz quiso alcanzárselo. Martín la retuvo.

—“Ya te dije. No la prives de su propia tarea”

—“....Debe ser, sin duda”


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Alejandra Correas Vázquez

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Fecha de inscripción : 01/02/2012

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