CÓRDOBA LA DOCTA
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EL DIAMANTE- NOVELA (sexta entrega)

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Jue Sep 10, 2020 4:57 pm

EL DIAMANTE
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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6) MICA  Y  DIAMANTE

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—“¡Hola Rolo! Venía a saludarte”— le dijo ella al transponer la puerta del taller de cerámica

—“¡Hola Azucena! Adelante...”

Sobre las mesadas de mármol destinadas al trabajo, los ceramistas iban colocando numerosas piezas, todavía calientes, provenientes de la primera hornada. El caolín jujeño y la greda roja cordobesa, combinadas o puras, no tenían aún color. Y la forma desnuda del bizcocho resaltaba las líneas esenciales impresas con el modelado.

—“¿Cómo se encuentran todos ustedes?”— preguntóles ella

—“Hace un momento estábamos preocupados, pues creíamos que algunas piezas habrían sido  colocadas antes del tiempo de secado en el horno. Pero todo anduvo bien”— respondió él

—“Es una gran suerte, me da mucho gusto”

—“Ahora me encuentro tranquilo y podemos hablar... Salgamos al patio que aquí hay calor sofocante y humedad”

Un sol débil inundaba las baldosas del patio, el tiempo había homogeneizado su color. Numerosos moldes de yeso hallábanse desparramados o apilados en ese lugar, protegidos por un alero de zinc ante las eventualidades climáticas. Un gran tanque de cemento contenía arcilla.

Pero aún así, quedaba espacio para una plática de dos. Hacia el fondo de aquella casona vetusta, de barrio San Vicente, cimbaba la higuera.

—“¿Sabes Rolo?— le comentó ella — Hace unos días caminé por las orillas del Río San Antonio, pero me mantuve alejada de aquella casa”

—“¿Por qué fuiste hacia allá?”

—“Porque en su naturaleza encuentro algo prodigioso”

—“¿Tanto así?”

Y así era para ella... Esa aridez del suelo. El caudal temible del río en sus crecientes. El seno turbulento. La fuerza del agua que choca contra las inmensas piedras de basalto del borde, junto a la playa de arena dorada. La mansedumbre final y su transparencia cristalina ¡Todo aquello tenía para Azucena, en su conjunto, un poder cautivante!

¡Río San Antonio, piedra y arenal…! Basalto y agua, a veces mortal. Ese era el paisaje indómito que ellos habían dejado atrás suyo. Poco antes de partir vieron a un turista que se arrojó entusiasmado al agua, cuando comenzó la creciente. Lo sacaron entre varios vecinos anudando unas mangueras. El turista sosteníase de un extremo, pero la fuerza del agua en correntada, por momentos hacíale dar movimientos de abanico. Cuando al fin emergió lleno de magullones, le dijeron: “No es peligroso el caudal, sino las piedras”… y lo aprendió para siempre

—“La creciente del Río San Antonio comienza con una espuma de apariencias inofensivas”— comentó Rolando

—“Luego fluye en torrente”— confirmó ella

—“Cuando yo era niño, aquella serranía reseca, que cruza ese río caudaloso, estaba tapizada de mica. Trozos grandes como baldosas negras o blancas, cubrían las laderas y al caminar a la siesta bajo resolana, relucían como millares de espejos arrojados del cielo”— recordó Rolando

—“Hoy no quedan ya... Sólo algún polvo de mica como recuerdo”— comentó triste Azucena

—“El hombre tiene cualidades cleptómanas con la naturaleza.”

—“Es verdad.”

— ¡Aquél fue mi primer Diamante!... era una visión deslumbradora”— expuso el muchacho con entusiasmo

—“Un tesoro de mica robado, como tantos”

—“Sin duda. Pero aún está vivo en mi retina aquel esplendor espejado y luego desposeído por la mano del hombre.”

—“Porque mutuamente, hombre y naturaleza no se respetan.”— concluyó ella

—“También debe ser propio de aquella zona especial, donde ambos luchan tratando de imponerse. En aquel tiempo de mi infancia yo iba allí sólo de veraneo. Luego un día de caminata me acerqué a la casa más bonita, con mucha sed, para pedir un vaso de agua. Fue entonces cuando me fascinó la idea de permanecer todo el año, uniéndome con Alicia”— dijo Rolo

—“Fue tu elección y fascinación por ella”

—“Lo fue. Ambos amores se fundieron dentro mío, el del paisaje y el de la mujer. Esa sierra posee una aridez hasta humana, pero dueña de un sortilegio particular que nos hace retornar siempre. El Río San Antonio se encajona aguas arriba y alcanza muchos metros de profundidad. Luego avanza arrastrándolo todo: cercos, carpas, juguetes, sombrillas, mesas ...e incluso... autos. Todo lo que hizo el hombre con sus manos. Es un abismo”

—“También con el mismo vigor y rigor trata a sus visitantes... No me fue grato el regreso”— comentó Azucena

—“¿Ibas sola?”

—“No, no iba sola. Me acompañó un amigo”

—“Pude comprenderlo cuando te vi entrar. Los caminos siguen abiertos, pero el mío te está vedado desde tu interior ¡Y ya no quiero ofrecértelo más como esperanza! …Nosotros dos nos hemos alejado demasiado …¿Verdad Azucena?”

—“¿Lo crees?”

—“¿Estoy en lo cierto?”

En ese momento llegó desde el interior otro de los ceramistas  y comenzó a seleccionar la moldería. Rolando acudió en su ayuda al observar que algunas piezas de yeso tambaleaban y podrían caerse de sus pilas. Azucena quiso también colaborar.

—“Has visto el cielo, Rolo?”— le dijo ella cuando terminaron esta tarea

—“Tiene un hermoso color”

—“Está abierto y me aguarda. Siento encanto al salir hacia el día y la luz, en nuestra ciudad todavía invernal e iluminada por el tibio sol de agosto”

—“El sol de los barriletes”

Ambos jóvenes quedaron en silencio por un largo tiempo. La ciudad de Córdoba lucía feliz en aquella media mañana, a pesar de la violencia dolorosa que sacudía sus calles.

La Cañada, el antiguo Calicanto colonial, seguía diariamente su curso y los transeúntes dirijíanse hacia ella asomados a su borde de pircas blancas, para preguntarle: ¿cuándo volverá la paz a esta ciudad universitaria, asolada de bombas y violencia?”

Hermosa pregunta. Pero el canto del agua en forma de hilo cristalino, corriendo en su fondo, no les responde con palabras. Su murmullo es siempre el mismo, sin embargo sobre sus calmas aguas flota la Esperanza.

Ellos la saludan desde la otra orilla, respiran el aroma a ramas de las “Tipas”... y luego regresan hacia sus casas.

—“La Cañada no tiene aguas portentosas, sólo una hebra brillante y solitaria de agua que crece con las lluvias hasta el borde de piedras, donde flota la esperanza de todos los cordobeses, que no estamos inmersos en el conflicto... Nosotros, la población civil, ajena a esos dos bandos violentos enfrentados.”— sintetizó Rolando

—“Por ello ahora regreso hasta mi casa”

—“¿Ya te vas?”

—“Siempre me voy, Rolando, aunque venga a buscarte en forma repetida ¡,,,¡Pues yo soy como La Cañada…! un largo camino serpentino atravesando a Córdoba!”

—“¿Otra vez partes?”— insistió él

—“Voy hasta La Cañada, donde las “tipas” frondosas de sus bordes, me saludan siempre. Las piedras lucen para mí sus formas de años. Y muy a la distancia las serranías me divisan sola... Sí… sola”

—“Siempre sola Azucena, caminando para evadirte. Te vi hace un momento ayudarnos con entusiasmo. Deseabas hacerlo por nosotros, por gusto propio... ¿O por fuga? ...para no responderme”— preguntóle el muchacho

Nuevamente se produjo entre ambos un silencio algo espeso, pero más corto. El patio bañado de sol daba contenido a sus figuras juveniles. Desde interior algunos cánticos de tonadas folclóricas, llegaban hasta ellos. Esa serenidad y aquellas notas musicales, hicieron que Azucena quisiera expresarse y abriera su interior, siempre tan oculto.

—“Pero... ¿Puedes escucharme? Frente a ti, Rolando, me hallé como prisionera de un imán, cuando nos conocimos”

—“Quería escuchártelo decir, pues lo suponía”

—“Pero venías en pos de Alicia y no de mí”

—“¿Fallé en mi elección? Es el corazón quien nos manda”— aclaró él

—“Tu corazón eligió a Alicia y no se fijó en mí. Sin embargo con tu llegada aquel círculo de familia tan hermético, cobró una nueva vida y se decoró con tus niños. Eso me bastó. Yo deseaba que permanecieras allí, junto a ella, junto a Alicia ¡Pero que permanecieras! …Que no te marcharas nunca”

—“¿Eras auténtica en aquel momento? ¿O yo fui una novedad, una variación, ante la monotonía?”

La pregunta de Rolando no fue respondida. Ella recordaba que había buscado en los valles y quebradas de aquellas serranías, que la vieron recorrer alegre en otro tiempo... pero sólo encontró un paisaje moribundo detrás de su partida. Sin embargo no se lo dijo.  

Rolando contempló a Azucena en forma de intriga, como si el escenario que los rodeaba con cerámicas y moldería, se hubiese anulado. Ella era siempre así. Un rostro nuevo. Un color nuevo. Fresco. Un pétalo que amanecía teñido de violeta para cambiar de color en dirección al mediodía. Azucena. Móvil. Cambiante. Fluctuante. Inestable... siempre.

—“Pero nunca te quedas”— presionó Rolo

—“¿Es necesario?”

—“Tampoco hablas de amor, nunca”

—“¿Hace falta?”

—“¡Qué difícil es para mí el Diamante!”

—“No lo conozco ¿Cómo es?”— inquirióle ella

—“No es definible con palabras. Me pregunto: ¿Será tan difícil como bello? ¿Y su belleza será tan intensa que habremos olvidado los esfuerzos que nos llevaron hacia él?”— dijo Rolando como pensando para sí

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¡El Diamante!…

Colores hermosos y variados, rebosantes de facetas novedosas.

Porque no es el amor, es una experiencia distinta.

Al verlo en su dimensión y en su dinamismo,

vuelve el mundo sonoro y ambiental hacia nosotros.

Posee su propia prisa. Todo lo estático se transmuta.

El amor sigue donde está. El Diamante es diferente.

Es más complejo de lo imaginado,

cuando se lo ha tomado de un extremo

y ya no es posible separarse de él.
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Alejandra Correas Vázquez

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