CÓRDOBA LA DOCTA
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JESUS MARIA - por ALEJANDRA

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Mensaje  Alejandra Correas Vázquez Lun Jun 14, 2021 6:14 pm

JESUS  MARIA
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ARRAIGO  Y  DESARRAIGO
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Don Santiago Correas Narvaja, nacido en la Estancia de Jesús María en la primera mitad del siglo XIX , era el hijo menor (de linaje cordobés por su madre) dentro de una vieja familia colonial mendocina, radicada desde hacía medio siglo sobre los antiguos predios jesuíticos cordoeses.

Solían decir los mendocinos en los albores del siglo decimonono, que ellos habían tenido tres nacionalidades, sin moverse de su sitio cuyano. Nacieron como chilenos (Mendoza era parte de Chile), luego vivieron como cordobeses (Mendoza fue incorporada a la Provincia de Córdoba del Tucumán) y finalmente morían como argentinos (Mendoza ya era ahora parte de una república independiente, Argentina). En una misma vida sin salir de Mendoza, fueron miembros de tres políticas distintas, tres nacionalidades y en cada una de éstas debieron reacomodarse.

Todo ello en un plazo de cincuenta años apenas. Así el padre de Santiago repetía a menudo este cambio de identidad nacional que habíale impuesto el destino, preparándolo para ser testigo vital de toda una época.

La vida de Santiago en cambio, iba a ser moderada y más bien tranquila, como él necesitaba que fuera por su propio temperamento. Era hijo de una mujer muy joven y un hombre adulto, quien por las minucias del testamento indica que hizo de árbitro entre sus distintos hijos de sus dos matrimonios, con prolija igualdad. Puede leerse en la hijuela de su legado para sus dos benjamines (documento que se halla hoy en el Archivo Histórico cordobés) que distribuyó incluso entre Santiago y Luciano, sus vástagos menores hasta los corredores de agua para regar los campos que dejaba a cada uno de ellos, previendo el futuro. Luciano no tenía madre, era ilegítimo.

Aquella jovencita cordobesa, Justina Narvaja Marín, (madre de Santiago) perteneciente a una familia ganadera cordobesa de la zona Río Segundo. Y había sido en origen la prometida de su hijo mayor. Pero al enviudar el padre, las decisiones cambiaron. Con esa fuerza imperiosa de los exóticos romances que surgen ciertas veces, entre las nueras núbiles enamoradas del suegro viril y maduro, cuya figura centraliza un poder social. Su marido era una figura importante dentro del ambiente donde ella había nacido, y de allí surgió aquel enlace .

Para gente recién llegada de Mendoza (una ciudad cordillerana que había pertenecido a Chile, ajena por siglos a Córdoba) como eran hacia fines del siglo XVIII los Correas de Larrea, emparentarse con las familias vernáculas era adquirir ciudadanía cordobesa. Una sociedad que era muy cerrada por entonces. Y además de ello, los estancieros Narvaja Marín del departamento de Río Segundo figuraban entre las familias de la Universidad, correspondiente al tiempo de los Jesuitas, con todo su prestigio.

La niña recién desposada tuvo una devoción natural por este maduro marido, que tenía cargos importantes en el Cabildo cordobés. Pero el antiguo pretendiente disgustóse para siempre con ellos, creándoles disputas judiciales. Hijo de aquellos padres diferentes, Santiago creció entre la bienestar del patrimonio familiar, la timidez materna y el rigor con lo propio y lo ajeno –consigo mismo y con los demás– que caracterizó siempre a la figura de su padre.

Don Josep Orencio Correas de Larrea era un ciudadano probo que no regaló influencias ni para él ni para sus hijos. Habiendo llegado a consolidar su economía al hacer prosperar la Estancia de Jesús María, llegó por el mismo camino a detentar influencia política, pero no dio ningún paso para crear un nepotismo. Fue todo lo contrario. La nación fue el interés de su vida y colocó a sus hijos a su servicio llegado el momento. Cuando Brasil invadió las provincias cisplatinas argentinas, el capitán Rafael Correas, hijo suyo, combatió allí.  

DEUDA  Y  DEUDORES
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La personalidad reservada de Santiago iba a reflejar esa crianza, esa severidad, lo que se advierte por el interés que él también puso en preservar la herencia del padre, sin modificarla. Cuando su abuelo Don Félix Correas adquiriera al Cabildo de Córdoba, los dominios de aquella gran estructura histórica creada por los jesuitas –la Estancia de Jesús María– allá en las postrimerías del siglo XVIII (búsquese en el Archivo Histórico cordobés) no tuvo este mendocino que trasladarse hasta la ciudad de Córdoba desde su ciudad andina, para firmar la escritura de compra. Su firma, la del escribano interviniente y el sello del Cabildo cordobés que figuran en el archivo provincial, están estampadas en Mendoza, la bella y elegante ciudad colonial de viñateros y bodegueros prósperos, desde siempre, desde su comienzo.

Fue una adquisición muy particular, pues no se la paga de inmediato, era de un valor inmenso y quizás en Sudamérica nadie contaba de golpe con aquel monto —y nunca los Correas de Larrea llegarán a cubrir totalmente su precio a pesar de su progreso como empresarios— lo cual es llamativo. Fueron amortizándolo año a año durante tres largas generaciones (sea dicho esto de paso, para los que creen que el sistema moderno bancario de préstamo hipotecario, es una invención de nuestros actuales siglos).

Esta inmensa adquisición convirtió a la familia Correas de Larrea en una familia endeudada por tres generaciones. Gozaron de prestigio social en Córdoba, de relaciones políticas importantes, de crédito financiero inclusive en el Cabildo (que más los endeudaba) ... Pero nunca llegaron de verdad a enriquecerse como para viajar a España. O vivir en Potosí o Chuquisaca —el anhelo de todos los Indianos del cono sur.

Estudiaron siempre en Córdoba, poseían la estancia más lucrativa … Pero la debían, como hipoteca.
Vivieron con gran decoro pero sin ostentación, con economía pragmática y vigilante paso a paso. Puede verse que en el testamento de Joseph Orencio a su segunda esposa, Justina, aclara con detalle que le ha obsequiado unos zarcillos, lo cual indica que no se llenaron de joyas ni poseían ningún tesoro. Su único tesoro fue su trabajo honesto para sacar a Jesús María de la ruina donde cayera luego de la lamentable expulsión jesuítica. Incluso el comprador —Don Félix— no envió allí a su hijo mayor sino a un segundón, Josep Orencio, lo que demuestra que no quería arriesgar a su mayorazgo, Juan de Dios, en una empresa insegura.  Había que pagar año a año, moneda tras moneda al erario cordobés, la mayor parte de lo que se ganaba con el producto anual de Jesús María.

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Alejandra Correas Vázquez

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