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POLITEÍSMO Y MONOTEÍSMO EN ANTIGUO EGIPTO

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Mar Sep 18, 2012 10:08 pm

POLITEÍSMO Y MONOTEÍSMO EN ANTIGUO EGIPTO
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1 — LA TOLERANCIA RELIGIOSA

Por Alejandra Correas Vázquez

Amenofis III el Magnífico, el gran estadista y padre de Akhenatón, el amado de los dioses por toda la fortuna que ellos le prodigaron, fue el primero en edificar un templo a Atón, deidad inaugurada por su padre el faraón pacifista Tuthmosis IV de la dinastía XVIII. Asimismo fue el primero que organizó su cuerpo de sacerdotes, pero evitó —al contrario que su hijo— manifestar tendencia alguna al monoteísmo.

Todo indica que el gran Amenofis era partícipe del pensamiento heliopolitano donde el sol Ra era llamado “Uno, Pluriforme y Multicambiante”, como el Logos Solar o Círculo Atón, bajo el cual viajaba Tuthmosis IV de acuerdo a sus inscripciones: “llevando al Atón por arriba de él”. Amenofis III lo heredó de su padre edificando el primer templo a Atón, como también su primer cuerpo sacerdotal. Y más adelante lo legó a su hijo, quien creó una revolución completa en torno suyo. Pero Amenofis III no participaba del imperialismo monoteísta internacional, con la abolición de todos los demás credos, tema que sería particular de Akhenatón, anticipándose a musulmanes y cristianos.

Para Amenofis el Faraonato debía ser el centro político de todas las naciones, con el mismo concepto de la posterior Roma. Y como ella, los dioses extranjeros eran “dioses del imperio”, tal cual los césares iban a definirlos. De modo que sin ningún atisbo de permeabilidad en cuanto a su creencias propias, el faraón magnífico se postró delante de todos los dioses que tenían los hombres, como una parte esencial de su política internacional. Juró ante sus ídolos extranjeros para lograr acuerdos de paz, que eran ante todo comerciales. Razonaba fríamente como un ario, tal cual era su madre una princesa mitania, pero siempre sería un oriental astuto, estando además rodeado de fenicios por medio de su esposa.

Toda su personalidad nos invita a creer que no creía en ninguno. Cuando no se tiene un dios propio, una fe propia, es porque no se tiene ninguna. El era sin duda un escéptico en materia de creencias y con su actitud (algo semejante a la de los romanos cultos) es posible imaginar que fuese interiormente un ateo. Más que nada un escéptico. Quizás en sus adentros se burlara de todos ellos, como lo haría en el futuro Luciano de Samosata, quien ridiculizó a sus propios dioses.

Pero los dioses le fueron de una gran utilidad práctica en su juego gubernamental. Demostró con los reyes vecinos un exagerado politeísmo, que siempre iba acompañado de tratados económicos, diplomáticos o fronterizos. Hizo extensible su “piedad religiosa” incluso hasta el terrible dios ario Nerik, “Dios Hitita de las Tormentas”. El mismo Thor de la mitología escandinava. Los hititas a su vez hablaban alemán, como lo descubrieron los arqueólogos de esta nacionalidad que tradujeron sus textos, redactados en letras cuneiformes. Su rey tenía además el título de “Zar”, así exactamente, lo que crea un curioso antecedente que rompe con tradiciones cesarianas largamente explicadas.

Cualquier osadía que mantuviese en pie el trono faraónico era aceptable para Amenofis III, como el admitir también dentro de Egipto templos fenicios con sacerdotes propios. Esta variabilidad religiosa confirma en él su astucia y diplomacia, que fue su gran testamento político, e hizo pública su tolerancia de las creencias. El conocía a los hombres en todas sus debilidades, por ello supo entrever que la fe religiosa era una de sus principales motivaciones, de modo que admitió a todos sus dioses por extraños que fuesen, a fin de lograr beneficios para Egipto.

Comprendía que el espíritu mágico y mitológico de sus súbditos los obligaba por entero. Y como un árbitro internacional usó de esta fuerza con amplitud, pues tenía todas las condiciones gubernamentales de un César romano y fue de tal modo un precursor de ellos. El intelecto complejo de Amenofis el grande, que se advierte en el substrato de todo su gobierno, fue acompañado de esta tolerancia religiosa que constituyóse en la clave de su poder internacional. El dejó a los hombres y a sus naciones vasallas, con todos sus rituales, y en ese juego psicológico les creó el gran mito del Faraón.

De forma tal que aquellos reyes vasallos le llamaban “Mi sol” y a su muerte lo deificaron, enviando a Egipto notas curiosas de inmenso dolor, incluso de los bárbaros hititas.


2 — EL ESTADO LAICO


Pero con Akhenatón estamos frente a otro hombre. La empresa Atoniana fue de una extrema dulzura. Por primera vez en la antigüedad se habló del amor y la igualdad de derechos entre los hombres, los sexos y las razas. Todos iguales ante el dios de todos. El Sol, visible para todos.

Pero la medalla tenía su reverso, la empresa atoniana también fue de una extrema intolerancia. Fueron abolidos los dioses. Los ídolos. Los cultos mágicos. Fueron abolidos sus sacerdocios. Confiscadas sus rentas y sus templos. Como corolario de ello, aunque sin declararlo específicamente, se creó de improviso un estado laico.

Una de las actitudes más sorprendentes de los atonianos y que los equipara a los racionalistas modernos —como en un recuadro de la revolución francesa adelantándose tres mil años a ella— fue esta laicización, en los hechos, de todo Egipto. El joven faraón sentía una especial aversión por el sistema religioso imperante. De este modo puede verse que uno de los determinantes más notorios de Akhenatón fue su “anticlericalismo”. Queda testimonio de ello en la siguiente sentencia suya impresa en la tumba de visir Ramose: “Las palabras de los sacerdotes fueron las cosas más perversas que nunca había oído”.

Y él manifestó este concepto en los edictos revolucionarios de su gobierno. Todos los bienes sacerdotales pasaron al Estado. Además sus disposiciones contra el fetichismo pasaron a los hechos y las estatuas de los dioses fueron derribadas. Raspados sus nombres en los monumentos y eliminada la palabra “dioses” en plural.

Recuerda a lo sucedido dos milenios después en el templo de la Meca, durante la gesta islámica, cuando se destruyeron los 350 ídolos representantes del año solar preislámico (uno por cada día). No hubo allí ni siquiera perdón para la estatua de Alá (que tenía antes una representación) quedando prohibida hacia adelante toda forma de figura. Como también debe recordarse el cierre de todos los templos clásicos de la antigüedad por el emperador cristiano Teodosio, que lamentablemente fue acompañado de crímenes, como el asesinato de la erudita matemática Hipatías en Alejandría.

Semejante a la Francia de finales del siglo XVIII con la confiscación de los bienes religiosos, el cierre de los templos, más la creación del Ser Supremo único por parte de los jacobinos, cuando diagramaron su estado laico. Como si ello respondiese a la necesidad del hombre pensante que luego con los siglos se repite.

¿Qué vemos en el Egipto atoniano? Pues nada menos que un estado laico. Akhenatón, Nefertiti y Maketatón (la pareja real y la hija heredera al trono) oficiaban una ceremonia solar en el parque abierto, en compañía del pueblo. Pero no había un templo propiamente dicho. El Sol ilumina todos los días y su propuesta fue de que no debía encerrarse en recinto alguno para contemplarlo. Así se diagramó en el Egipto de Akhenatón, el primer estado laico.

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Alejandra Correas Vázquez

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